“En un país en el que los niños no reciben educación de calidad y los médicos no tienen condiciones de trabajo dignas, es inaceptable que los gobernantes se alquilen y realicen un Mundial con dinero público”, ha dicho Antonio Carlos Costa, presidente de la organización Río de Paz.
Las autoridades hicieron creer que el Mundial sería realizado solo con dinero de la iniciativa privada. Acabaron invirtiendo 25,000 millones de reales (11,300 millones de dólares) del Estado para que los empresarios hagan el negocio del siglo.
Miles vuelan de ciudad en ciudad para asistir a los partidos. Los ricos van a gastar el dinero que les sobra y los pobres aprovechan el movimiento y gozan el espectáculo. Son fascinados por el circo global cuyos gladiadores, en buena parte africanos y latinoamericanos, son comprados y vendidos por los países centrales para que defiendan banderas que no les pertenecen, mientras otros jugadores exhiben estado físico, habilidad y coraje en las canchas.
Desalojados de sus casas para construir los estadios, sin poder pagar los precios que han subido por la especulación, los pobres participan de la fiesta solo a través de la televisión porque no pueden pagar las carísimas entradas.
La Fédération Internationale de Football Association (FIFA) agrupa doscientas nueve asociaciones y tiene diecisiete países afiliados más que la Organización de las Naciones Unidas, porque incluye asociaciones de naciones sin Estado como las de Inglaterra, Escocia, Gales, Irlanda del Norte, independientes del Reino Unido, o las Islas Feroe, con selección independiente de Dinamarca.
Las asociaciones son en muchos casos mafias que dependen de la central, operan en nombre del público siendo privadas, no pagan impuestos y lucran con un orgullo nacional que no siempre existe en los pueblos cuando se trata de defender recursos y derechos.
Rupert Murdoch y su British Sky Bradcasting financiada por Lord Jacob Rothschild, monopolizan el fútbol inglés.
El fútbol italiano proyectó la figura de Silvio Berlusconi, quien manejó primero la televisión pública a través de la RAI y luego la privada de Mediaset. Desde el Milan llegó a la política para aplicar el programa neoliberal.
Cristina Kichner ha tenido que poner dinero público para que el pueblo argentino pueda ver gratis el fútbol. El Estado desembolsó dieciocho millones de dólares a la empresa Torneos y Competencias por los derechos exclusivos. Antes de agosto de 2009 los partidos de fútbol podían ser vistos solo a través del pay-per-view. La presidenta argentina dijo: “Yo no quiero secuestros de personas, ni de imágenes, ni de goles”.
En Brasil, la FIFA aseguró que gastará 3,500 millones de dólares y espera ingresos por doscientos millones. Pero el estatal Banco Nacional de Desarrollo Económico y Social (BNDES) acabó financiando la construcción del Estadio Arena Corinthians, mientras la Alcaldía de Sao Paulo entregó cuatrocientos veinte millones de reales, el dinero que no hay para pensiones o beneficios sociales.
El espectáculo y los millones se han abierto paso a través de los negocios turbios de la Odebrecht y otras empresas, las familias desplazadas y el encarecimiento del costo del transporte, de los servicios públicos y de la vida en general.
Brasil ha hecho un gran esfuerzo social bajo los gobiernos de Lula y Dilma Rousseff, pero no ha roto los parámetros del Banco Mundial. Lo de Bolsa Familia y Hambre Cero es para que los pobres no molesten. Nada de reformas estructurales en la propiedad y los impuestos, nada de seguridad social de verdad.
La Articulação Nacional dos Comitês Populares da Copa (ANCOP) (www.portalpopulardacopa.org.br/), afirma que ciento setenta mil personas fueron desalojadas para la construcción de las rutas y los estadios en doce ciudades. La Copa ha sido pretexto para arrojar a los pobres de las favelas bajo amenaza y construir conjuntos de la nueva burbuja inmobiliaria.
La Copa del fútbol no es solo circo para los pobres: es el opio que los distrae y el cáliz amargo que deberán beber porque sobran en la visión de los que manejan el orden global.