Hollande da un giro a la derecha

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El enemigo jurado de las finanzas y defensor a ultranza de la justicia social de la campaña electoral de 2012 ha pasado a mejor vida. A los 18 meses de llegar al poder, François Hollande confirmó este martes un giro radical hacia las recetas económicas neoliberales, y dejó de hablar a los electores de izquierda para dar la razón a los que consideran que Francia es un país esclerótico (Berlín, Bruselas y Londres) y ofrecer un pacto de responsabilidad -en realidad, un cheque en forma de reducción de costes laborales- a la patronal a cambio de inversión y empleos.

Aunque habló sobre todo de economía, el presidente francés llegaba a la tercera rueda de prensa semestral de su mandato con el agua al cuello por el asunto privado del que todo el mundo habla, en Francia y sobre todo fuera del Hexágono: su romance con la actriz Julie Gayet, de 41 años y 18 más joven que él, que ha llevado a su pareja, Valérie Trierweiler, de 48 años, a ser ingresada en el hospital para someterse a una cura de reposo.

Hollande prometió eliminar las cotizaciones salariales que pagan los empresarios y los trabajadores autónomos para financiar las ayudas familiares de aquí a 2017, una medida que cifró en 30.000 millones. Y recurriendo de nuevo al manual ultraliberal, aseguró que financiará ese dinero reformando el Estado, luchando contra el fraude a la seguridad social, simplificando los impuestos y disminuyendo el gasto público en 50.000 millones entre 2015 y 2017.

“Todo será revisado, pero no para reducir la protección social, sanitaria o ambiental, sino para simplificar y facilitar la vida a las empresas”, enfatizó Hollande para limitar el impacto de la concesión a la patronal Medef, cuyos portavoces celebraron los anuncios y no tuvieron empacho en decir que Hollande había presentado un “programa de derechas”.

Pese a que la comparecencia del presidente duró cerca de tres horas, Hollande se las arregló para no dar una sola explicación convincente sobre el escándalo que ha afectado a su vida privada a los más de 500 periodistas franceses y extranjeros que abarrotaban la sala de festejos del Elíseo. Ante las cuatro o cinco preguntas relacionadas con el caso, afirmó que él y su pareja viven “momentos difíciles y dolorosos”, recordó que su principio es que los asuntos privados se dirimen en privado, añadió una frase de circunstancias -“este no es el sitio ni el momento de hablar de eso”-, y finalmente prometió, de forma paradójica, que dará las explicaciones pertinentes antes de viajar a Washington el próximo 11 de febrero.

Luego, tras una larga tanda de cuestiones de política y economía, el presidente dijo que Trierweiler se encuentra “en reposo” y aseveró que su seguridad está “perfectamente garantizada” tanto cuando realiza desplazamientos públicos como privados, sin entrar en los detalles sobre el origen dudoso del apartamento donde se encontraba con Gayet.

El presidente no ocultó que la publicación del reportaje sobre su infidelidad le había producido una “indignación absoluta”, y matizó que si no ha presentado una querella contra la revista Closer es porque goza del estatuto de inmunidad penal del presidente y no juega en igualdad de condiciones al no poder recibir demandas de nadie.

Hollande se mostró sereno en todo momento y trató de mostrar su lado más institucional, autoritario y firme, aunque a ratos no renunció a sus bromas habituales. Pero la conferencia de prensa fue mucho menos espontánea e improvisada de lo que pareció. El jefe de comunicación del Elíseo, Christian Gravel, un hombre cercano al ministro del Interior, Manuel Valls, indicaba en cada momento a sus colaboradores a quién entregar el micrófono, y dio absoluta prioridad a los informadores franceses, relegando a los más de 150 corresponsales foráneos a la última media hora, los llamados minutos de la basura.

Cuestionado por un periodista estadounidense sobre el alcance político del Closergate y sobre si un presidente tiene derecho a una vida realmente privada, Hollande afirmó: “En Francia tenemos principios firmes sobre el respeto a la vida privada y sobre la libertad de prensa. Son nuestros valores”.

La noticia más relevante del día, en todo caso, fue el informe de la Liga por los Derechos Humanos sobre la situación de los gitanos en Francia. Durante 2013, el Gobierno socialista expulsó de sus campamentos precarios a casi 20.000 romaníes europeos, es decir, el doble de los que expulsó en 2012. Hollande defendió la política de Manuel Valls, sin citar esta vez la palabra humanidad, y aseguró que todas esas expulsiones no le avergüenzan “porque se hacen en nombre del derecho”. En realidad, tanto la promesa electoral de Hollande como la circular emitida por el ministro del Interior en el verano de 2012 obligaba al propio Gobierno a conceder alojamientos alternativos a los expulsados, cosa que París no hace.

Hollande hizo suya también lo que definió como la última “victoria” del ministro más popular del Gabinete, la prohibición administrativa de los espectáculos del cómico Dieudonné: “El racismo, el antisemitismo, y la xenofobia serán perseguidos con intransigencia”, dijo. “La ley será aplicada sin debilidad. Pero la libertad de reunión, expresión y creación no puede ser reducida, salvo en circunstancias excepcionales, atendiendo a la dignidad humana y al orden público”.

Sobre Europa, Hollande habló sobre todo de Alemania y anticipó la celebración en febrero en Francia de un consejo de ministros conjunto de los dos países. Anunció pasos para la convergencia económica, la armonización de las reglas fiscales y un impulso común de la Europa de la Defensa

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