Furor por las ‘apps’ de meditación: ¿revolución del bienestar o ‘comida rápida’ espiritual?
El móvil de Lucía García-Cabrera, diseñadora de moda de 31 años, marca que lleva 328 días seguidos meditando con la aplicación Headspace. “Si no me hubiera despistado algunos días, serían más de 400″, explica. Paga unos 50 euros al año (”los 50 euros mejor gastados”, dice) y la usa entre 10 y 15 minutos al día, casi siempre antes de acostarse, y para hacer meditación guiada. “Mi vida ha cambiado completamente. Tengo un sueño mucho más profundo, estoy más descansada y durante el día hago ejercicios de respiración. Me ha dado un giro la perspectiva y la visión de la vida. Todo va muy rápido y esto es una manera de decir: vamos a parar y vamos a vivir el presente”.
García-Cabrera se bajó Headspace coincidiendo con el principio de la pandemia, para contrarrestar la angustia que le generaba la información constante sobre el virus. “Ponías la tele y el bombardeo de muertes era horroroso. Esto me ayudó a relativizar. Supongo que podría meditar sin aplicación, pero me resulta más fácil hacerlo así”. Millones de personas hicieron el mismo gesto. La popularidad de las aplicaciones de meditación y mindfulness (la práctica derivada del budismo centrada en estar presente en el momento) se ha disparado en el último año y medio.
Las líderes en el sector son Calm, con más de 100 millones de descargas, y Headspace, que supera los 65 millones y que este pasado mes de agosto se fusionó con una plataforma financiada por el fondo Blackstone. Headspace es la creación de un británico, Andy Puddicombe, que pasó 10 años formándose como monje budista y montó la aplicación casi como una herramienta para organizar su agenda. Ahora vive en Silicon Valley y preside una empresa que ganó más de 100 millones de euros en 2020. Según Business of Apps, existen más de 5.000 ofertas similares en este nicho, entre ellas Boom Journal, Ten Percent Happier, Buddhify, Calmer U y Mind·U. A todas les benefició que Apple nombrara a Calm como aplicación del año en 2017, y la mayoría se han consolidado durante la pandemia.
No es difícil deducir por qué. Desde marzo de 2020 en todo el planeta se multiplicaron los motivos para sentir (aún más) ansiedad y angustia, a la vez que aumentaba la soledad y la dificultad para asistir a terapias presenciales.
Aunque tienen distintas funcionalidades, por lo general las aplicaciones ayudan con programas guiados a simplificar y hacer hueco en la vida cotidiana a unas prácticas relativamente complicadas. “La meditación a pelo, con un gong, la encuentro difícil. No me sale”, explica Gerard (no es su nombre real), que lleva cuatro años usando Calm y se siente mucho más centrado cuanto más la utiliza. “Hay dos profesores, la mítica Tamara Levitt y otro que se llama Jeff Warren, que cuelgan una meditación diferente cada día. Engancha bastante porque todas son diferentes y acabas teniendo una relación con ellos similar a la que tienes con tu profesor de yoga”. Él tiene una profesión creativa y en momentos de picos de estrés, cuando publica un libro nuevo, por ejemplo, llega a usar la aplicación hasta dos horas diarias. Le ayuda a gestionar el miedo al fracaso y el síndrome del impostor, dice.
Los ensayos clínicos en este campo son todavía pocos y limitados, pero la mayoría concluye que el uso de este tipo de aplicaciones sí tiene efectos positivos. Un estudio de la Carnegie Mellon University puso a 140 adultos a practicar mindfulness a través de una aplicación durante 20 minutos al día durante dos semanas. Los investigadores observaron cómo a los participantes se les reducían los niveles de cortisol y les mejoraba la presión arterial.
Sin embargo, su uso también genera reticencias, tanto por su método como por la filosofía de la que parten. Para Francesc Miralles, autor de libros de desarrollo personal como La biblioteca de la luna (Espasa) o Cuentos para quererte mejor (Destino), que imparte también charlas y talleres, la misma mediación de la pantalla anula el propósito. “Una cosa que servía para desconectar de lo mundano, de las proyecciones al pasado y al futuro, al vehicularlo en una pantalla ya pasa a formar parte del ruido cotidiano. Hay cosas que deberíamos mantener analógicas”, opina. Además, es escéptico con la cuantificación de la meditación. “Igual que antes de la pandemia había gente que visitaba tres países en una semana solo para decir que había estado, con esto se promueve el culto a la velocidad. Cualquiera que haya practicado meditación sabe que los beneficios llegan al cabo de muchas horas. Los monjes zen consiguen acceder al satori [el término japonés que designa la no-mente, la presencia total, en el budismo] tras mucha práctica, pero estas aplicaciones prometen resultados con solo cinco o diez minutos. ¿Y por qué no cinco segundos, ya puestos? Se pervierte todo y entras en la comida rápida espiritual”.
Según Miguel Farias, catedrático de Psicología Biológica y Cognitiva de la Universidad de Coventry (Reino Unido), el problema no está tanto en el cómo sino en el qué. “Asegurar que la meditación es una cura para todo tipo de problemas es erróneo y potencialmente peligroso”, advierte este profesor centrado en investigar el impacto de las prácticas espirituales en la mente humana. “La meditación no ayuda a todos los individuos y, en según qué circunstancias, incluso puede ser contraproducente”. A Farias le preocupa también que se utilicen las aplicaciones como sustituto de la terapia, algo que ya se está observando en Estados Unidos, donde se concentra el 60% de nicho de mercado de estas aplicaciones y donde es caro y complejo el acceso a la sanidad. “Una aplicación simplemente te da un producto diseñado para ser sencillo y pensado con objetivos comerciales y en ningún momento puede darte lo que te aportaría un profesor consciente de las sutilezas de la meditación y de los individuos, incluido el potencial de peligro”, denuncia. En su libro The Buddha Pill (la píldora de Buda, 2015, sin traducción al español), Farias y la psicóloga Catherine Wikholm alertan de que, después de meditar, algunas personas experimentan ataques de pánico o ansiedad, o ven cómo empeoran sus casos de depresión.
Tanto Farias como Miralles creen que el éxito de estas aplicaciones tiene que ver con lo que se ha venido en llamar “McMindfulness”, un término popularizado por el investigador cultural Ronald Purser. Purser denuncia que esa práctica se ha convertido en una herramienta para el control y la pacificación social a la que se apuntan ejércitos, escuelas y corporaciones, una forma de espiritualidad perfectamente ajustada al sistema capitalista. “Ya se está viendo cómo la meditación ha sido absorbida por el neoliberalismo”, asegura Farias. “En muchas empresas se hace a los empleados responsables de su propia salud mental en el trabajo. Si estás estresado, es tu obligación meditar con esta aplicación. Si sigues estándolo, es que no lo haces bien”. Google y LinkedIn están entre las más de 600 empresas que tienen acuerdos comerciales con Headspace. Muchos usuarios individuales, sin embargo, solo ven en estas aplicaciones una herramienta útil para la desconexión. García-Cabrera, la usuaria de Headspace, sigue recomendándola a todos sus amigos: “Nunca diré que esto sustituye a la terapia, pero sí la puede complementar. A nadie le va mal pasar cinco minutos al día consigo mismo”.