Como nace el terror. La cuarta Guerra Mundial

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Hogueras, decapitaciones, crucifixiones, guillotinas, fusilamientos, hornos crematorios, ahogamientos, explosiones, gulags, campos de exterminio y de concentración. El escenario de violencia no es ninguna novedad en la historia de la humanidad, pero a lo largo de este año y desde inicios del presente siglo el Estado Islámico presenta sus ejecuciones como un arma de propaganda vehiculada por los canales modernos de comunicación: las redes sociales se encargan de difundir la barbarie en tiempo real. Es la enorme diferencia. No basta cortar la cabeza del enemigo, como ha ocurrido este año varias veces, sino divulgar el hecho como arma de propaganda y capturar la atención  de billones de personas en el mundo. Tal es la diferencia entre Al Qaeda de Osama Bin Laden, el mentor de los  ataques del 11 de septiembre de 2011 en los Estados Unidos y los terroristas del Estado Islámico. Osama vivía escondido en una cueva a cientos de kilómetros de la civilización. El Estado Islámico está en todas partes. Es líquido y fluye como todo en la era de la revolución digital. El terror perpetrado en París es fruto de esta nueva era. Es la gran diferencia.

El Papa Francisco ha señalado el camino. El Sumo Pontífice que se encarga de hacer ver la diferencia dice que “el mundo está en una lucha todos contra todos”. No se puede identificar una ideología predominante o un motivo ordenador de la barbarie. El Global Terrorism Index muestra el crecimiento de la cantidad de los ataques terroristas: 61% el último año computado, y dos terceras partes de los ataques terroristas las realizan sólo cuatro grupos: Estado Islámico, Boko Haram, Al Qaeda y los talibanes, y lo más importante: que la mayoría de los ataques se cometen contra los propios musulmanes por parte de otros musulmanes, porque el 82% de las muertes se concentra en cinco países: Irak, Afganistán, Pakistán, Nigeria y Siria. Las invasiones a Irak y Afganistán no han hecho más que incrementar los ataques terroristas. La tentación de entrar en guerra convencional contra los terroristas es lo que éstos pretenden. Por eso, como sostenía Ernst Jünger, “antes de poder actuar sobre un proceso, es preciso haberlo comprendido”. Las invasiones a Irak y Afganistán no han hecho más que incrementar los ataques terroristas.

La Agencia de Prevención del Terrorismo de las Naciones Unidas tiene una clasificación clara sobre qué es terrorismo: “Es un método productor de ansiedad basado en la acción violenta repetida por parte de un individuo o grupo (semi) clandestino o por agentes del Estado, por motivos idiosincráticos, criminales o políticos, en los que -a diferencia del asesinato- los blancos directos de la violencia no son los blancos principales. Las víctimas humanas inmediatas de la violencia son generalmente elegidas al azar de una población-blanco, y son usadas como generadoras de un mensaje. Los procesos de comunicación basados en la amenaza -y en la violencia- entre el terrorista, las víctimas puestas en peligro y los blancos principales son usados para manipular a las audiencias, convirtiéndolas en blanco de terror, blanco de demandas o blanco de atención, según se busque primariamente su intimidación, su coerción o la propaganda”.

Lo sorprendente desde el surgimiento del Estado Islámico es el corto tiempo que requirió para convertirse en la facción más temida del Oriente Medio. La pregunta que hay que hacerse es cómo fue posible que un grupo de fanáticos del desierto engendrasen crímenes de alcance planetario. El Estado Islámico de Irak  y de Levante es resultado de fracaso de lo que EEUU y sus aliados llamaron la “política de reconstrucción”. La envestida norteamericana, que costó US $100 billones, agudizó la inestabilidad política en una región ya asentada sobre terreno movedizo. Saddan Hussein lo había advertido poco antes de la invasión de los Estados Unidos sobre Irak. “Si EEUU invaden Irak se abrirán las puertas del infierno”. Tres años más tarde la “primavera árabe” extendió la violencia del Estado Islámico por el resto de los países de la región.

