Un campeón de oro

El serbio Novak Djokovic suma a su estantería la medalla olímpica de oro que faltaba.

Ver las Olimpiadas es un privilegio de los dioses del Olimpo (por los griegos que las establecieron en 1896). Ver tanto nivel, disciplina y coraje en las pistas donde se definen las coronas es envidiable en el sentido que quisiéramos estar ahí, gritando el nombre de algunos de los nuestros. Ese orgullo muy patriótico sin ideologías (o quizá si para alimentar el ego) escala niveles de adrenalina que no tienen comparación en una final de un campeonato copero. Aunque las transmisiones sean planetarias, ayer mientras asistía al partido que definiría la medalla de oro del tenis entre el español Carlos Alcaraz y el serbio Novak Djokovic, algo en la cancha de tierra batida parecía poco más lento que de costumbre. Es que la transmisión cursaba en hologramas, desesperado asumí algún tipo de error. Buscando uno y otro canal me vi obligado a volver al mismo.

Perfecto, aunque no tan preciso en algunas maniobras, presencie la final de la competencia de tenis con las imágenes holografiadas de los dos mejores tenistas de la actualidad; el árbitro que movía la cabeza en el pin pan del raqueteo (que ayer fue intenso), todo en vivo y en directo.

El serbio (en hologramas) lanzó dos veces al suelo la raqueta y el español correctísimo en esas imágenes no evitaba el puño cerrado en lo alto cada vez que ganaba un punto complicado.

Será una de las últimas transmisiones que veré en este formato. Me pregunté luego. Djokovic ha conseguido el último galardón que puede desear un deportista: el oro olímpico. Será que ahora le baja tanta adrenalina y comienza a pensar en la retirada.