Resilencia

0
453
Foto: Revista dat0s 234


Sisinia Anze, autora de varios libros ha sido invitada por dat0s para conocer su visión sobre el momento que enfrenta la humanidad.

“Ningún hombre es una isla entera por sí mismo. Cada hombre es una pieza del continente, una parte del todo” – John Donne

 

Al empezar el 2020 contaba con varios planes y proyectos para un año que se presentaba prometedor. Tenía mi agenda llena: viajes a varias ferias del libro, compromisos para asistir a encuentros literarios, completar la novela que estoy escribiendo, entre muchos otros planes, entonces llegó la pandemia del Covid 19 y todo cambió.

Ya en los últimos meses del 2019 empezó a conocerse sobre un nuevo virus que estaba haciendo estragos en China. Recuerdo que mi hermano, bioquímico de profesión, nos recomendó comprar cajas de barbijos y botellas de alcohol para afrontar la amenaza. Me reí, pensando que era una exageración. Al poco tiempo, el virus se propagó y, literalmente, estaba en todas partes causando pánico, angustia y mucho dolor. Muchos seres queridos se fueron dejando vacío y desolación.

Entre mis lecturas preferidas se encuentra la ciencia ficción. Me fascinan los temas sobre humanos que exploran el espacio, que visitan otros planetas y cuya vida está plagada de situaciones distópicas, temas sobre catástrofes naturales, en las que nuestra civilización se ve obligada a cambios radicales con tal de preservar su integridad. Sin embargo, nunca imaginé que, de un momento a otro, el mundo pudiera detenerse y asemejarse a esas realidades fantásticas.

Recluida en casa, supuse que el aislamiento y el silencio serían condiciones ideales para escribir libre de las tensiones de la cotidianidad, estaba convencida de que esa huida y reclusión obligada serían un gran acicate para la creación de nuevas historias. Pero la realidad era otra, el aislamiento obligatorio no tenía nada que ver con la soledad a la que aspiran los escritores, uno no puede abstraerse de la realidad, por más que las condiciones parezcan propicias, y darle la espalda a un mundo que está siendo sacudido por el avance vertiginoso de un virus mortal. El encierro significó más bien un período de replanteo, un espacio en el que me vi obligada a confrontarme conmigo misma. La pandemia estableció una alteración de mi cotidianidad previa que me permitió ajustar varios de mis valores.

Si bien muchos planes se cancelaron, nos dimos cuenta de que teníamos a mano una herramienta que habíamos aprovechado muy poco hasta entonces; la tecnología. Buena parte de la gente continuó trabajando desde su casa por medio de Internet, incluso, a través de plataformas en la red, empezaron a realizarse eventos que antes se pensaban imposibles. Las plataformas virtuales se constituyeron en solución para parte de nuestros problemas. En mi caso, tuve la oportunidad de asistir a encuentros con escritores que se encontraban en varios lugares del mundo. Gracias a esta nueva forma de socializar, pude conocer a escritoras y escritores de todas partes del globo, tejer redes de conexión y hacer valiosas amistades. Aprendí que las adversidades vienen acompañadas de oportunidades, sólo hace falta abrir la mente y estar dispuesto a adaptarse, a tener en cuenta de que tenemos la habilidad natural para la resiliencia. Aprendí a manejar mejor mi temor a los cambios, que estos pueden ser a la larga beneficiosos, ayudándonos a crecer y evolucionar. Fue así que lo que al principio me causaba miedo y angustia, luego me ayudó a reconstruirme, a conocerme mejor, a auto evaluarme y ser consciente de que la humanidad si no cambia se dirige hacia sucesos que pueden ser peores. La pandemia, es un aviso, una enseñanza que bien aprovechada puede librarnos del despeñamiento global.

Ahora me pregunto: ¿Qué mundo deseamos para nuestros hijos? Por lo pronto creo que una civilización asentada en la violencia, la prisa y la inequidad, es inadmisible. Esta pandemia debe también verse como una oportunidad para evaluar y ajustar nuestros valores ante un mundo que impone nuevos paradigmas a su supervivencia.