El pasado viernes, Sahraa Karimi, directora de la agencia estatal de cine Afghan Film y ella misma cineasta, envió un angustioso mensaje por redes sociales desde las calles de Kabul: “Esta retirada es una traición a nuestro pueblo. Después de 20 años de inmensos avances para nuestro país, especialmente para las más jóvenes generaciones, todo puede volver a perderse en este nuevo abandono”. Karimi, que ya ha salido del país y se encuentra en Kiev (Ucrania), no solo es la primera mujer que dirige el Afghan Film, sino que presentó en la Mostra de Venecia de 2019 su primer largo de ficción —tras dos documentales previos—. Titulado Hava, Maryam, Ayesha, se centraba en tres mujeres embarazadas que toman las riendas de su destino y denunciaba “el silencio de medios, gobiernos y organizaciones humanitarias”.
El martes, otra cineasta, Shahrbanoo Sadat, nacida en Teherán aunque creció en un pueblo del centro de Afganistán, contaba a The Hollywood Reporter también desde Kabul: “Jamás pensamos que todo ocurriría tan rápido. Estás todo el tiempo escuchando que los talibanes se han hecho con el control de tal sitio, o están entrando en otro, y pierdes la perspectiva de cuál es el peligro real”. Sadat es la directora de Wolf and Sheep (2016), premiada en la Quincena de Realizadores de Cannes, y de El orfanato (2019), las dos primeras partes de una pentalogía basada en las memorias de su amigo Anwar Hashimi.
A sus 31 años, Sadat explica: “Si sobrevivo a esto y tengo la oportunidad de hacer más películas, mi cine habrá cambiado para siempre. Siento que estoy observando una injusticia y presenciando algo realmente horrible, y solo necesito guardarlo, recordarlo y ponerlo en películas más tarde, para compartirlo con el mundo. Si hay algo bueno de esto, es la energía que surge de la gente por la rabia. Yo puedo hacer películas, otros escribir, otros organizar el futuro. Tenemos que hacer algo con esa fuerza“. El filme con más proyección surgido del Afganistán postalibán —y además el primero rodado en libertad— fue Osama (2003), de Siddiq Barmak, las desventuras de una niña que se disfraza de crío para poder encontrar trabajo durante la dictadura talibán, que ganó el Globo de Oro a la mejor película de habla extranjera.
“Vemos a esas mujeres dolientes, aullando de miedo, y ese terror no puede servir solo para vender programas de televisión y crear morbo. Ayudémoslas”.
El cine español ha ilustrado el dolor de las mujeres bajo el integrismo islámico. Juan Antonio Moreno mostró en Boxing for Freedom (2015) la lucha de las hermanas Rahimi por desarrollar su carrera como boxeadoras y poder participar en los Juegos Olímpicos de 2012; Silvia Venegas, coguionista del filme, y Moreno conocieron a las Rahimi cuando filmaban en Afganistán otra película, La vida más allá de la batalla (2011). Por su parte, Alba Sotorra, experta documentalista en la zona, ha rodado varios filmes sobre mujeres en Oriente Medio: bien sobre las guerrilleras kurdas que decidieron reconquistar al ISIS el territorio del norte de Siria (Comandante Arian), bien sobre las mujeres occidentales que dejaron sus países para unirse al ISIS (Estado Islámico de Irak y Siria) en El retorno: la vida después del ISIS. Además, en 2015 estrenó Game Over (2015), sobre un español, experto jugador de videojuegos, que se fue a Afganistán como francotirador.
Ante el regreso ahora de los talibanes a Kabul, la reacción de las gentes del cine y de la cultura española en general ha sido inmediata. El pasado fin de semana, las periodistas Gabriela Cañas, Rosa Montero, Soledad Gallego-Díaz y Maruja Torres impulsaron el manifiesto Abrid las puertas a Afganistán y las afganas, un llamamiento a la comunidad internacional que lleva ya más de 60.000 firmas recogidas. En la lista figuran destacados nombres de la literatura, el cine y las artes, muchos de ellos de mujeres.
