Diarios desde el Culo del Mundo
Giovanna Rivero retrata a través de una adolescente la llegada de la modernidad a Bolivia
La escritora publica una nueva novela después de ‘Tukzon. Historias colaterales’ (2008)
Genoveva tiene un padre trotskista y suicida, una madre abnegada, un hermano con síndrome de Down -“opita”, tonto, según su padre; “como un cactus bebé” según ella-, una abuela moribunda y una amiga anoréxica. Genoveva tiene también un diario, y eso es lo que cambia todo. 98 segundos sin sombra, de Giovanna Rivero (Santa Cruz, Bolivia, 1972), editado por Caballo de Troya, es una mirada indiscreta al mundo adolescente, como leer a escondidas las tribulaciones de una quinceañera. Una Ana Frank de los 80 en un mundo rural latinoamericano avasallado por el narcotráfico.
“Sor Evangelina quería que todas lleváramos un diario, que anotáramos las ‘cosas de nuestra época’, como lo hizo la chica Frank”, cuenta Genoveva como frase fundacional de su incursión en la literatura. El problema es que las cosas de la época de Genoveva no parecen tan relevantes y universales como las de la jovencísima escritora alemana. En el pueblo de Therox -“el Culo del Mundo”, según Genoveva- todo es cotidianidad, pero solo en la superficie. Los años ochenta arrasan el provincianismo ficticio de Therox como lo hicieron con el municipio real de Montero, ciudad de 100.000 habitantes y residencia de infancia de la autora.
“Quizás es una percepción viciada por mi experiencia, pero esa época finisecular, cuando no ha llegado el tecno o el minimalismo, es una bisagra llena de intensidad. Esa tensión entre dos formas de vivir la historia: lo moderno y aquello que mira hacia el pasado; los mitos que [Genoveva] hereda de la abuela y el neoliberalismo brutal que llega al pueblo”. Hello Kitty en la Escuela Salesiana de María Auxiliadora, Freddie Mercury contra el grupo Menudo, narcotráfico contra ruralismo. “Eso generó una sociedad paralela en la que circulaban otros valores, otros símbolos y otra estética. Yo tenía 13 o 14 años cuando me tocó ver esta increíble subversión de la realidad en una situación de completa indefensión”, cuenta Rivero.
La coraza de Genoveva (“un sujeto atravesado por el discurso: el esotérico de su madre, la superstición de la abuela, la jerga del padre”), como la de Giovanna, es el lenguaje. Una vorágine de acidez adulta, asombro infantil, versos de Queen y palabras (“Físika”, “histórika”) escritas con k de okupa, punk y rebeldía. “El lenguaje es también un espacio político. Es el que plantea todo el tiempo el papá de Genoveva [con su retórica comunista], y al que se opone ella a través de un lenguaje joven, sucio, contaminado. Siempre heredamos algo y no siempre de una forma pasiva. Genoveva acepta, a su manera, la responsabilidad política que le toca”, defiende la autora.
El lenguaje de esta adolescente empezó a anunciársele a Rivero en 2007, después de unos años rondando la literatura juvenil con Sangre dulce, Niñas y detectives, Helena 2022… Esta incursión en la infancia chocó a los que la habían considerado hasta el momento “la escritora erótica” de Bolivia por libros como Las camaleonas (2001) o Contraluna(2005). “No me molestaba, porque si estaba haciendo una propuesta de lectura así, es lógico que sea recibida en esa misma longitud de onda”, concede la autora. Pero la voz de Genoveva se vio cortada por la mudanza de Rivero a Estados Unidos, donde . El extrañamiento que le produjo la convivencia con Norteamérica le llevó a dejar apartado 98 segundos sin sombra para entregarse por completo a Tukzon. Historias colaterales (2008), un compendio de relatos entre el periodismo y lo fantástico que marcan en gran medida el universo de Therox, un territorio con olor familiar y nombre de “cuerpo sideral”.
Lo que nació en Montero, Santa Cruz, Bolivia, terminó de perfilarse en Gainesville, un municipio de 120.000 habitantes en Florida. En ese paisaje barrunta ahora Para comerte mejor, un futuro libro de relatos cercano a lo fantástico, terreno en el que se siente cada vez más cómoda, pero sin abandonar la política. O “una política no declarada, como parte de la educación sentimental”. La misma que le llevó al encuentro de Genoveva, o la misma que le asalta cada vez que su hija le pregunta: “¿Qué época es mejor, la tuya o la mía?”. Rivero no sabe qué responder, pero sí sabe dónde se asientan sus cimientos: “Sentía una deuda emocional con el momento que viví, y decidí pagarla”.