En marzo de 2011, comenzó la guerra civil en Siria, que enfrenta a fuerzas opuestas del dictador Bashar al-Assad, grupos rebeldes, kurdos y radicales islamitas. Ese mismo año, los rebeldes comenzaron a reclutar dinero de Occidente para desestabilizar a Al Assad. Los recursos fortalecieron a Al-Qaeda en Irak, socio de los insurrectos en el conflicto. “El resultado fue una guerra desastrosa que fortaleció a los terroristas y abrió el camino para la ascensión del Isis”, escribió el premio Nobel de Economía Paul Krugman poco después de los atentados en París en el The New York Times.

En 2013 la fusión de los extremistas sirios e iraquíes dio como resultado la creación del Estado Islámico. En junio de 2014, el Isis conquistó Mossul, la segunda mayor ciudad de Irak. El 29 se declaró la constitución del califato en partes significativas de Siria e Irak. El terrorismo dominado por el Estados Islámico equivale a Jordania y abriga a algo más de 10 millones de personas. En menos de dos años, el Isis se consolidó como una amenaza planetaria, con más de 80.000 soldados de los cuales por lo menos 25.000 son extranjeros dispuestos a dejar países como Australia, Canadá, Estados Unidos, Francia e Inglaterra para morir en el campo de batalla en los peores lugares del mundo o haciéndose explotar delante de civiles inocentes si fuera preciso.

La nueva forma de terrorismo

Con estas reglas impuestas en el Oriente Medio creció una nueva forma de terrorismo, la del terrorismo suicida, ejercida por quienes creen que al morir van al paraíso y entonces no luchan con armas iguales. Sólo serían iguales si creyeran -como creen quienes combaten- que la muerte es un fin sin otras esperanzas. Cuando el terrorista dispone su propia muerte, casi no hay respuesta posible y poco puede hacer el Estado para impedir la muerte de una cantidad de ciudadanos que, si se tratara de una guerra, sería un número ínfimo, pero pasa a ser un magnicidio de enorme significado simbólico en un contexto no militar. “Es el terrorismo del espectáculo, tan acorde con los tiempos, que usa los medios de comunicación para consumar su mensaje, radicalizando la brutalidad de su espectáculo para hacerlo original, único y un verdadero acontecimiento”, escribe el director de Perfil Jorge Fontevecchia.

Producir videos cortando cabezas de inocentes, hoy viralizables gracias a internet, y asesinar a mansalva a los espectadores de un teatro en una ciudad alejada de cualquier terreno bélico es la misma forma de exhibición. La capacidad desestabilizadora del terrorismo está en la propaganda que transforma en espectáculo mundial un hecho local. Una visión interesante sobre el fenómeno del terrorismo es la de Jürgen Habermas, quien lo percibe como “la consecuencia del shock producido por la modernización, que se propagó por el mundo a una velocidad fenomenal”.

Hoy se ha puesto en debate si la humanidad está al borde de una tercera Guerra Mundial. Jóvenes de colegios secundarios se reúnen en grupos para contar con los dedos de una mano si efectivamente como difunden los medios masivos un conflicto de tales dimensiones requieren el componente inevitable de contar con 5 países envueltos en el mismo objetivo de guerra. Tan Banal no podía ser la discusión. En estos tiempos modernos “es fundamental poder distinguir entre guerra, terrorismo y crimen masivo. Hay quienes sostienen que se atraviesa la Cuarta Guerra Mundial: la Primera dio por terminada la era colonial y la supremacía de Europa, la Segunda acabó con el nazismo, y la Tercera, aunque menos convencional que las dos anteriores, puso fin al comunismo. Las tres guerras mundiales fueron construyendo lo que hoy conocemos como globalización, y esta Cuarta Guerra Mundial sería la guerra contra la propia globalización (la democracia participativa), “pues el mundo mismo -pensó Jean Baudrillard poco antes de morir, en 2007- es quien se resiste a la mundialización: si el islam dominara el mundo, el terrorismo se levantaría con el islam”.

El último atentado en Francia ni siquiera sería un acto terrorista sino simplemente un crimen masivo. La palabra “terrorismo” procede del período del Terror, durante la Revolución Francesa. Triste paradoja.