El corredor del narcotráfico: la militarización de los carteles y la violencia contra las mujeres

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Mujeres mulas, mujeres víctimas de agresiones sexuales y de trata y, recientemente, mujeres reclutadas como administradoras en carteles de la droga. Son algunos de los efectos de la guerra contra el narcotráfico en México y en otros países centroamericanos: la represión y la militarización no ha contribuido a reducir el problema sino más bien a endurecer los enfrentamientos entre los grupos criminales que quieren hacerse con el control del llamado corredor del narcotráfico, que va desde la Región Andina hasta México, y por el que circula el 80% de la cocaína que entra en Estados Unidos.

Como indica Laura Carlsen, directora del Programa de las Américas del Center for International Policy, principalmente tratan de controlar territorios fronterizos como Ciudad Juárez:

Ciudades donde hay puentes internacionales que permite trasladar la droga de México que viene desde Colombia o del mismo México a Estados Unidos…ya que este hecho de pasar la frontera, implica automáticamente que el valor de la droga se incremente al doble porque es la diferencia entre el mercado al por menor y al por mayor.

Aprovechando su visita a Madrid para participar en unas jornadas sobre el feminicidio en el marco de la guerra contra las drogas, organizadas por la Asociación de Mujeres de Guatemala, Laura Carlsen nos explicó las causas que han incrementado los altos índices de violencia contra la mujer en México y en otros países de Centroamérica.

El conocido como el corredor del narcotráfico está formado por distintos países. ¿Es México el país donde más ha crecido la violencia relacionada con el narcotráfico?

Sí, lo que sucede es que este país es vecino de los Estados Unidos. En el caso de Estados Unidos estamos hablando principalmente del tráfico de cocaína que viene desde Colombia, Perú (aunque este flujo ya está disminuyendo), y desde Bolivia. Actualmente, como han cerrado muchas vías aéreas para traficar, se habla de que un 90% tiene que cruzar a la fuerza por Centroamérica y México. Otro flujo de drogas en pleno auge es el tráfico de heroína y marihuana desde México. Este aumento se debe a las recientes políticas implantadas en Estados Unidos en torno a la producción de drogas que consistió en suprimir y reprimir la producción de metanfetamina en el territorio nacional que era casi una producción familiar, con laboratorios pequeños y ocultos. Lo primero que ocurrió fue que esta producción se trasladó a México. Y ahora tenemos una producción de metanfetamina en el país vecino por parte de los carteles de la droga que ya conocían el negocio, y sigue alentando el consumo en Estados Unidos.

Además, hay ciertas modas.  Ahora está teniendo éxito el modelo prohibicionista promovido por la DEA (Drug Enforcement Administration). Recientemente un informe de este organismo proclamaba el éxito en su política anti-drogas con estadísticas que afirmaban que ha bajado el consumo de cocaína. Lo que no dicen es cómo ha crecido el consumo de heroína y de marihuana. Es un modelo represor y de encarcelamiento masivo, que tras más de 40 años después no ha implicado ningún éxito en términos generales de consumo de drogas en el país norteamericano  ni del flujo desde sus países vecinos.

Miles de mujeres latinoamericanas son víctimas de agresiones sexuales, asesinato y otras formas de violencia ejecutada por los diferentes grupos del crimen organizado. Los informes hablan de que están adquiriendo nuevos roles, empezando a ser reclutadas por los carteles. ¿Es una evolución de la guerra contra el narcotráfico?

Si bien es cierto que, como en cualquier guerra, los combatientes suelen ser hombres, lo que hemos visto es un aumento muy notable en la violencia contra la mujer en todas las esferas: no solo de homicidios, ejecuciones o desapariciones forzadas relacionadas con la organización criminal sino también en la esfera doméstica. Hay más impunidad que nunca, porque el sistema judicial de México y de la mayoría de los países de la zona está muy saturado y la tasa de casos que no llegan nunca a la justicia está por encima del 98%, es un caos total. En esta situación los hombres que, en una sociedad patriarcal siempre van a tener este patrón de ejercer el poder a través de la violencia, se sienten libres para hacerlo. Es decir, lo hacen porque pueden.

La relación con el  narcotráfico es simple y brutal: utilizan el cuerpo de la mujer para marcar el territorio. Hay violaciones masivas para decir “tanto el territorio como las mujeres que están en él son nuestras”;  se mandan mensajes a sus rivales torturando y matando a sus esposas e hijas. Esto lo estamos viendo bastante.

