La vulgaridad un mal de época

Por Redacción dat0s
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La estética fue durante el renacimiento y antes un requisito de la refinación y el buen gusto. No fueron Leonardo da Vinci ni Dante Alighieri contemporáneos ni dos abanderados del mal gusto, o del kitsch que impera en nuestra era tecnocrática de la vulgaridad y la conspiración. Hasta el siglo XVI las élites compartían experiencias de refinamiento y regalaron a la humanidad adelantos en música, filosofía, saberes de salud, magnetismo (porque daba a los avances) una inusual claridad sincrética para abordar los avances en las artes y la ciencia.

Sigmund Freud presentó al finalizar el siglo XVII el genio del psicoanálisis, estudios avanzados del sueño, las psicopatías de la vida cotidiana; la histérica Mary Baker – Eddy en el mismo periodo fue una perpetradora de la conspiración religiosa, que alzó a nombre de Dios un imperio de cristianos abriendo iglesias en el centro de Manhattan, editó el periódico más leído entre sus millones de fieles. Fue el instinto de una época pretenciosa, también plagada de preconceptos y adúlteros que no compartían las experiencias; perseguían a nombre de la corporación asociativa que mantenía legiones de lambiscones entre princesas y consortes.

“Donde nada se ve, siente o huele, nada existe y aquella notable influencia radica solo en la imaginación en la pura fantasía, lo que, naturalmente solo es un término extraviado por el concepto de la sugestión que se ha pasado por alto”. Era ese el punto de convergencia en el que fluía el sentir magnético de la época. Mozart o la genialidad de Francisco Antonio Mesmer. Debía la ciencia despojar la enfermedad de su origen divino. A bordo de planes simbólicos en los que la bondad se fundió en la amalgama incondicional del conocimiento.

Hoy vivimos el sacrilegio de un monstruo de mil cabezas del que no se distingue con claridad el bien o el mal, la capacidad abreviada o el descontrol indignante de la ruptura temeraria de un TikTok, donde se mueve el adelanto ocioso de nuestras habilidades motoras obstruidas. Lo acaba de decir alguien que ha sabido sellar el paisaje austero de la abreviación, el mal gusto que nos rodea: “Nos hemos vuelto estúpidos con el desplome articulado que ciega y ciñe un porvenir sin futuro, una adecuada manipulación de la conciencia, un premio al saber de los no saberes que se funde cíclicamente en la dispersión árida de un fragrante destino”.

Los incondicionales y perturbadores. Los premios de novela, los de la actuación, del arte conciliador que destiñe los colores de Da Vinci y perturban las ondas sonoras de Beethoven. Ya lo decía Zigmunt Bauman, vivimos el estado líquido de las cosas. Un signo fragmentado de nuestra era.

 

 

 


"La realidad no ha desaparecido, se ha convertido en un reflejo"

Jianwei Xun
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