Chile 2022 implosivo

Por Redacción Datos
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Chile, Gabriel Boric

Es prematuro señalar que Chile volcará todo el eje al centro y que la victoria de la coalición del candidato comunista permanezca en modo brazos cruzados.

Desde el golpe de Augusto Pinochet en 1974, Chile se había convertido para muchos especialistas y analistas de la realidad latinoamericana, en una diáspora en la que no solo se luchaba contra el comunismo que lo expuso como a carne de cañón, matando y arrojando a sus militantes desde helicópteros al océano Pacífico, con el pretexto de una extraña presencia roja que convivía en sus entrañas. El Gobierno de Pinochet desmanteló todo lo que quedaba de las fuerzas progresistas y sepultó poco a poco, en un espectacular y vertiginoso entierro, al marxismo-comunismo, que pervivía bajo las arrogantes sombras de la dictadura. Fueron 14 largos años, hasta que las voces más ortodoxas, las mismas que habían apoyado la arremetida golpista, se dieron cuenta que se debía reencausar el país por la democracia, que volvía poco a poco a convertirse en el símbolo floreciente de la región, tras el periodo de las dictaduras militares.

La Democracia Cristiana y el Partido Socialista, fueron amarrando una constante crepuscular de cambios que más tarde dieron resultado con la convocatoria a elecciones en las que indistintamente, ambas fuerzas, median ritmo y cogobernaron en la autodenominada Concertación (1990-2010). Chile floreció entonces como el país más civilizado de Latinoamérica, en el que fuerzas antagónicas, podían convivir amablemente construyendo el país del futuro.

Así pasaron dos nuevas décadas alentadas y cimentadas en un orden riguroso en el que la excursión pinochetista hacía vuelo, para argumentar que un país necesita orden y mano fuerte para cimentar su camino al desarrollo. Los amarres eran, por decir lo menos, muy alentadores desde la vereda del frente, porque ni sus vecinos enfrascados en confrontaciones, no se permitían crecer al ritmo del nuevo modelo chileno, quedando expectantes de esa nueva civilización que nos ofrecían las redes de televisión. “Chile señal de progreso”, decían.

Esa cadena de transmisión se desgastó con el correr de los años, no por el rigor propio de la transfusión que aparentaba síntomas de salud esplendida. En 2018 explotó el país para encontrar respuestas que habían permanecido adormecidas durante todos estos años. La gasolina que combustionaba el ambiente no eran milicianos vestidos de guerrilleros ni siniestros terroristas, sino jóvenes salidos de los barrios pobres de Santiago; de un Santiago que se había ocultado sin probabilidades de ser visto. Cientos de estudiantes salieron a exigir al Gobierno por mejores condiciones de educación, salud, alimentación, servicios e igualdad distributiva entre todos.

El modelo chileno de progreso hizo aguas en la nariz de sus élites. La destrucción de las modernas estaciones de metro y sus refinados boutiques y paseos, volaron por los aires. La destrucción se hizo presa del país exigiendo una Asamblea Constituyente que tuvo que atenderse urgentemente. En ese ambiente se enfrentaron dos modelos antagónicos en las elecciones de 2021. Para sorpresa de todos, los dos candidatos más votados, José Antonio Kast heredero del pinochetismo y Gabriel Boric, raro croata comunista, se midieron en una segunda vuelta en la que por 54% salió ganancioso el candidato del Partido Comunista apoyado por otros frentes de similar tendencia.

Chile 2022

A Chile del 2022 le espera la encrucijada feroz del cambio. Los más exigentes analistas dicen que el modelo chileno no cambiará. Eso parece, tras conocerse al gabinete que acompañará al presidente donde destacan exfuncionario de la Concertación. Empero, a ellos habría que preguntarles qué modelo especial modelará una Chile añeja y la que busca al mismo tiempo cambios sustanciales. La sinuosidad está en las arterias y corre por la sangre. 2022 no es un año de venganza. Mucha agua ha transcurrido desde 1974, pero las identidades fragmentadas que se dividen y recorren por el mundo, están más tensas y polarizadas que antes. Chile, será una puerta abierta para que esa polarización penetre el país como quien no hace nada.

Se dice que Gabriel Boric, no puede ser comunista porque es descendiente de croatas, que su reputación política, en cuanto a amistades, encaja más en la órbita de facinerosos neofascistas que claman un mundo libre, que en la de los descendientes de Castro, Chávez y del propio Ortega. Nadie parece creer que eso suceda, pero Chile se ha abierto un camino expuesto de cicatrices que pueden seguir detonando, porque el progreso que les habían regalado de a mentiras, perdura más allá de ideologías y el nombramiento de funcionarios de clase neutra, en el que sobresalen muchas mujeres.

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