El G 20 y las economías emergentes

0
608

Cómo cambian las cosas en seis meses. En la cumbre del G-20 de la semana pasada en San Petersburgo, la atención se centró en el debilitamiento de las economías emergentes. Esto contrasta con cumbres anteriores, cuando los principales países en desarrollo eran percibidos como impulsores del crecimiento global, en momentos de debilidad de las economías desarrolladas.

Durante alrededor de dos años, la crisis europea fue el centro de preocupación y la economía estadounidense también estaba plagada de problemas internos. Los países en desarrollo -en particular China, India y Brasil- eran la red de seguridad que mantenía la economía global a flote. Pero en su informe a la cumbre del G-20 de San Petersburgo, el FMI tuvo que dar un giro radical, revisando su teoría previa de que las economías emergentes eran las que mantenían el crecimiento económico mundial. Ahora advirtió que el estancamiento en estos países es un freno para la economía global.

Los gobernantes de los países en desarrollo señalaron correctamente que sus economías han sido las víctimas de las políticas monetarias de los países desarrollados, en especial de la “flexibilización cuantitativa” de Estados Unidos, en el marco de la cual la Reserva Federal ha estado inyectando 85,000 millones de dólares por mes a su sistema bancario. Gran parte de ese dinero terminó en los mercados de bonos y valores de sus países, donde los inversores norteamericanos buscaron mayores rendimientos debido a que las tasas de interés en Estados Unidos se han mantenido cercanas a cero.

Sin embargo, cuando el presidente de la Reserva Federal, Ben Bernanke, indicó que se comenzaría a reducir la flexibilización cuantitativa y, en consecuencia, las tasas de interés a largo plazo comenzaron a subir, el capital invertido en los países en desarrollo empezó a regresar a Estados Unidos. Las economías emergentes más frágiles ya han sido duramente castigadas y la situación aún puede empeorar.

Los países que tienen un déficit en su cuenta corriente resultan especialmente vulnerables, pues dependen de los flujos de capitales para financiarlos. Su retiro y el aumento del riesgo han provocado la caída de sus monedas y sus mercados de acciones. A su vez, esto da pie a una mayor fuga de capitales, anticipando nuevas caídas en los precios de las acciones y de las propias monedas nacionales, cuya depreciación también alimenta la inflación.

Por lo tanto, los incondicionales de antes, como India, Indonesia, Brasil, Sudáfrica y Turquía, son ahora las víctimas de un círculo vicioso.

En Indonesia, la moneda cayó la semana pasada a 11,000 rupias con respecto al dólar (de 9,500 hace un año), ya que el déficit comercial mensual en julio aumentó a 2,300 millones de dólares y la tasa de inflación anual alcanzó el 8.8 por ciento en agosto. En India, cayó a 68 rupias por dólar (de 56 hace un año), antes de recuperarse a 65 rupias después de una muy bien recibida conferencia de prensa inaugural del nuevo Gobernador del Banco Central, Raghuran Rajan, el 4 de setiembre.

El balance de la cuenta corriente de India está llegando a los 90,000 millones de dólares por año, haciéndola muy dependiente de la afluencia de capitales. A mediados de agosto, el gobierno introdujo algunas medidas de control, entre ellas la limitación de sacar un máximo de 75,000 dólares por persona (de los 200,000 permitidos anteriormente), así como restricciones a las empresas nacionales sobre inversiones en el extranjero.

El actual déficit en sus cuentas corrientes también es importante en los casos de Sudáfrica (25,000 millones de dólares en los últimos doce meses), Brasil (78,000 millones de dólares) y Turquía (54,000 millones de dólares), lo que los hace vulnerables a los vaivenes de los flujos de capitales.

En Sudáfrica, el rand se devaluó en un dieciocho por ciento y el presidente Jacob Zuma acusó a la eventual reducción de la “flexibilización cuantitativa” de la caída de la moneda. “Las decisiones tomadas por algunos países basados únicamente en su propio interés nacional tienen graves consecuencias para otros países”, se quejó con razón el gobernante sudafricano.

También en Malasia la moneda se ha depreciado recientemente, pero con un superávit en su cuenta corriente de 14,200 millones de dólares en los últimos doce meses hasta junio, el país no está en una posición tan vulnerable. Sin embargo, el superávit comercial no ha sido tan fuerte en los últimos tiempos y siempre existe el peligro de un “efecto contagio”, que como es sabido no siempre se basa en la racionalidad.

Los países afectados cuentan con algunas herramientas de política económica para enfrentar la situación. Una de ellas consiste en intentar estabilizar la divisa a través de la compra de moneda nacional por parte del Banco Central, vendiendo dólares. Pero esto resulta costoso y el país puede perder reservas internacionales, en particular si los especuladores continúan apostando a que el valor de la moneda local siga cayendo. Ésta es la amarga lección que algunos países aprendieron en la crisis financiera de 1997.

Otra herramienta de política económica consiste en el control de capitales. Esta sería la medida ideal a aplicarse para impedir su ingreso, pero la mayor parte de los países lo permiten en los momentos de bonanza económica y cuando repentinamente se revierte la situación convirtiéndose en egresos de capital, entonces queda al desnudo el problema de flujo y reflujo.

Malasia impuso controles a las salidas de capital, tanto de residentes como de extranjeros, en 1998-1999, una medida que resultó eficaz para detener la crisis. El país fue duramente criticado en ese momento, pero ahora incluso el FMI recomienda aplicar estos controles si la situación es lo suficientemente mala.

En última instancia, deben realizarse reformas internacionales para prevenir flujos excesivos de capitales de los países de origen, y los países desarrollados deben ser disciplinados para que sus políticas económicas no tengan efectos negativos en los países en desarrollo. Pero esta necesaria coordinación internacional sobre los flujos de capitales y las políticas económicas aún se hará esperar.

Martin Khor, fundador de TWN y director ejecutivo de South Centre.

 

EtiquetasG-20