Noriega: el fin de una era siniestra para Panamá

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Foto: Credit Matias Recart/Associated Press

Ha muerto el exnarcodictador de Panamá, Manuel Antonio Noriega, el personaje más siniestro que ha producido mi país.

Informante de la CIA desde su época estudiantil, gobernó con una retórica antiestadounidense que llevó a soldados panameños a dar muerte a Robert Paz, teniente del Ejército de Estados Unidos. Pocos días después, el 20 de diciembre, el presidente George Bush, quien dirigió la CIA y conocía a Noriega, ordenó la invasión a Panamá en la que se desplegaron al menos 24.000 soldados estadounidenses, destruyó al ejército panameño -entrenado por Estados Unidos- y permitió la toma de posesión de Guillermo Endara, quien había sido electo con amplia mayoría hacía poco, en unas elecciones que fueron canceladas por Noriega cuando su candidato perdió. Como consecuencia, Panamá se declaró país desmilitarizado y neutral, el segundo de América Latina después de Costa Rica.

Como uno de los fundadores del diario La Prensa, el único periódico independiente opuesto a la dictadura, sufrí personalmente los embates del general Noriega. El periódico fue cerrado y destruido por las tropas en varias ocasiones, pero cuando volvíamos a publicar siempre aumentaba nuestra circulación. Por iniciativa del general israelí Mike Harari, tuve una serie de reuniones con Noriega donde pude experimentar su mezcla de prepotencia autoritaria y cobardía personal, típica de todo matón.

Otra faceta curiosa de Noriega es que a pesar de colaborar estrechamente con la CIA y contar con una carta de felicitación de la Agencia Antinarcóticos de Estados Unidos (la DEA), había puesto a Panamá al servicio de los carteles colombianos de la droga, llevando al país a convertirse casi por completo en un narco-Estado. Noriega cobraba por cada embarque de droga que transitaba por el istmo panameño, y al que no le pagaba lo reportaba a la DEA, entidad que lo felicitaba por permitirles sus redadas. En realidad, la DEA se convirtió en el brazo armado del narcodictador en su negocio de estupefacientes.

Pero la historia más horrible del gobierno de Noriega fue la crueldad sanguinaria que usó contra los que consideraba enemigos del régimen.  Por ejemplo, la decapitación del médico Hugo Spadafora, exviceministro de Salud de Omar Torrijos, quien amenazó con divulgar la conexión de Noriega con la droga. El cuerpo de Spadafora fue hallado en una bolsa de correos con signos de haber sufrido severos tormentos. Este crimen produjo un impacto terrible en una población conocida por su repudio a la violencia.  El asesinato del sacerdote católico Héctor Gallegos, cuyo cuerpo nunca apareció, fue representativo de la represión y la tortura que Noriega aplicó a toda la población que protestaba contra su narcodictadura, en un cuadro muy parecido al que vive Venezuela en estos momentos.

La invasión estadounidense que depuso y tomó preso a Noriega fue altamente criticada internacionalmente, pero en su mayoría los panameños la catalogaron como una “liberación” a manos de tropas extranjeras que habían sido las que formaron al ejército panameño y entrenaron a Noriega en la famosa Escuela de las Américas en la Zona del Canal (conocida por los latinoamericanos como la “escuela formadora de dictadores”). El catálogo de hombres fuertes que se entrenaron en la Escuela de las Américas, autócratas y tiranos, abarca desde Leopoldo Galtieri -miembro de la junta militar que comandó la última dictadura en Argentina- hasta Vladimiro  Montesinos -el oscuro operador de Alberto Fujimori en Perú-, pasando por el caudillo panameño Omar Torrijos.

La Prensa, diario que ayudé a crear con mil pequeños accionistas, incluidos sus empleados/asociados, medía con encuestas las actitudes de los panameños después de la invasión y pudo corroborar que los panameños son el pueblo más proestadounidense del continente. Panamá recobró su libertad y la democracia. Acaba de terminar con éxito la expansión de su canal, que ha sabido manejar mejor que lo que lo hizo un poder mundial como Estados Unidos.

La invasión liberó a Panamá de una viciosa narcodictadura y de un típico tirano latinoamericano apoyado por el país más poderoso del mundo para lograr “estabilidad” en su lucha anticomunista de la época. Estos tiranos hacían de subalternos del gran poder estadounidense, pero con una secreta actitud de “obedezco pero no cumplo”. Es la historia de la dinastía Somoza en Nicaragua, de Rafael Leónidas Trujillo en República Dominicana, de Augusto Pinochet en Chile y de muchos otros dictadores útiles a los intereses de Washington. La invasión de Panamá coincidió con la caída del muro de Berlín y fue la última invasión armada de Estados Unidos en América Latina. Ojalá haya sido, de una vez y para siempre, el fin de la era de las intervenciones del gigante del norte en el patio trasero.

Aparte de la noticia, la muerte de Noriega no tiene mayor significado para el presente de Panamá; el país, con altas y bajas, afianza su sistema democrático y su prosperidad económica. Noriega ni siquiera pudo lograr el sueño de todo militar: una muerte heroica, ya que con los primeros tiros de la invasión se quedó paralizado, no dio una sola orden y huyó hasta la Embajada del Vaticano, donde luego terminó entregándose a las tropas de Estados Unidos sin pena ni gloria.

 

Roberto Eisenmann Jr. es editor y miembro fundador del diario La Prensa de Panamá.