Lula ante la miseria humana

Por Claudio Fantini (Noticias)
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Líderes de la región que el presidente de Brasil considera camaradas ideológicos muestran miserias humana.

Mientras Lula sigue esperando en silencio que Nicolás Maduro muestre las actas, gobernantes y líderes que defienden al régimen chavista y se proclaman alineados al presidente brasileño, siguen exhibiendo sus miserias. Además de un resultado poco satisfactorio para su liderazgo en las elecciones municipales brasileñas, el líder del PT y jefe del Planalto tuvo en la región varios malos tragos.

El capítulo Bolivia

Cuando el presidente de Bolivia parecía acorralado por la multitudinaria marcha que encabezó Evo Morales hasta La Paz con la evidente intención de derrocarlo, sacó un inesperado golpe bajo que lo puso de cuclillas. Demasiado oportuna para Luis Arce la denuncia contra el expresidente y excamarada suyo en el Movimiento Al Socialismo (MAS), para no sospechar que el mandatario actual no tuviera nada que ver con revelaciones espantosas sobre el líder cocalero que gobernó durante trece años. Pero, peor que la posible maniobra judicial del actual presidente para conjurar la ofensiva en su contra, es la denuncia de que Evo Moralestiene una hija por la relación que mantuvo con una niña de quince años.

A renglón seguido de que el ministro de Justicia César Siles hiciese conocer esa denuncia, desfilaron testimonios sobre la adicción del líder izquierdista a tener sexo con menores de edad. La presunta violación de la niña que engendró una hija, habría ocurrido hace ocho años, cuando Evo Morales era presidente. En ese periodo y posiblemente también antes y después, el líder cocalero habría acudido recurrentemente a la trata para saciar su sed de estupro y de violación.

La denuncia surge de la prueba que mostró la fiscal de Tarija, Sandra Gutiérrez: nada menos que el certificado de nacimiento firmado por el padre reconocido, el expresidente que está luchando contra Arce para recuperar ese cargo. La funcionaria fue inmediatamente cesada en sus funciones, porque sus jefes responden al ala del MAS que lidera Morales. Con eso alcanza para tener alguna certeza de que el lado oscuro de Evo Morales sería aún más oscuro y viscoso que el de Alberto Fernández (que le propinó una golpiza a su esposa que dio la vuelta al mundo en menos de un abrir y cerrar de ojos).

Su sed de poder lo llevó a sublevarse contra el Estado para derrocar a su ex camarada y artífice del auge económico que caracterizó a su gobierno: quien fuera su ministro de Economía, Luis Arce. Y en esa lucha le estallaron las revelaciones que podrían destruir definitivamente buena parte del respaldo popular que aún conserva.

Nicaragua otro tópico

En el mismo puñado de días, otro aliado ideológico Daniel Ortega expuso su ruina moral. Por cierto, el dictador nicaragüense lleva larguísimos años mostrando sus abyecciones, pero la muerte de su hermano fue otra exhibición de esa miseria humana que le impidió quedar en la historia de Nicaragua como un prócer respetado.

Sucede que Humberto Ortega murió siendo un prisionero político de su hermano mayor por oponerse a la sucesión dinástica del poder y por cuestionar la deriva dictatorial que lo convirtió en un dictador fraudulento y represor como Anastasio Somoza, el tirano que ambos habían derrotado con la insurgencia sandinista en 1979. Humberto había estado a su lado a lo largo de toda la guerra revolucionaria. Y había creado, organizado y comandado durante quince años el Ejército Popular Sandinista, como brazo militar del Estado que el FSLN había liberado de la dinástica tiranía somocista.

Por cierto, no era precisamente un personaje angelical. Como jefe del ejército nicaragüense, aplastó la rebelión de los indios misquitos haciendo correr ríos de sangre en la brutal limpieza étnica que los removió de sus tierras ancestrales. Y seguramente no habrá sido su único crimen. Pero desde que su hermano mayor, quien había recuperado el poder a partir de un pacto de impunidad para que el corrupto ex presidente Arnoldo Alemán dividiera el Partido Liberal facilitándole el triunfo en las urnas, comenzó a convertirse en el dictador que encarcela opositores, incluidos antiguos comandante y de varios héroes sandinistas de la guerra contra el somocismo y después contra las milicias contrarrevolucionarias financiadas por Ronald Reagan, Humberto Ortega alzó la voz denunciando esos atropellos y traiciones.

Primero habló en tono de consejo, pero claramente crítico con la deriva en la que se embarcaron Daniel Ortega y Rosario Murillo. Después intentó que se abra un diálogo amplio para regresar a la institucionalidad democrática, pero sólo logró que su hermano y su cuñada acrecentaran el desprecio que ya sentían por él. Su sentencia final llegó al rechazar públicamente la posibilidad de que Rosario Murillo sucediera al esposo en la presidencia, completando el régimen dinástico. A pesar de su edad y deterioro físico, Daniel Ortega ordenó la detención del hermano menor. El general Humberto Ortega murió privado de la libertad, siendo uno de los máximos próceres del sandinismo.

El hombre que creó y comandó el Ejército Popular Sandinista, el guerrillero que luchó en los campos de batalla y después dirigió la guerra contra la insurgencia pro-Reagan, fue velado por sus hijos y nietos sin recibir los honores ni el funeral de Estado que le correspondían. El nombre de Humberto Ortega quedó en lista de combatientes sandinistas que fueron sancionados, perseguidos o encarcelados por cuestionar la dictadura imperante en Nicaragua. Tan o más miserable que Daniel Ortega y Evo Morales, es Nicolás Maduro, cuyos voceros llegan al cinismo de explicar que el régimen no muestra las actas electorales “porque lo esencial es invisible a los ojos”.

Mientras la envilecida dictadura venezolana se burla de la voluntad popular citando a Saint-Exupéry, el jefe del Planalto espera en silencio y con paciencia búdica que Maduro muestre las actas. Una actitud que contrasta con la claridad, transparencia y sentido común que exhiben las denuncias de otros presidentes, como el chileno Gabriel Boric, el uruguayo Luis Lacalle Pou y el guatemalteco Bernardo Arévalo, además de corroborar que Lula puede ser un buen presidente de Brasil, pero un lamentable líder latinoamericano.