La cumbre de los países desarrollados a los que se sumaron Brasil y Argentina ha culminado con apretón de manos por un lado y diferencias insalvables por otro. Entre los mandatarios latinoamericanos se han notado los contrastes. Javier Milei, el argentino, ha vuelto a sonar a su manera y acabó condecorado por el ucranio Zelenski con el compromiso inalienable de proporcionar aviones y si es necesario desplazar tropas para poner más fuego a la guerra en Europa. Lula da Silva en cambio evitó proximidad con el presidente estrella de la cita, de nuevo, Zelenki. En las fotos de familia de los presidentes en grupo y por separado quien destacó frente a las luces de las cámaras fue Zelenki, de nuevo.
Luego de los apretones de mano y las frases de rigor, la palabra que más se escuchó y hasta se estampó en el documento oficial de la reunión ha sido “paz”. El plan para avanzar la mágica palabra es que Rusia reconozca que ha cometido un atropello y devuelva todo lo que ha ganado hasta ahora, que no es poco y que todo así vuelva a un punto muerto, es decir a la normalidad: sin vencedores ni vencidos. Ese documento, por supuesto no se lo traga Putin, él sabe que la paz propuesta por Zelensky es la modalidad más corta para el desastre nuclear. No es porque lo quiera, simplemente la ebullición de la guerra ha puesto a Rusia en una posición de vencedor y lo que ahora quieren las potencias y sus representantes es hacerlo ver al líder del Kremlin como Hitler, cuando pedía anexar Polonia y otros enclaves para poner fin a la Segunda Guerra Mundial. De ahí las comparaciones.
Podría ser una salida, pero la respuesta de Putin ha sido clara, puede darse la paz siempre y cuando todo lo que se ha avanzado no retroceda y evitar que Ucrania pase a formar parte de la OTAN, como lo estipulan los acuerdos del Viaje a las Estrellas, no del Dr. Spock y su turba, sino los alcanzados en Dinamarca cuando Gorbachov y Reagan se estrecharon en un abrazo para evitar la guerra nuclear.