No queda ya ninguna rama energética que no se haya visto sacudida por la crisis iniciada el verano pasado y agravada por la invasión rusa de Ucrania. Primero fueron el gas y el carbón. Luego, la electricidad y el petróleo. Y ahora es el turno del diésel y el queroseno, derivados del crudo y fundamentales tanto para el transporte de mercancías como para el sector aéreo. El precio de los dos combustibles, englobados en el grupo de los destilados medios, lleva semanas encadenando ascensos notablemente mayores que los de la principal referencia del mercado petrolero en Europa (el brent), complicando las cuentas a transportistas, aerolíneas y consumidores en general, y agravando la escalada inflacionista.
Si en el caso del queroseno el problema es más patente en Estados Unidos —en especial en los aeropuertos de la costa Este—, en el del diésel la escasez se hace más patente en Europa que en otras latitudes. Por dos motivos: porque su dependencia de la producción rusa es mayor y porque el gasóleo es un carburante mucho más extendido. El asunto llega, además, en plena recuperación económica, con la demanda de productos al alza —más necesidad de diésel para los camiones, especialmente en países como España, en los que el transporte de bienes por tren es prácticamente testimonial— y con las aerolíneas recuperando gran parte de su programación de vuelos anterior a la pandemia.
Las alarmas terminaron de dispararse a finales de marzo, cuando el director ejecutivo del gigante de las materias primas Vitol, Russel Hardy, alertó de un “déficit sistémico” de carburantes en el Viejo Continente. Desde entonces, tanto las petroleras como las autoridades se afanan por esquivar el peor de los escenarios posibles: el del desabastecimiento.
“Los gasóleos que se importaban de Rusia ahora no está llegando, como tampoco llega fuelóleo y otros productos que se utilizan para elaborarlos”, explica Antonio Merino, economista jefe de Repsol. A esta restricción se le sumó un “fuerte aumento” en la demanda tanto de diésel como de queroseno ante la proximidad de la Semana Santa. “Este recorte no previsto del suministro ruso tiene lugar en un periodo en el que muchas refinerías en el hemisferio norte están paradas por mantenimiento. De ahí la falta de diesel en EE UU. Además, tampoco están a alto rendimiento las refinerías asiáticas que elaboran muchos destilados medios”, afirma, al tiempo que recuerda que el proceso de elaboración de diésel es muy intensivo en gas natural, una materia prima que ha multiplicado por cinco su precio en el último año.
Tampoco ayuda el recorte de 3,2 millones de barriles diarios en la capacidad global de refino en los años inmediatamente anteriores a la pandemia. El resultado: Europa tendrá que mirar a EE UU y, sobre todo, a Oriente Medio y a India para cubrir sus necesidades de consumo a corto plazo, como reconoce por correo electrónico un portavoz de la patronal comunitaria de operadores de refino, Fuels Europe. Según los cálculos de esa asociación, la UE tiene que importar aproximadamente la quinta parte del gasóleo ya refinado que consume. Hasta finales de febrero —cuando Vladímir Putin ordenó la invasión de Ucrania—, Rusia aportaba el 80% de esa cantidad. Por países, los más expuestos son Alemania, Francia y Polonia. Este último, de hecho, ya ha tomado cartas en el asunto con la compra —esta semana— de un importante cargamento de diésel procedente de Arabia Saudí.
Este verano, según los datos de BloombergNEF, la demanda global de queroseno crecerá en más de un tercio respecto al año pasado. Un aumento considerable y difícil de absorber por un mercado que atraviesa uno de sus periodos de mayor tensión en décadas. “En circunstancias normales, este incremento estacional se podría cubrir sin mayores problemas”, apunta Hedi Grati, de la consultora IHS Markit, en declaraciones a la agencia estadounidense de información financiera. La guerra, sin embargo, ha reducido en 750.000 barriles diarios los envíos rusos a Europa. En paralelo, China también ha reducido sus exportaciones de carburante.
El canal de contagio sobre la inflación —la variable macroeconómica que centra todas las miradas en las últimas semanas— es prácticamente directo: si se encarece el trasiego de productos o los billetes de avión, sufre el bolsillo de los ciudadanos y se dispara el IPC. En ambos casos, las ramificaciones se extienden sobre toda la economía: del sector agropecuario a la gran distribución, pasando por el turismo o la industria. No hay sector que no se esté viendo zarandeado por el alza de precios del queroseno y, sobre todo, del diésel.
España, exportador neto
El único país europeo excedentario en el mercado de diésel es España, según remarca el jefe de análisis de Repsol. La razón: una extensa red de refinerías que le permite ser exportador neto de carburantes para automoción. Pero tener el suministro mucho más asegurado que otros vecinos no evita un fortísimo impacto sobre los precios que lleva semanas dejándose sentir en los surtidores. La semana pasada superó a la gasolina por primera vez en la última década.
Merino, sin embargo, confía en que la situación se normalizará en los próximos meses. Tanto en el caso del gasóleo como en el del combustible para aviación: “Es algo coyuntural: en cuanto las refinerías vuelvan a operar a pleno rendimiento, el problema se solucionará. Y, si hay algún imprevisto, los países europeos cuentan con reservas estratégicas que pueden liberar”. Así lo cree, también, Mark Williams, de la consultora sectorial Wood Mackenzie: “Los precios altos harán que las importaciones sigan en niveles altos”. Ese escenario de escasez es aún más improbable en España: “No va a haber un déficit de diésel”, zanja el responsable de estudios de Repsol.