Por: Cayo Salinas
Los gobiernos de corte populista están atravesando una hora crítica. La economía está venciendo al discurso y a ese matrimonio que los caudillos gestan con sus auditorios para mantenerlos en un estado de aletargamiento que les permite construir nomenclaturas con alta capacidad económica, política y de corruptela. La habilidad consiste en establecer una fuerte presencia del Estado Policía para controlar cualquier posibilidad de reacción de lo que los populistas llaman la derecha reaccionaria, los neoliberales si miramos dentro de casa, y para tener a raya a los adeptos, a ese contingente de ciudadanos a los cuales es fácil controlar a través del aprovechamiento del carisma del líder.
Ya Camus decía que no existe nada más despreciable que el respeto basado en el miedo, que no es otra cosa que el arma que se utiliza en este tipo de gobiernos para procurar acallar la voz de quien piensa diferente y que ha permitido, por ejemplo, a la familia Castro mantenerse en el poder desde el siglo pasado, o el que ha posibilitado que el heredero del Coronel -en Venezuela – pueda asirse de la presidencia con un manto de dudas sobre su legitimidad y legalidad o por último, el que ha dado vida a que un mozalbete en Corea del Norte se de el lujo de intimidar la paz mundial.
En el escenario en el que Ud. pretenda discernir, se encontrará con que el populismo lo único que trae a cuesta es más hambre, pobreza y retraso por las limitaciones de gestión de su emprendimiento y porque en definitiva, para algunos, esa es la mejor manera de permanecer en el poder. Un país con más educación, con mejor acceso a la información y al conocimiento técnico, con un aparato productivo capaz de transformar materias primas en valor agregado generando fuentes de empleo permanente, de atraer inversión y contar con la garantía de parte del Estado del ejercicio pleno de derechos políticos y económicos, no es fácilmente presa de caudillos de ese linaje.
Un país bajo esas características tiene gente que razona libremente, que piensa en el futuro sin mirar el pasado traumáticamente, y es un país donde sus ciudadanos exigen el ejercicio pleno de derechos de orden constitucional sin que el exceso político esté por encima de la ley o sin que las instancias jurisdiccionales del Estado sean algo así como las SS de la Alemania nazi. Robespierre decía con propiedad que el secreto de la libertad radica en educar a las personas, mientras que el secreto de la tiranía está en mantenerlas ignorantes. Al ser así, los gobiernos populistas aplican formas de tiranía diferentes a las que se ejecutaban en siglos pasados, y son éstas las que sirven para desencadenar procesos a los que llaman “revolucionarios” bajo el eslogan de que con la revolución ¡viene el cambio!. Savater decía que el populismo es una versión degradada de la democracia. Será esa la causa entonces, para que siempre tiendan a agruparse en cofradías con el propósito de mostrar cuerpo común, aun incluso cuando se trata de apoyar a dictaduras como la iraní o la de Corea del Norte. Unidos incluso en la pobreza y la miseria. Termino aquí: el discurso goebbeliano es un arma perfecta para los gobiernos populistas. Bajo sus enseñanzas, logran que las cosas que dicen adquieran categoría de verdad inmutable, como que la revolución trae un nuevo Estado capaz de generar riqueza y prosperidad eterna; que los gobiernos del pasado hicieron todo mal en desmedro de las mayorías nacionales; que la derecha fascista está detrás de todo lo malo que le pasa al gobierno populista y es la que solventa al que osa manifestar disenso ante la voz del líder. Estoy convencido que no existe mejor sistema político que la República y que el socialismo, abanderado por los gobiernos populistas, es como decía Thatcher, fracasa cuando se les acaba el dinero… de los demás.