2024 fue un año decisivo para casi la mitad de la población mundial. Entre el ascenso de gobernantes autoritarios, polarización y bulos, cabe preguntarse por el estado actual de la democracia.
La democracia es un sistema que para funcionar bien necesita que haya muchos millones de personas bastante educadas y bastante interesadas en lo público. Eso no sucede en casi ningún lugar del mundo”, dice el periodista y escritor argentino Martín Caparrós. Aunque su afirmación puede parecer desdeñosa, pues en nuestro mundo desigual hay grandes razones materiales para que no haya ni lo primero ni lo segundo que plantea como condiciones para la democracia, eso no excluye que tenga razón.
Las elecciones presidenciales más recientes en el mundo nos han mostrado cómo, a través del sistema electoral democrático, el poder se ha repartido entre figuras sumamente problemáticas para la democracia misma. En 2024 se eligieron o reeligieron mandatarios como Nayib Bukele en El Salvador, Donald Trump en Estados Unidos, Vladimir Putin en Rusia y Nicolás Maduro en Venezuela. A finales de 2023, para sumar al ramillete, Argentina eligió al ultraderechista Javier Milei. Por supuesto, cada país tiene sus particularidades y en casos como el de Venezuela, donde el proceso electoral tuvo tantos cuestionamientos y poco reconocimiento internacional, el análisis requiere un tratamiento aparte.
Vale nombrar, sin embargo, que lo que hay en común en este balance de ganadores presidenciales es que la democracia moderna parece en crisis; o, al menos, la idea de la democracia representativa como forma para promover la libertad de las personas de forma justa e igualitaria. A esto se le añade que diferentes investigaciones han mostrado que existe cada vez menos confianza en las instituciones democráticas, que se ha vuelto recurrente la controversia en los procesos electorales y que el mundo digital está siendo usado para difundir la desinformación y las narrativas violentas en cada nueva campaña. ¿Se puede interpretar esto como una crisis de la democracia moderna? ¿Hay alternativas?
Incertidumbre y falta de credibilidad
Un informe del Instituto Internacional para la Democracia y la Asistencia Electoral (IDEA), conocido como The Global State of Democracy 2024, mostró que a nivel mundial la credibilidad de las elecciones en más de una quinta parte de los países analizados (39 de 173), fue peor en comparación con estimados de 2018. Pero va más allá. A lo largo de las últimas décadas, la forma en que las personas se relacionan con los procesos electorales ha cambiado, y la participación electoral ha disminuido, pasando del 65,2 % al 55,5 % en los últimos 15 años. Mientras tanto, las protestas y disturbios han aumentado. Entre mediados de 2020 y mediados de 2024, una de cada cinco elecciones fue impugnada legalmente, siendo el voto y el conteo de votos los aspectos de mayor disputa en los procesos electorales.
Vivimos en una era de incertidumbre que afecta la estabilidad de los sistemas políticos. No se trata solamente de las votaciones, sino de los perfiles políticos que resultan ganadores y los valores que promueven. El mismo estudio de IDEA encontró que los países en donde el desempeño democrático ha disminuido superan ampliamente a aquellos en donde se avanza. Esto se ha notado principalmente en representación (elecciones creíbles y cuerpos legislativos más efectivos) y garantía de derechos (igualdad económica, libertad de expresión y libertad de prensa).
Las declaraciones públicas de líderes políticos que cuestionan la credibilidad de los comicios, o impugnan judicialmente los resultados, ocurren con gran frecuencia en países de distintos puntos del mundo. Lo vimos con claridad en 2020 cuando Donald Trump perdió ante Joe Biden y dijo que era un “fraude electoral” o con Jair Bolsonaro en Brasil, en 2022. En ambos casos, el mensaje que recibieron sus votantes los lanzó a las calles a boicotear a los ganadores. A pesar de que posteriormente se demostró que no hubo fraude en ambos casos, el imaginario de desconfianza que crean y difunden estos políticos es muy difícil de transformar.
Para Juan Camilo Plata, doctor en Ciencia Política de la Universidad de Vanderbilt, investigador asociado del Observatorio de la Democracia y editor de la revista Colombia Internacional de la Universidad de los Andes, en la discusión sobre la crisis de la democracia en el mundo es importante distinguir entre las percepciones de los ciudadanos y las acciones de las élites políticas. La caída en el nivel de apoyo a la democracia y en la confianza en las instituciones refleja las expectativas actuales de la ciudadanía. El mayor nivel de educación, el acceso a la información y la persistencia de problemas en la calidad de vida de la ciudadanía hacen que sea más crítica frente a los resultados del sistema democrático.
