El amor en los tiempos del cólera

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Foto: Alejandra Rocabado/La razón

La columnista Cecilia Lanza argumenta en su reciente nota de opinión publicada en Página Siete y titulada “Un alcalde enamorado”, que el hombre cuando se enamora se convierte en hembra (sic). Es decir, dice ella, que el hombre pasa de ser un ser racional a ser un ser emocional, como que si se pudiera atribuir la racionalidad sólo al hombre y la emocionalidad/sensibilidad exclusivamente a la mujer. En mi experiencia, el amor toca a ambos, hombres y mujeres, y los hace sublimes, acentuando más bien sus respectivas masculinidad y feminidad. Nietzsche decía que “siempre hay un poco de locura en el amor, pero siempre hay también un poco de razón en la locura”.

 

Como podrá comprobar nuestra columnista, el amor no es cosa de falta de razón, o solo de locura, pero de la concurrencia de ambos. Igualmente, un hombre enamorado no necesariamente pierde la chaveta. Si nuestro alcalde Luis Revilla la ha perdido, es algo que no me consta. Pero lo que sí  le puedo asegurar a Cecilia Lanza, quien, según me dicen, sueña con ser alcaldesa, es que en mi última gestión como alcalde de La Paz (de solo 12 meses, debido al golpe de Gaby Candia y el MNR), en la que la columnista apunta a que hice una mala gestión porque estuve enamorado, realicé justamente una de las reformas municipales más importantes referente precisamente a la producción, distribución y comercialización de agua potable para La Paz.

 

El Servicio Autónomo Municipal de Agua Potable y Alcantarillado (Samapa) de La Paz (y El Alto), fue iniciado en la década del 60 por la Alcaldía de La Paz, con el apoyo de la cooperación alemana inicialmente, y luego con el apoyo del Banco Mundial, Banco Interamericano de Desarrollo, JICA, y varias otras agencias  internacionales de cooperación. Esta tarea culminó, durante mi última gestión truncada en 1997, con el proceso de concesión a la empresa francesa Suez, que creó Aguas del Illimani. El contrato exigía una inversión millonaria para garantizar la plena provisión de agua potable y alcantarillado a ambas ciudades. Esto se alcanzó casi en su totalidad y antes de lo contractualmente exigible a principios de la década de los años 2000.

 

Esta concesión fue licitada internacionalmente, luego que, durante mi última gestión, se hiciera un ajuste de tarifas de Samapa, en la que se redujeron las mismas a los consumidores de bajos ingresos, que previamente pagaban tarifas superiores a su consumo real; se mantuvieron las tarifas del consumidor de ingreso medio; y se incrementaron las tarifas a los barrios residenciales de ingreso alto. Además se descubrió una gigantesca corrupción en la subfacturación a los grandes consumidores de agua: la Cervecería y varias embotelladoras de bebidas. El régimen tarifario más equitativo, transparente y racional aprobado bajo mi administración fue aceptado por los ciudadanos y se constituyó en la base tarifaria con la que se hizo la licitación publica internacional.

 

Gracias a las obligaciones contractuales firmadas por Suez, además de su capacidad técnica y gerencial internacional, esa empresa hubiera tomado las medidas precautorias para evitar la actual crisis de suministro de agua, en claro contraste con la deficiente administración estatal improvisada y en manos de actores sociales sin ninguna capacidad ni experiencia técnica o administrativa.

 

La “nacionalización” de Aguas del Illimani (ex-Samapa) en 2006 fue sin duda uno de los errores más graves del actual Gobierno del MAS, medida que en su momento fue apoyada por la administración municipal de Juan del Granado. De haberse respetado los 20 años del contrato de concesión, uno de los logros más importantes para La Paz de mi última gestión como alcalde, hoy nuestra ciudad no sería víctima de la falta de agua potable y servicios de saneamiento básico. Se hubiera renovado parte de la red de distribución, ampliado las represas y concientizado a la ciudadanía en la necesidad de cuidar ese bien.

 

Lo que me lleva a concluir que el amor no está reñido con la buena gestión y la implementación de reformas modernas de administración del sector público. El éxito de la concesión del servicio de agua potable y alcantarillado y la consecuente atracción de inversión extranjera al sector de servicios municipales fue consecuencia de buenas gestiones municipales (cuatro en mi caso), y de confianza en la fe del Estado, respeto al orden establecido y al imperio de la ley y sus garantías. Hoy esas condiciones ya no existen.

 

Ojo alcalde Revilla, en el pasado se utilizó como pretexto mi “enamoramiento” para gestar un golpe municipal artero que tuvo la activa participación del Gobierno central mediante el Ministerio de Gobierno y la complicidad de la Policía Judicial. Como secuela, La Paz tuvo una sucesión de alcaldes corruptos que terminaron enjuiciados con condena de cárcel, empezando por la misma Gaby Candia, pasando por Germán Monroy, Lupe Andrade, y hasta Julio Mantilla. El fantasma del “golpe municipal” de enero de 1997 puede volver al acecho hoy. De eso no le echemos la culpa al amor, sino a los tiempos de cólera en los que estamos viviendo.