La otra cara del arte

Por Ariel Mustafa Rivera (Galerista)
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Teatro Nuna, La Paz, arte, cultura

El consumo de manifestaciones artísticas en el país en general –y en la ciudad de La Paz en particular– crece a diario. No hay un día en el que uno no tenga a mano más de un par de posibilidades para escoger opciones que van de las fiestas y entradas folclóricas al arte callejero hasta teatros, museos, galerías de arte, conciertos y presentaciones de libros.

Entre todas esas opciones tenemos el latir cultural de la ciudad, las formas de expresión y manifestaciones artísticas que nos crean identidad –independientemente de si son entradas folclóricas de bailes nativos o interpretaciones sinfónicas de obras decimonónicas europeas– pues para nuestro placer aún no llega al arte el chauvinismo de cerrar fronteras a lo que viene de afuera.

Sin embargo, es vital detenerse en un importantísimo detalle que necesariamente debe marcar diferencias, y es que más allá de lo que se nos ofrezca está la manera de quienes la hacen. Porque debemos diferenciar a quienes realizan estas actividades como un pasatiempo, como un hobby para llenar vacíos, de quienes lo hacen como una forma de vida, y he aquí lo que quiero destacar, quienes lo hacen como una forma de ganarse la vida. Y esa es la marca de los creadores.

Es que montar un espectáculo, escribir un libro, componer, interpretar, pintar o esculpir representa todo un proceso con una carga que se sostiene en años de formación y en incontables días y noches de preparación. Porque si lo que vemos de la función dura hora y media, lo que no vemos son los días de adaptación, ensayos, detalles técnicos, etc. etc.; cuando vemos una pintura no vemos los materiales tomando forma, la experimentación de colores para alcanzar lo que se busca, las noches en blanco, etc. etc.; y así podemos seguir con toda creación artística. Y es lógico que todo ese trabajo esté destinado a un público, un público que busca o que se encuentra con el artista. Ávido de ver, de escuchar, de conocer.

oleo de Gilka Wara

Oleo de Gilka Wara

Y es aquí donde aparece esa otra cara del arte. ¿Cómo llega la obra al público? ¿Cómo se puede conocer a un artista? ¿De qué manera montar un espectáculo para que alguien pueda verlo? Estas interrogantes tienen una doble respuesta. La primera: debe hacerse de manera oficial. Es decir, el Estado y los municipios deben hacerse cargo de la promoción artística. Muy cierto. Por ello los concursos nacionales y municipales de escritura, de pintura, de artes escénicas; luego también los ambientes públicos; teatros municipales, casas de las culturas, museos, galerías, bibliotecas. Políticas públicas bien intencionadas y empleados públicos que cumplen su labor con pocas o muchas ventajas según cada caso.

La segunda: los que ni son parte de los procesos creadores ni del stablishment oficial encargado de promocionarlo. Aquellas personas que de mutto propio y bajo su riesgo apuestan por el arte. Editores, libreros, galeristas, dueños de espacios para promover las artes escénicas, entre otros.

Qué los motiva, porqué lo hacen. Ellos arriesgan capital y tiempo y trabajan en beneficio de los creadores y del público. No “tienen” que hacerlo, lo hacen para cubrir los vacíos que las entidades públicas dejan y se convierten en una suerte de facilitadores y lo hacen como una forma de generar dinero para ellos mismos. Es decir, ven el arte también como un negocio, como una forma de vida, y eso es lo que hace que su existencia sea básica y fundamental para el sostenimiento y la buena salud de las actividades culturales. Basta con el facilismo de creer que el artista vive para el arte. Entonces estos facilitadores sirven para que los artistas puedan ver los frutos económicos de su arte y el público acceder a ese arte. Luego los escritores escriben, los actores actúan, los pintores pintan y los músicos componen y esos otros se encargarán de que los libros se vendan, los cuadros se expongan, las obras se pongan en escena y la música trascienda las salas de ensayos.

Y arriesgarán y probablemente ganarán dinero para ellos y para los artistas y harán que esa rueda siga girando y hoy serán unos libros, unos cuadros, una piezas y mañana otros. Y el público valorará su trabajo junto al de los artistas y si quiere comprará el libro o el cuadro o pagará sus entradas. Y entonces el ciclo estará completo.

Es buena la presencia de ambos, los oficiales y los emprendedores. Pero no las confundamos. Unos buscarán una cosa y los otros, otra. Unos promocionarán a nóveles, los otros harán que los consagrados sigan. Ambos son buenos y necesarios, pero para bien definirlos me robo una frase del pintor peruano Fernando de Szyszlo cuando comparaba el arte con la artesanía y la utilizó para comparar los emprendimientos artísticos oficiales y los privados –parafraseo, no cito–. “Me gustan los caballos de pura raza y me gustan los autos de fórmula uno, pero no hay porqué mezclarlos, no por eso los haría correr juntos”.

 

Edición 212, revista dat0s Bolivia

Revista dat0s. Nro. 212

Este artículo fue publicado originalmente en la edición 212 de la revista dat0s de julio de 2018. La versión en formato PDF se encuentra disponible en nuestra Colección aquí.

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