Marzo 2021
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Potencias extrarregionales y América Latina
Marzo de 2021
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¿Cómo trabajaremos cuando pase la pandemia?
Marzo de 2021
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Las vacunaciones en América Latina han sido un desastre, producto de problemas de infraestructura y una dirigencia demasiado ocupada en su subsistencia. ¿Pedimos demasiado si reclamamos hacer lo correcto?  Hace unos dÃas escuché conversar a dos mujeres en Barcelona mientras esperaban por su vacuna contra la covid. Una se quejaba del manejo de la pandemia con una amargura ecuménica: no importa si eres catalanista o estás a favor del gobierno central, decÃa, necesitas dar señales claras. Debe haber un mando único, aseguraba. La amiga asentÃa y al final soltó la perla: "Asà debe ser, pero no puedes derramar vino de un cazo vacÃo". Europa aun tienen dificultades para probar que la vacunación puede ser veloz cuando poco más del 4 por ciento de la población continental ha recibido un pinchazo en el brazo. Pensaba en eso -y en las señoras del cazo vacÃo- cuando revisaba las cifras de vacunación en América Latina. Excluido Chile -donde aproximadamente el 20 por ciento de la población está vacunada y se anuncia inmunidad de rebaño tan temprano como en junio-, el resto de la región no ha inyectado, en promedio, ni al uno por ciento de sus ciudadanos. América Latina no ha sido inmune a la degradación creciente de la polÃtica, con dirigencias obsesivamente ocupadas en la próxima elección -o en la perpetuidad- y en peleas menores entre gobiernos y oposiciones mientras pobreza, corrupción, atraso y, ahora, miles de muertes parecen suceder en un universo paralelo. Es ciertamente enervante que la escala de prioridades parezca al revés o, peor, inexistente. Estos son momentos de alta polÃtica, y alta polÃtica ahora es vacunar pronto a todo el mundo. Los mÃos, los tuyos, los ajenos. Ricos, pobres. Tener que escribir esto es increÃble, porque es evidente, pero vamos: no hay mejor polÃtica de Estado que superar la facción y trabajar para todos. Cuando se trata de salud pública en una pandemia, la ideologÃa es una: socializas beneficios. Y, sin embargo, muchos mandatarios y gobiernos parecen más preocupados en ganar las próximas elecciones. El ciclo electoral inició en 2021 con Ecuador y en los últimos meses votaron El Salvador y Bolivia. Este año habrá presidenciales en Perú, Nicaragua, Chile, Honduras, legislativas en México y Argentina y municipales en Paraguay. Toda la región parece en campaña electoral y la pandemia ha resultado una magnÃfica oportunidad propagandÃstica. Pero las contiendas y las disputas polÃticas debieran ser secundarias cuando es preciso detener las muertes actuales y evitar la expansión del virus con vacunas. Pronto, sin improvisar y sin opacidad. Es imperdonable que los polÃticos privilegien sus disputas por encima de las necesidades de las mayorÃas. Y no es que no deban defender sus intereses sino que la escala de prioridades no admite discusión: la demanda de la facción no puede moralmente anteponerse a la necesidad general. No puede ser votos o muertos. Los problemas son mayores. En toda la región, el déficit de insumos y equipamiento ha sido democráticamente lamentable. Y las imágenes son desastrosas: hospitales desbordados de Perú y Ecuador, falta de información y hasta represión en Nicaragua y Venezuela, un colapso anunciado en Brasil y México es el tercer paÃs con mayor número de muertes del mundo. A los errores de la gestión de la pandemia, se suman décadas de mala gobernanza. Mientras los gobiernos de Corea, Taiwán y Japón implementaron un rastreo minucioso de casos; en muchas ciudades principales de América Latina no hay siquiera padrones digitalizados de la ciudadanÃa ni bases de datos centralizadas. Unos 34 millones de latinoamericanos no tienen documentos de identificación, lo que significa que ni siquiera figuran en un registro civil. El sistema tiene ineficiencias que preceden a casi todos los gobiernos actuales. Por eso cuando llega una crisis, encuentras enfermeras malpagadas y agotadas atendiendo enfermos envueltas en bolsas de basura pues carecen de equipos. Y observas que algunos gobiernos no se agenciaron suficientes vacunas por incapacidades burocráticas e imprevisión administrativa. De acuerdo, todo esto podrÃa ser achacable al desguace estructural de la salud pública, pero estamos en otro juego cuando episodios de abuso y amiguismo o las agendas polÃticas de quienes ahora están al mando se interponen entre la vida y la muerte de la población. Si nuestros dirigentes se emplean más en sus guerritas de baja intensidad para acumular poder mientras sus ciudadanos mueren, son miserables. La inversión de prioridades sucede en casi toda la región. Jair Bolsonaro -que cambió cuatro veces de ministro de Salud- entiende la pandemia como un problema personal: entorpeció su deseo de manejar Brasil a placer. Andrés Manuel López Obrador pasa más tiempo empeñado en defender la Cuarta Transformación rumbo a las elecciones legislativas que podrÃan darle una mayorÃa absoluta en el Congreso que creando planes de rescate económico a los habitantes de México. En Argentina, el proceso de vacunación está sembrado de dudas: ¿serÃa tan veloz si el gobierno de Alberto Fernández no tuviera una elección intermedia por ganar? Tampoco en El Salvador, Nicaragua o Venezuela ha habido la integridad de separar el rol funcionarial de la propaganda. En el fondo, la manera en que vacunamos habla de lo que creemos y somos capaces. En Argentina, por ejemplo, una lÃder opositora sugirió que debiera permitirse a los privados vender dosis y enviar a quien no tiene dinero a la seguridad social o a pedir subsidios. La idea es un absurdo cuando la mayorÃa de los procesos exitosos de vacunación -y de gestión de la pandemia en las fases crÃticas- son públicos y centralizados. La evidencia sugiere que una campaña veloz y masiva requiere del Estado a cargo con apoyo de voluntarios de la sociedad civil. El Estado es un elefante -fofo o hambreado- y precisa gimnasia. Por eso es relevante el factor humano para moverlo. Esto es, aun cuando hay infraestructura y enfrentas una crisis de salud pública, la inteligencia de gestión y la capacidad burocrática son capitales. Pero si quienes dirigen lanzan señales equÃvocas o son cÃnicos incapaces de hacer alta polÃtica, los resultados no pueden ser más que letales. América Latina es ya la región del mundo con más muertos por habitante. Si la opinión pública sabe que las infraestructuras son buenas y sus dirigentes dan el ejemplo, no tendrá una repentina crisis de desconfianza. Las infraestructuras deben soportar; los funcionarios, funcionar. ¿Hay sustancia, entonces, o deberemos convencernos de que pedimos vino a una clase polÃtica que es un cazo vacÃo?  Diego Fonseca (@DiegoFonsecaDF) es colaborador regular de The New York Times y director del Seminario Iberoamericano de Periodismo Emprendedor en CIDE-México y del Institute for Socratic Dialogue de Barcelona. Voyeur es su último libro. Â
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