Elon Musk compra Twitter y otras señales del fin de una época digital
Eran las 15:12 en Nueva York cuando Elon Musk publicaba el siguiente tuit: “Espero que incluso mis peores enemigos permanezcan en Twitter, porque eso significa la libertad de expresión”. Al hombre más rico del mundo solo le faltaba una plataforma de comunicación. Entre otros negocios disruptivos, ya poseía en grados diversos SpaceX, una agencia de exploración espacial; Neurolink, una compañía de implantes cyborg; OpenAI, un laboratorio de innovación en inteligencia artificial; y Tesla, una empresa de coches eléctricos que en realidad, afirma Kate Crawford en Atlas of the AI, es sobre todo una factoría de baterías. Al comprar Twitter por cerca de 44,000 millones de dólares, Musk suma a su imperio la red social más importante de su vida. Y de todos los que nos dedicamos a narrar, comunicar y opinar.
Como usuario, Musk no solo ha sido muy polémico en Twitter, también ha demostrado que la red social puede ser un laboratorio de ideas (The Boring Company, que se dedica a la perforación y las infraestructuras, nació con un tuit) y de especulación (ganó 4,000 millones con un tuit en el que anunciaba la intención de comprar 100% de Tesla). En estos momentos cuenta con 83 millones de seguidores. Como nuevo dueño, promete mayor transparencia de su algoritmo, cambios acerca de la libertad de expresión, un plan de viabilidad económica y algunas novedades técnicas (como la opción de editar los tuits). La empresa saldrá de la Bolsa de valores. Y quedará bajo un único timón, una psicología única.
Su más reciente intervención en el núcleo duro del siglo XXI está en sintonía con su ideario, siempre ambivalente entre la utopía y el lucro salvaje. Al igual que defiende la necesidad de impulsar la energía solar y las energías renovables, la simbiosis entre el hombre y la máquina o que la humanidad se convierta en una especie interplanetaria tras regresar a la Luna y pisar Marte, dice estar convencido de que la privatización de Twitter es fundamental para la libertad de expresión y para la democracia. Sin duda su discurso es más sólido y más interesante que el de otros millonarios como Jeff Bezos o Mark Zuckerberg, y él ha hecho aportaciones más relevantes en términos de progreso tecnológico; pero no deja de ser ambiguo y cuestionable.
La crítica cultural y profesora de Harvard Jill Lepore ha analizado sus contradicciones en el podcast The Evening Rocket. Y ha llegado a la conclusión de que todo su programa vital adapta a nuestra época los referentes de la ciencia-ficción que Musk absorbió durante la infancia y la adolescencia. Para entendernos: la saga de Fundación, de Isaac Asimov, o las aventuras de Iron Man/Tony Stark, con quien se identifica. Se ve a sí mismo como un superhéroe, un líder planetario en el nuevo panorama del capitalismo especulativo de las startups y las plataformas. En un mundo presuntamente horizontal su figura aparece, en cambio, en lo alto del capital clásico, criptomonetario y simbólico.
Son muchas las señales que anuncian el fin de la edad dorada de las grandes compañías tecnológicas tras cerca de 20 años de expansión sin pausa ni ley. La investigación Facebook Papers, de finales del año pasado, evidenció que Meta sabe perfectamente que Facebook es usado para el tráfico humano y que Instagram daña la psique de las adolescentes, y no hace nada para remediarlo; los sindicatos que surgen finalmente en Amazon o Alphabet; los escándalos en Spotify por difundir el negacionismo de la vacuna contra el COVID-19; o el remarcable descenso de suscriptores en Netflix son síntomas de que nos encontramos en un momento de inflexión. Que Elon Musk haya comprado Twitter no hace más que subrayar 2022 como el año en que están cristalizando cambios decisivos.
La Unión Europea acaba de aprobar la Ley de Servicios Digitales. Va a obligar a las plataformas tecnológicas con más de 45 millones de usuarios a regular en serio los contenidos ilegales y la desinformación, y a proporcionar más datos acerca del funcionamiento de sus algoritmos bajo amenaza de multas que pueden alcanzar hasta 6% de su facturación global. Es un proyecto paralelo al de la Ley de Mercados Digitales, con clara voluntad antimonopolio. Cuando entre en vigor, presumiblemente en un plazo de 15 meses, Google, Meta y Amazon —entre otras corporaciones— iniciarán una nueva etapa en el Viejo Continente. Bajo la nueva dirección de Musk, Twitter —que tiene unos 329 millones de usuarios— parece dirigirse precisamente hacia las políticas de transparencia y de control que propugnan las directrices europeas.
La ciencia ficción no es solo el nuevo realismo, es el nuevo orden de la realidad. Pero como se ve en Super Pumped, la serie de televisión sobre Uber y su tóxica conquista del transporte urbano internacional, o The Dropout, la miniserie que narra la estafa millennial de Elizabeth Holmes con su empresa médica Theranos, quienes están escribiendo el guion del futuro son sobre todo narcisistas peligrosos. Al mismo tiempo que predican la revolución democrática de un mundo en red, se sitúan en lo alto de la nueva pirámide. Todo cambia para que permanezca más o menos igual. Por eso me pregunto si la adquisición de Twitter por parte del cocreador de PayPal forma parte de las señales de cambio positivo en la historia de las plataformas digitales o de la catálisis hacia la distopía de lo que Shoshana Zuboff ha llamado el capitalismo de vigilancia. Mientras lo descubrimos, esperamos la serie sobre Musk. Y ese capítulo sobre la negociación y la compra de la red social que sin duda será digno de la serie Succession.
Jorge Carrión es escritor y crítico cultural.