Afganistán, Irak, Libia, Siria, Egipto, Ucrania, Irán, Venezuela. Diferentes pueblos. Distintos problemas. Pero hay una sola estrategia del gobierno de Estados Unidos, la CIA y la OTAN: detener a los países emergentes, reconquistar América Latina, empezando por Venezuela, aislar a Rusia en este momento y a China más adelante.
Las primaveras han desembocado en inviernos; los inviernos en infiernos de anarquías o nuevas dictaduras.
En Egipto, el ejército desalojó a los Hermanos Musulmanes. Libia es pasto de bandas. En Túnez, después de tres años en estado de emergencia, gobiernan las fuerzas armadas y cuerpos de seguridad. Afganistán e Irak están controlados por talibanes y chiítas, respectivamente.
En Venezuela se insiste en derrocar a Maduro combinando manifestaciones incesantes, una campaña mundial de calumnias y el ensayo (fracasado) de una intervención de la OEA.
Las elites occidentales dicen que combaten a las dictaduras pero son socias de las monarquías absolutas de Arabia Saudí y Qatar, o apoyan a gobiernos como el de Robert Mugabe (genocida de Zimbabue con treinta años en el poder), así como antes respaldaron a Mobutu, Suharto, Pinochet, Amin, Marcos, Duvalier, Bokassa y otros criminales.
El mundo se parte en dos. Los gobiernos que contradicen a las transnacionales y los poderes que quieren derribar a esos gobiernos. Una guerra de empresas, de servicios de inteligencia, medios de comunicación y de masas en la calle.
La histeria es alimentada en vastas regiones del globo para una nueva caza de brujas internacional contra quienes quieren cambios en el sistema neoliberal.
Decenas de guerras locales causan millones de víctimas. Con Putin, Rusia resurge y defiende su identidad y área de influencia. En su ignorancia, los medios occidentales no han notado que en la espectacular clausura de las olimpiadas de Sochi, un coro de mil niños y niñas cantó el himno de la Unión Soviética. Leales a su racismo antieslavo, las potencias occidentales quieren humillar a Rusia. Europa occidental no quiere a rusos, polacos, rumanos, gitanos, búlgaros, turcos y demás gentes del este “bárbaro”.
La independiente Ucrania debe 1,800 millones de dólares a Gazprom por el gas que no paga hace cinco años. Debe 16,500 millones de dólares al FMI porque vive de los préstamos occidentales.
¿Y dónde está el dinero de Ucrania? Lo tienen los supermillonarios que se quedaron con las empresas de la Ucrania soviética, fábricas que producen aviones y misiles, naves de transporte como el Antonov y naves espaciales, todo aquello que la Rusia soviética construyó y ahora es propiedad privada. Según el Instituto Gorshenin de problemas de gestión, de Ucrania, la mitad de miembros de la Rada (cámara de diputados) son representantes del capital. Ellos son el nuevo gobierno “democrático” ucraniano, tan corrupto como el de Yanukovich, otro de esos millonarios de la noche a la mañana.
Los imperios enseñan los dientes y las garras pero están exhaustos. El Reino Unido solo tiene deudas. Francia sigue enredada en sus aventuras africanas y pide auxilio a sus socios. Estados Unidos ha invertido en echar abajo a Yanukovich pero no parece dispuesto a financiar al gobierno de Yatseniuk sino con migajas, por más que Obama diga otra cosa. Le piden a Alemania que ponga el dinero. Pero ya Angela Merkel sugirió que se forme una mesa de donantes incluyendo a China.
Rusia tiene el gas, China tiene el dinero y Alemania es el tronco que todavía sostiene a una Europa en quiebra. Lo demás son cuentos.
Quienes corrieron a dividir Yugoslavia ahora se oponen a la división de Ucrania, Crimea y la región de Donetsk, centro de la minería de carbón y de la siderurgia. Quienes mantienen Guantánamo y el Gulag de la CIA dicen defender los derechos humanos. Quienes sostienen o toleran dictaduras sangrientas y corruptas dicen que quieren instaurar la democracia.
Rusia siempre estuvo allí donde ahora está. Los ucranianos siempre estuvieron allí. Los rusos y bielorrusos siempre estuvieron allí. En cambio, ¿qué tiene que hacer Estados Unidos en esa complicada historia?