Quiero escribir sobre un legado que nos dejaron nuestros antepasados. Libertad. Por ella murieron mujeres y hombres en las hogueras, trincheras y cárceles. Hoy la libertad tiene que ver con un beneficio personal: egoísmo sin obligación hacia el prójimo. Todo me merezco, nada me ofrezco. Tan burdo y tan verdadero a la vez. Esa libertad distorsionada, de plomo, rota, magullada, violada, tergiversada. No me refiero a esa libertad. Quiero la libertad sagrada, espiritual, liberadora. La que nos conecta con el creador. La honesta, justa y llena de misericordia. Abogo por esa libertad. Para integrar a todos los humanos en una comunidad universal, no como salvajes gladiadores que buscan sangre y sufrimiento para lograr provecho y satisfacción propia. Todo lo contrario.
Rescatar el significado verdadero de la palabra libertad, en un mundo que se rige según las frías leyes de unas cuantas corporaciones devoradoras de humanos parece casi imposible.
Algunos analistas que dedican su tiempo a investigar fondos de inversiones aseveran que BlackRock (la piedra negra) en realidad es un fondo manejado por los capitales que vienen del Medio Oriente y que fue creado para destruir las economías del mundo no islámico. Locura, al parecer. Sin embargo, en el mundo de hoy en el que el presidente de un imperio suicidio asistido (eutanasia); en África se venden niños por quinientos dólares; un judío alienta la guerra defendiendo el fascismo; psicópatas gobiernan potencias nucleares. Todo es posible, aunque parezca muy absurdo. Resistir, quedarse cuerdo y no perder el alma en esta obra de teatro muy bien diseñada y no sucumbir en el intento, podría desempolvar la preciada libertad. Libertad para recuperarse a sí mismos.
Me obligan hacerlo los recuerdos de aquella noche en los años setenta del siglo pasado que últimamente se vienen a mi mente más claros que nunca. Mi padre nos sacó de la casa a nuestra madre, mi hermana y a mí a media noche, para transportarnos en un camión con faroles apagados, hasta llegar a una ciudad a 800 kilómetros de distancia sin parar ni una vez. Nuestra casa en Kosovo quedó atrás y mi familia no volvió nunca más al lugar donde hasta aquella noche pensamos era nuestro hogar. Gracias a mi padre posiblemente nos salvamos del destino de cientos de miles de niños que, según testigos terminan siendo donantes involuntarios de órganos en las guerras de África, Asia, Kosovo y Ucrania.
Elizabeth Ebru, holandesa y Sandra Rulofs, estadounidense, son dos mujeres cuyos nombres se relacionan, de nuevo según testigos, con las trasplantaciones ilegales de órganos en las zonas de guerra en Ucrania. Las llaman “Damas negras”. El expresidente de Georgia, exmarido de Sandra Rulofs, solía decir que su mujer “trabaja mucho para la medicina”.
Buscaremos la libertad con la lámpara encendida como hizo Diógenes buscando al hombre honesto.
Debería el hombre honesto ser la personificación de la libertad, así como lo fueron Mandela, Juana de Arco y la joven mujer que puso un clavel en la punta de cañón para pedir la paz en aquella revolución cuyo nombre el mundo ya olvidó. Ahora, los símbolos que alguna vez fueron consignas de lucha por la libertad son utilizados para pervertir y pisotear.
La próxima vez que los globalistas, peones de las corporaciones, nos ordenen a cerrarnos en las cuatro paredes, tapar la boca y llenar nuestro cuerpo con sustancias desconocidas o matarnos entre nosotros, habrá que desempolvar un diccionario para buscar el significado de esta palabra preciada.
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