Los anuncios deshonestos de Facebook no cuentan como libertad de expresión

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Foto: Nick Wass/AP Photo

Mark Zuckerberg dice que le preocupa la erosión de la verdad. No cree que dejar de expresarse en tiempos tensos sea el camino correcto para una democracia. Tampoco cree que las personas deban tener que vivir en un mundo donde solo pueden decir cosas que las compañías de tecnología juzguen como verídicas.

Las tres preocupaciones tienen fundamento. Pero eso no significa que, como afirma el director ejecutivo de Facebook, la empresa deba publicar falsedades deliberadas y perjudiciales en sus anuncios políticos.

La semana pasada, Zuckerberg habló en la Universidad de Georgetown para defender la decisión de su compañía de permitir que las campañas paguen para promover sus mentiras. Los principios subyacentes a la charla eran nobles. Sin embargo, obviaron la pregunta esencial, que no es si Facebook debería ser generoso con el discurso político, sino si debería permitir que incluso el contenido más obviamente falso tenga alcance ilimitado.

Ciertamente, una empresa privada no debería decidir qué información puede ver el público sobre sus líderes. Es por eso que Facebook debería -y lo hace- permitir que los candidatos digan lo que quieran en las publicaciones diarias. Pero con los anuncios, Facebook ofrece a los candidatos una mano amiga, no una mano justa. El sitio está aceptando dinero para aumentar las publicaciones en los feeds de grupos de usuarios cuidadosamente seleccionados. Esta es una receta para el engaño y la polarización, especialmente porque ya se sabe que los temas incendiarios generan más interacción con la audiencia y, a su vez, un aumento de visibilidad.

Estos mecanismos desmantelan las declaraciones de Zuckerberg de que su empresa debe permanecer neutral: Facebook, en este momento, no es neutral. Y la campaña que esté más dispuesta a distorsionar -en lo que va del año, es la del presidente Trump- cosechará los beneficios de los sesgos algorítmicos del sitio.

No sorprende que Facebook prefiera no ponerse en la posición de decirle “no” a Trump. Los conservadores se quejan cada vez más de una “censura” inexistente, amenazando con legislar límites sobre atesoradas protecciones legales. Y si bien Facebook ha demostrado que puede vigilar que los anuncios políticos no contengan blasfemias, la veracidad es más difícil de evaluar.

Aún así, las cadenas de televisión y los periódicos se han enfrentado a este desafío. Llamar a un candidato “corrupto” es aceptable; circular un engaño difamatorio ampliamente desacreditado no lo debería ser. Las reglas de Facebook deberán tener matices y ser consistentes, y es probable que surjan disputas en elecciones locales y nacionales por igual. La firma ha estado promocionando una junta de supervisión. ¿Por qué no hacer que sus miembros ayuden aquí, con total transparencia y recursos simplificados? Incluso agregar etiquetas de verificación de hechos a los anuncios, como Facebook anunció el lunes que usaría más prominentemente con otro contenido, sería mejor que nada.

Durante su discurso, Zuckerberg relató los intentos de China para exportar su censura agresiva: “¿Es esa la Internet que queremos?”. Por supuesto que no. Pero tampoco queremos una Internet donde la forma de ganar una elección sea mentir. El país no debería tener que elegir entre esas dos opciones.