Como indica Plata, esa actitud crítica no es negativa en sí misma, y hace parte de las posibilidades que los ciudadanos encuentran dentro de la democracia y no en regímenes autoritarios. Lo preocupante es que las élites políticas actúen sin respetar los derechos de la ciudadanía. Los gobiernos de corte autoritario son posibles, en parte, por el énfasis que se ha puesto en la dimensión electoral de la democracia, como veremos.
La tiranía de las mayorías
Al sistema democrático se le han hecho críticas desde hace siglos, no solo ahora, cuando vemos resultados electorales tan desconcertantes para muchos.
Partamos de la base de que la democracia moderna es representativa porque la población entera, siendo tan numerosa, no tendría cómo decidir directamente ningún asunto. En esa medida, se escogen representantes que toman decisiones por la ciudadanía. Este modelo, por supuesto, no deja de tener problemas. La socióloga de origen aymara y nacida en Bolivia Silvia Rivera Cusicanqui ha analizado ampliamente las desigualdades que se encuentran en el origen mismo de un sistema político que fue impuesto a las poblaciones indígenas colonizadas. Como, en teoría, la ciudadanía es la base de este sistema que considera a todas las personas por igual, resalta lo importante de reconocer la diversidad para encontrar otras formas de organización que consoliden la democracia lejos de la mentalidad colonial que persiste. Sin duda, esto también obliga a pensar en cómo promover la justicia social de grupos que han permanecido excluidos.
Además, ¿cómo hacerle el quite a la voluntad de las mayorías para que no aplasten los derechos de las minorías? ¿Cómo promover ambientes democráticos e igualitarios en un mundo que tambalea entre el miedo y la exaltación? De estas preguntas surge otra preocupación: la democracia no termina en el voto.
Plata retoma este punto para analizar las elecciones y sus ganadores con una salvedad al enfatizar en que la existencia de unas elecciones no puede restar atención a los derechos y el bienestar de la población. “La llegada al poder de figuras como Trump y Bukele son posibles en tanto cumplen con los requisitos formales para su elección. Cuán peligrosos resulten para la continuidad de la democracia en sus países dependerá de sus acciones en el poder y la medida en la que los mecanismos institucionales de control entren en operación”, opina.
Para el investigador, más importante que los valores democráticos para evaluar el estado de la democracia en estos tiempos, son las reformas institucionales que esos gobiernos implementen. Resalta que la visión de la democracia centrada en lo electoral supone que los ciudadanos solo intervienen en época de comicios. En el intermedio, el control ciudadano dependerá del nivel de interés en la política y las prioridades que las personas tengan. Dice que en un contexto donde los problemas económicos y la inseguridad son preocupaciones diarias, y donde se desconfía de las instituciones, es menos probable que los ciudadanos intervengan en época no electoral.
Tiempos de polarización y autoritarismos
Trump, Bukele, Milei. A pesar de sus diferencias, es imposible negar las conexiones entre las propuestas de gobierno que los llevaron a la victoria. El interés por la concentración del poder, la promesa del combate al crimen a cualquier precio, el nacionalismo exacerbado, el conservadurismo de sus posturas, el autoritarismo, el desdén por los derechos humanos y una fuerte imagen de masculinidad tradicional son comunes entre estos y otros mandatarios que les siguen los pasos.
La democracia no ha logrado resolver problemas relacionados con la desigualdad y la inseguridad, dice Juan Camilo Plata. Esto, aunado a la creciente movilidad humana y a la homogenización del consumo cultural, aumentan la sensación de vulnerabilidad de las identidades nacionales tradicionales entre los grupos sociales que históricamente han ocupado posiciones de privilegio. “El resultado es que figuras como Trump o Bukele ofrecen la expectativa de resolver este tipo de temores. Este tipo de personajes encuentran un contexto favorable cuando la confianza en las instituciones se ha erosionado”, dice.