La escritora argentina Claudia Piñeiro explica a EL PAÍS las razones por las que decidió sumarse a ese llamamiento: “Desde hace un tiempo las mujeres tenemos muy claro que el feminismo es un movimiento global que nos protege y que no conoce fronteras. Donde haya mujeres en riesgo, allí estaremos tratando de aportar y exigir soluciones. Por eso, la convocatoria de las compañeras españolas a firmar el manifiesto fue recibida de inmediato con la urgencia que merecía. Y si bien hoy está abierto a la firma de quien quiera acompañarnos, no solo mujeres, el origen fue claramente el llamado de alerta ante el peligro en que creemos están mujeres y niñas afganas frente al régimen talibán. Yo creo, por supuesto, en el derecho de cada pueblo de elegir el gobierno que desee, pero el límite son los derechos humanos. Y por eso considero que la comunidad internacional no debe desentenderse de lo que está pasando en Afganistán y arbitrar los resortes pacíficos de monitoreo de esta situación, pero también de ayuda y protección a quienes hoy son las víctimas. La ONU, por ejemplo, es un organismo que puede hacer mucho en este sentido. Pero también necesitamos el compromiso contundente de los principales líderes políticos con respecto a que no se tolerará que las mujeres afganas regresen a un estado de derechos casi medieval. Hasta hoy, algunos de esos líderes se han mostrado más preocupados por la posible llegada de inmigrantes afganos a sus países que por la situación de las mujeres y niñas atrapadas en ese régimen. Es de esperar que asuman lo que creo es también su responsabilidad”.
La autora española Elvira Lindo es otra de las firmantes. “Es necesario un movimiento de solidaridad internacional de mujeres para proteger a los seres más vulnerables, creando un cordón para que puedan salir hacia un mundo en el que no se vean amenazadas, como pasó con la Guerra Civil española. Es urgente salvar la vida de estas personas, hacer algo productivo. Toda la población afgana es vulnerable, pero sabemos que las mujeres lo son mucho más. Me aterra ver las imágenes de la gente corriendo despavorida en el aeropuerto de Kabul. Todos son hombres y yo me pregunto: ‘¿Dónde están las mujeres?’. La carta es una forma de presionar a los gobiernos democráticos y despertar las conciencias en los países que puedan a ayudar a estas mujeres, muchas de ellas con hijos menores, a salir de allí y tener amparo. Es solo el primer paso para que se entienda que la situación es inaceptable. Afganistán no es un país de mujeres, se tiene que quedar sin mujeres. La comunidad internacional ha reaccionado con estupor. El hecho de que Estados Unidos haya salido escopetado, reconociendo que no tienen nada que hacer ya, nos tiene que llevar a la reflexión de cómo son las intervenciones en estos terceros países, territorios complicados, donde se mueven las aguas para después largarse”.
Para la escritora colombiana Piedad Bonnett, “no puede ser posible que después de haber visto cuál fue el trato que los talibanes dieron a las mujeres mientras gobernaron Afganistán, destruyendo su dignidad y sus derechos, el mundo permita hoy que esto se repita. La presión internacional tiene que ser tan fuerte y decidida como lo amerita la causa de las mujeres afganas, en riesgo hoy de ser devueltas al ostracismo y al riesgo de aniquilación en el que alguna vez estuvieron. Una situación todavía más dolorosa hoy que antes, si se tiene en cuenta las libertades y derechos fundamentales que, en un medio por naturaleza adverso, ya habían conquistado”.
La poeta María José Martín, más conocida como Ajo, apunta: “Nos hemos desentendido de las afganas, y en general de las mujeres que están en un estadio diferente a las occidentales. Va a desaparecer de un plumazo un cierto mundo cultural femenino que se estaba asentando en Afganistán. Sigo perpleja con la noticia con la rapidez de los hechos”. Como Huete, espera que España “debería dar voz y asilo a las afganas, que haya un paso adelante del Gobierno”.
Entre las firmantes hay también muchas actrices del cine español. Charo López se siente profundamente pesimista: “Mi sensación es que estamos muy al principio, y desde luego si Occidente va a ignorar a alguien va a ser a los niños y a las mujeres afganas. Me resulta muy difícil decirle al Gobierno español qué hacer, pero sí sé que no nos podemos quedar en debates, hay que hacer”. López advierte: “Vemos a esas mujeres dolientes, aullando de miedo, y ese terror no puede servir solo para vender programas de televisión y crear morbo. Ayudémoslas”.
