La vida no tiene reprís

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La vida es hermosa. Acá o allá, cada uno decide. Es el equilibrio entre el deseo de recibir y el miedo de perder.

La mayoría deja por un tiempo y otros cortan sus raíces y se trasladan en busca de mejores oportunidades. Dejan los pueblos que habitan las generaciones cansadas, hombres y mujeres vestidas de ropa usada, rostros tristes a frías e inhóspitas tierras.

Desde que Europa está en crisis, miles de jóvenes abandonan Grecia. Lo mismo pasa en Italia y España. Muchos migran a los Estados Unidos todavía anhelando el sueño americano. Demasiada inseguridad  los obliga a tomar su maleta e ir en busca de un futuro mejor. Que la gente siempre trata de encontrar algo mejor,  confirma el caso de los alemanes.

A pesar de que actualmente están en una posición mejor que otros europeos, cada año 100.000  alemanes abandona su país. Son personas que van en búsqueda de trabajo en otros lugares, mayormente porque no están conformes con la vida “demasiado ordenada” en su país. Factor común entre todos los que  emprenden la aventura de  “dejar  su tierra”. Es el deseo de encontrar algo que no tenían en casa. De todas maneras creo que es fácil para los alemanes, pues hay una gran diferencia entre: querer irse y tener que irse, o querer irse y no poder.

La vida no tiene reprís dijo el preso soñando la libertad. Muy diferente es cuando la razón para irse no está en usted, sino alrededor.

Acá, donde vivimos, me temo que la palabra  futuro todavía se escribe con letras minúsculas. La respuesta a la pregunta: ¿qué nos trae el futuro?, no es universal. Cuanta gente, la mayoría de ellos jóvenes pregunta: ¿Tendré la oportunidad de demostrar que valgo, podré vivir una vida normal?  Es decir llenar mi canasta familiar con lo más necesario sin temer de que me falte dinero al llegar a la caja, ¿tendré trabajo según he estudiado; condiciones necesarias para  formar familia, llegar a la edad de vejez y contar con una jubilación? Para ser más precisa, creo que vivimos tiempos donde en nuestro país muchos se deben preguntar: ¿mañana volveré a casa vivo? Los que se deciden cambiar de país tienen algunas preguntas añadidas: ¿Si me voy perderé mi primer amor, podré llegar a la tierra prometida, podré escaparme de mi misma cuando venga la nostalgia? ¿Me sentiré sola, aunque rodeada de gente, pues lo que para mí es normal para ellos no lo es y viceversa?

¿Podré soportar el ritmo entrecortado de la vida esperando los feriados para poder reunirme con los míos? ¿Gastaré la vida allá en algún lugar con la esperanza que algún día volveré con los ahorros y por fin podré ocuparme del árbol de cereza que está en el jardín de la casa familiar y que nadie se atreve cortar en mi ausencia? ¿Podre algún día olvidar que me fui en búsqueda de la definición de una vida “normal”? Una vez me preguntaron si lo haría igual, si pudiera nacer de nuevo y dije que sí lo haría de nuevo, pero esta vez volvería antes.

Hoy es 8 de marzo, día de la mujer, escribo esta columna y pienso que hoy habrá flores de plástico, chocolates;  tal vez pañuelos de tela barata, regalos efímeros que no quieren decir nada. Mañana seguiremos con un ejército de jóvenes sin empleo, víctimas de crímenes, ante el peligro del consumo de drogas (legales o ilegales: eso no está muy claro todavía, a la legalidad me refiero), violencia domestica, violencia en todos los sectores de la sociedad. Recuerdo la canción que dice: “una nube sin rostro con forma de miedo y amenaza está comenzando a cubrir los cielos…”. ¿Qué harán cuando los descontentos comienzan a caminar, dónde se esconderán cuando el sol enfríe y la razón desaparezca?

Mientras camino por las calles de una ciudad ordenada y limpia en la época de navidad, allá en algún lugar europeo más feliz que muchos otros, observando gente cargar regalos envueltos en papel de lujo, recordé la pobreza, la inseguridad, los miedos; suciedad y preocupación que carga nuestra gente en Bolivia. Recordé los rostros de los bolivianos que en búsqueda de una vida mejor viajan y soportan condiciones inhumanas esperando una vida mejor. Recordé a otros que no han podido salir del país y se quedaron pacientemente soportando las condiciones difíciles de vida. Quisiera poder hablar de un futuro mejor para todos: un futuro donde no habrá miedo de salir a las calles ocupadas de inseguridad y muerte, donde lo licito e ilícito tengan rostros muy claros, donde el bien y el mal no se mezclan como si fuera un helado de bajas calorías. Me temo que irse de acá será cada vez más parecido a un síndrome de la enfermedad terminal porque un futuro incierto, agresivo, sin rostro, sin nombre, falso, ilegal y violento, recién comienza.