Bajo circunstancias como estas, que no son extrañas tanto en las Américas como en gran parte del mundo, la ciudadanía pierde la confianza y se muestra menos dispuesta a esperar hasta que se produzcan resultados en el largo plazo. Por otro lado, explica Plata, la insatisfacción generalizada con la forma en que funcionan las instituciones reduce los incentivos para que la ciudadanas y ciudadanos demanden mecanismos de control institucional. Por ejemplo, si se cree que la justicia es inoperante, es poco probable que la gente espere que el sistema judicial actúe para controlar los abusos del gobierno. Esto favorece la llegada de alternativas que ofrezcan resultados rápidos, y que tendrán la posibilidad de violar los derechos ciudadanos con menor resistencia. En ese nicho, y de la mano de estrategias como la desinformación para esparcir miedo, estos candidatos han encontrado un gran apoyo, incluso entre poblaciones que a la larga se verán afectadas directamente.
Catalina Quimbaya, profesional en relaciones internacionales y analista política, rescata que a pesar de que estas posturas políticas sean tan llamativas y los medios de comunicación las destaquen, no se puede olvidar que en muchos casos las elecciones se dan con poco margen de diferencia. Lo que encuentra preocupante es precisamente que el consenso está siendo cada vez más difícil, y que tengamos en el mundo sociedades más divididas.
Democracia y algoritmos
El mar de desinformación que permeó la campaña por la presidencia de Estados Unidos se ha vuelto común en otras elecciones recientes. La polarización que esto alimenta no es solo un asunto de posturas políticas, sino de intereses económicos que al final socavan el ejercicio político del electorado.
Acusaciones falsas, verdades amañadas y teorías de conspiración circularon sin control por las redes sociales digitales y medios de comunicación, especialmente en la campaña de Donald Trump. Los intereses de esta industria quedaron muy claros con personajes como Elon Musk, el multimillonario dueño de X-Twitter y los líderes de empresas de tecnología como Meta, Apple y OpenAI (ChatGPT) que celebraron su elección. Musk, que tomó abiertamente partido por Trump, ha sido cercano a Milei y Bolsonaro. Estas afinidades no son simplemente un asunto personal, pues una investigación del Washington Post del pasado octubre mostró que el algoritmo de X favorecía contenidos afines al partido republicano, haciéndolos más visibles.
De hecho, el funcionamiento de estos algoritmos ha sido cuestionado por organizaciones especializadas que ven un grave impacto para los derechos humanos por el tipo de contenidos que privilegian las redes sociales. Lejos de ser un asunto neutral, la tecnología es pensada y programada por seres humanos con sesgos e intereses. Un ejemplo de esto son los contenidos misóginos que se muestran con más frecuencia desde la adquisición que hizo Musk de X. Esto quedó demostrado tras la victoria de Trump, quien encontró en los hombres conservadores, especialmente blancos y latinos, un nicho muy jugoso en esta elección. Según el Institute for Strategic Dialogue (ISD), se registró un aumento del 4.600 % en las menciones en X-Twitter, TikTok, Facebook y Reddit de las frases “tu cuerpo, mi decisión” y “vuelve a la cocina” en las horas siguientes al anuncio del presidente electo.
Si bien es cierto que un entorno verdaderamente democrático debería establecer mecanismos para el diálogo entre todas las posiciones, los políticos en campaña fomentan discursos de odio para polarizar y así ganar votantes. Para Quimbaya, en un año electoral tan fuerte como fue 2024, las personas estuvieron más conectadas con las discusiones políticas, pero fueron bombardeadas con información. El hecho de que los procesos electorales estén más marcados que nunca por lo mediático dificulta la reflexión necesaria.
Asumir posiciones de forma fanática, dice Plata, abre la puerta a la información falsa y la manipulación que esto permite. La polarización tiene el efecto de desestimular que se expresen opiniones divergentes. “Esto debiera ser cotidiano dentro de un sistema democrático”, señala.
Por ahora, seguiremos viviendo periodos electorales marcados por la espectacularización de los partidos políticos. En lugar de fomentar la libertad y la participación activa en lo público, nuestras sociedades se encuentran atrapadas en una definición muy corta de la democracia, limitada principalmente al voto. Se hace urgente la construcción de comunidades políticas que permitan el disenso sin que sea excusa para limitar a las poblaciones más vulnerables y se conciba la ciudadanía de un modo diferente.