La también actriz Aitana Sánchez-Gijón explica así su adhesión: “El régimen talibán ya ha demostrado con anterioridad el nivel de represión y mutilación de todos los derechos contra las mujeres. Es un encarcelamiento en vida. Las obligan a vivir encerradas tras un muro. Las mujeres corren un peligro mortal. Los talibanes cercenan con crueldad y sadismo los derechos de las mujeres. No sé si se conseguirá algo o no con la carta firmada, como no se consigue nada es estando callado. Hay que levantar la voz y sacudir conciencias y llevar el debate a un nivel político para encontrar soluciones. La carta es una manera de forzar la situación para que aquello no se convierta en un infierno. La sociedad civil tiene la capacidad de presionar a los gobiernos para que actúen. Lo importante es que instituciones internacionales creen ese corredor humanitario para acoger a todos aquellos que tengan que salir porque peligro su vida”.
Belén Rueda advierte: “No se puede bajar la guardia. Lo que no tiene ningún recorrido es no hacer nada, por eso la firma de la carta es positiva. Es cierto que somos un grupo pequeño dentro del mundo internacional, pero las cosas se hacen paso a paso, granito a granito de arena. En la carta se exigen cosas muy concretas, como la apertura de fronteras y el respeto de ciertas leyes. Todo lo que les pasa a las mujeres bajo el régimen talibán es aterrador. Si se consigue una respuesta internacional es posible que el régimen talibán sienta la presión para no conculcar los derechos de una población de hombres y mujeres que van a sufrir una represión enorme”.
La actriz Anabel Alonso, que ha volcado su preocupación activamente en las redes sociales, llama urgentemente a la acción: “Los gobiernos pueden hacer cosas, exigir, negociar. Es una salvajada lo que está pasando con las mujeres en Afganistán. Es imposible no reivindicar los derechos de unos seres humanos. Echo mucho de menos la ausencia de hombres en esta iniciativa. ¿Como podemos permitir que a una niña se le impida estudiar, salir a la calle si no es acompañada de un varón? ¿En qué cabeza humana cabe que a una mujer enferma no la pueda tocar un médico? Cuando compartí la carta en Twiter me encontré con una reacción de odio, de burla y menosprecio incomprensible. Seguro que ninguno la había leído. Lo que es inútil es no hacer nada. Las firmas se recaban para que la gente se informe y se conciencie, seas de la ideología que seas, sexo o género. Lo que es una salvajada es no apoyar esa iniciativa. Se me agolpan las palabras. Es tan significativo que en las imágenes del aeropuerto de Kabul no haya ninguna mujer. Esto deja claro que los niños y los hombres lo tienen muy mal, pero mucho peor las mujeres que tienen las horas contadas”.
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La actriz argentina Mercedes Morán explica que ha firmado la carta “porque cree en el poder del movimiento feminista y de las mujeres cuando se dan la mano unas a otras, sin importar las fronteras”. Y añade: “La situación particular de mujeres y niñas será la de una vida restringida en derechos, sin libertad, injusta, desigual, medieval. El movimiento feminista ha demostrado que muchas cosas pueden cambiarse gracias a la forma particular en que ha encarado muchos temas en los últimos años. No podemos quedarnos calladas, pero tampoco se nos puede pedir que logremos lo que no logran instituciones, países y organismos que tienen mucho más poder y responsabilidad que nosotras sobre la política internacional. A algunos gobiernos e instituciones se les ha visto más preocupados por los afganos que puedan llegar a sus respectivos países huyendo de este horror que por lo que vivirán los que se quedan allá. La ONU y otros organismos internacionales tienen herramientas de monitoreo sobre violaciones de derechos humanos que deben de poner de inmediato en funcionamiento para asistir y proteger a las niñas y mujeres afganas, tanto a las que quieren abandonar el país, como a las que seguirán viviendo allí”.
En general, cunde el desánimo: “Es una vergüenza para todo Occidente. ¿Para qué han valido dos décadas de EE UU allí? Probablemente tendrían que haber invertido más en educación o sanidad que en armas, con la intención de mejorar Afganistán”, se pregunta la productora de cine Cristina Huete. Y sobre el papel de España reflexiona: “Deberíamos hacer mucho. Ayudar a las afganas a salir de su país, peleemos por ellas. Y no podemos olvidar que no son las únicas, aunque ahora son la prioridad”.