Occidente debe acoger a los refugiados afganos

Por Agus Morales | The New York Times
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Afganistán, evacuación de civiles

No es caridad. Ni siquiera solidaridad. Las decenas de países de la Organización del Tratado del Atlántico Norte (OTAN) y aliados que llegaron a desplegar más de 150.000 soldados en Afganistán, con Estados Unidos a la cabeza, tienen la responsabilidad moral de acoger a los refugiados que huyan del nuevo régimen talibán.

Esta también es la mejor forma de hacer política, otra política: Estados Unidos y Europa pueden frenar su declive geoestratégico lanzando un mensaje aperturista al mundo.

Los refugiados comunes no se irán en avión, sino a pie. Costaba entenderlo con los vuelos que despegaban de forma frenética desde Kabul para evacuar a decenas de miles de extranjeros y colaboradores afganos antes del 31 de agosto, fecha prevista para la retirada final. El terrible atentado en el aeropuerto de Kabul el 26 del mismo mes, reivindicado por ISIS-K —el brazo regional de Estado Islámico—, interrumpió casi todas las evacuaciones y recordó al mundo de qué huyen los afganos.

Las últimas cuatro décadas en Afganistán nos enseñan que la mayoría de los refugiados que escaparon del horror cruzaron la frontera terrestre con Pakistán o Irán, y se quedaron allí. No llegaron en grandes números a Occidente. Según datos de la Agencia de la ONU para los Refugiados (Acnur), antes de la actual crisis ya había casi 1,5 millones de refugiados afganos en Pakistán y 780.000 en Irán, frente a los más de 180.000 de Alemania, el primer país europeo de acogida de afganos.

Con la vuelta de los talibanes al poder, y pese a que ahora las fronteras están vigiladas, esas cifras crecerán. Acnur ya ha dicho que hasta medio millón podría huir de Afganistán a los países vecinos. Las potencias que han participado en la guerra no pueden limitarse ahora a dar apoyo económico a estos países: es justo que ellas mismas acojan no a miles, sino a centenares de miles de personas que han sido abandonadas.

Por motivos obvios, Estados Unidos tendría que hacer el mayor esfuerzo. No va a poder sacar en avión a las más de 250.000 personas que trabajaron con Estados Unidos en Afganistán y que seguían sin ser evacuadas la semana pasada. Pero esta crisis no se acaba el 31 de agosto: quizá será entonces cuando todo empiece.

A mediano plazo, Estados Unidos debería ir más allá de los colaboradores y fijarse también en minorías como la hazara —que profesa el chiísmo y que ha sufrido terribles atentados— o en las activistas. Es necesario abrir las puertas a los refugiados de una guerra que empezó el mismo Estados Unidos.

También es estratégico: ahora que se juega con la idea de que la desastrosa retirada de Afganistán marca el fin de la hegemonía estadounidense, este movimiento situaría a Estados Unidos en otro plano respecto a China y Rusia, potencias autoritarias que históricamente han ignorado a los refugiados, y a quienes los analistas ven como las grandes favorecidas de la llegada de los talibanes a Kabul. Si Washington no sabe qué hacer con los 3300 millones de dólares que tenía previsto invertir en el extinto ejército afgano, aquí tiene una alternativa mejor.

No nos engañemos. Será complicado. Las consecuencias humanitarias no estaban en la mente del presidente de Estados Unidos, Joe Biden, durante la retirada militar. Tampoco tuvo en cuenta la angustia de sus socios europeos, temerosos de que se reproduzca una crisis como la de 2015, cuando más de un millón de personas, la mayoría de Siria pero también en buena parte de Afganistán (más de 200.000), llegaron de forma irregular a Europa.

La Unión Europea puede encerrarse en su irrelevancia y seguir con su política de externalización de fronteras, o puede articular un sistema para que los refugiados, en este caso afganos, sean repartidos y acogidos.

Quizá el criticado sistema de cuotas, pese a su fracaso, no era tan mala idea. Que fuera obligado levantó ampollas, que fuera incumplido generó frustración, pero crear una opción legal es mejor que dejar a personas que huyen de la guerra jugándose la vida en el mar o en manos de mafias que trafican con ellas. Es un error pensar que ofrecer protección internacional a personas que sufren los conflictos y el hambre genere xenofobia. Lo que alimenta el monstruo del odio es el hartazgo con la mala gestión de las migraciones y la criminalización de quienes se ven obligados a cruzar fronteras de forma irregular.

De momento, en Europa no hay valentía ni liderazgo para hacer algo así.

¿Puede España liderar la acogida de refugiados afganos en Europa? Durante la evacuación, España, a través de la base de Torrejón de Ardoz (Madrid), se convirtió en lo que el gobierno español bautizó como “el ‘hub’ europeo de acogida temporal”. El 27 de agosto, tras el atentado de Kabul, el presidente del gobierno español, Pedro Sánchez, dio por finalizado un operativo que permitió evacuar a 2206 personas, y dijo que España buscaría otras vías para que más colaboradores afganos puedan salir del país.

¿Se extenderá la solidaridad más allá de la emergencia y de un grupo reducido de personas? Se hace difícil de imaginar si consideramos las expulsiones de menores marroquíes desde Ceuta, una crisis que ha ido en paralelo a las evacuaciones de Afganistán. Pero vale la pena hacer el ejercicio.

Imaginemos que España acogiera a refugiados de las provincias de Herat o Badghis, donde tenía tropas desplegadas. Alemania podría hacer lo mismo con Kunduz, donde ordenó un bombardeo que mató a91 civiles. El Reino Unido podría abrir las puertas a quienes salen de la provincia de Helmand, donde las tropas británicas participaron en una gran operación militar.

Es un puzle imposible de montar, porque es imprevisible cuántas personas podrán salir del país y cómo lo harán, y porque falta voluntad política. Pero el esfuerzo occidental no puede concluir con las evacuaciones aéreas. El desastre militar es irreversible. Así que ahora hay que encontrar vías, como los corredores humanitarios, para ayudar a las personas que se quedaron atrapadas en Afganistán o que huirán a Irán y Pakistán.

Es lo mínimo que deben hacer los países que llevaron adelante una guerra de dos décadas y prometieron que Afganistán sería un lugar mejor sin los talibanes.

 

s periodista especialista en temas de migración y derechos humanos. Trabajó como reportero en Paquistán y Afganistán. Es director de Revista 5W y autor del libro No somos refugiados.