Hay estudios que señalan que como ha crecido tanto el negocio de los carteles en los últimos años en México herencia de Colombia tras la caída de los grandes carteles de las drogas, la demanda de mano de obra para este negocio, y especialmente de mujeres, ha ido creciendo exponencialmente. Las mujeres  no se encuentran entre la dirigencia; es un negocio sumamente macho y masculino, incluso más que otros negocios. Sin embargo sí que tenemos algunos casos de mujeres trabajando en líneas intermedias, y la mayoría son administradoras, no sicarios. No es un terreno donde la mujer pueda subir en las estructuras de poder.  Hay que tener en cuenta que los jóvenes que viven en algunos países que forman parte del Tratado de Libre Comercio de América del Norte, sufren las consecuencias que este tratado ha implicado en términos de opciones de empleo y educación. En estos contextos de precariedad y miseria, es mucho más fácil para los grupos criminales reclutar. Por supuesto hay casos por supuesto de jóvenes que han sido reclutados contra su voluntad, y que suelen ser víctimas de trata.

Otro efecto resultante de la aplicación de este modelo represor contra los carteles, es que se diversifican como cualquier otro negocio. Se mueven de la droga hacia otras formas de ganar dinero en los territorios que controlan como por ejemplo: la extorsión de los mercados cobrando impuestos por transitar o  la trata, que se ha expandido crudamente en los últimos años. Lo que dicen ellos es: la droga se vende una vez, una mujer la puedes vender diez o veinte veces al día. Lo entienden así: como un negocio de gran rendimiento.

¿Estas mujeres, víctimas de trata, son obligadas a permanecer en México o son llevadas a otros países?

Las dos cosas. Van normalmente a las zonas turísticas de México o a otros países.

¿Cómo se produce ese reclutamiento?

Una experta en el tema que trabaja en el monitoreo y rescate de estas mujeres a nivel regional en México y Centroamérica, me comentaba hace poco, que la principal herramienta es Internet. Las enamoran y embelesan a través de la red. Después se produce un encuentro físico y continúa el enamoramiento. A partir de ahí las inducen en el consumo de drogas, la prostitución y, prácticamente, la esclavitud.

¿Qué recursos tienen estas mujeres para salir de estos círculos de violencia? Dentro de un escenario de impunidad judicial, ¿las administraciones locales están llevando a cabo alguna iniciativa?

Ahora a nivel internacional se está prestando más atención a esta problemática y están naciendo más programas para hacerle frente, sobre todo de prevención. Estas iniciativas se centran en acudir a las comunidades más pobres para sensibilizar a las mujeres y trasmitirles que esto les puede pasar, que les pueden reclutar diciendo que van a ser modelos o que las van a llevar a una escuela para que estudien estética. Estas técnicas son muy comunes porque los carteles saben que se trata de mujeres jóvenes que tienen necesidad de salir de un círculo de pobreza y, quizás de maltrato en sus propias casas, que responderán positivamente ante las posibilidades de llevar una vida más digna. La información puede ser un factor clave para acabar con la expansión de estas prácticas.

Desde el gobierno federal, se llevan a cabo programas de sensibilización a policías para que sepan cómo identificar un caso de trata aunque hasta ahora el balance del programa no es muy positivo. Resolver este problema es muy complicado, ya que en muchos casos los mismos policías son  cómplices de la misma red de trata. Es algo es lo que sin duda se está trabajando, pero desgraciadamente, no se está avanzando mucho.

¿Y la comunidad internacional?

La Organización Internacional para las Migraciones tiene programas que están financiando la capacitación de los policías. Pero lo que no he visto tanto, y existe, son los programas hacia consumidores de sexo de víctimas de trata. Lo mismo pasa con la droga: mientras haya un mercado, habrá alguien para abastecerlo. Y mientras haya una pobreza tan fuerte que facilite reclutar mujeres, no va a ser fácil frenarlo. Y la prueba es que el porcentaje de consumidores de prostitución, principalmente hombres procedentes de países desarrollados, no disminuido pese a algunos castigos ejemplares y programas de educación.

En su artículo “Un lugar peligroso contra las mujeres” sacaba usted a la luz la violencia sexual contra mujeres y niñas en Nicaragua. ¿Son comparables ambas situaciones o la guerra contra las drogas marca la diferencia?

La violencia es mucho menor en Nicaragua y el problema que tienen las mujeres es otro: el fundamentalismo religioso con la prohibición del aborto, consecuencia de un gobierno con fuertes vínculos a la iglesia. En Nicaragua no han aceptado de la misma manera este modelo militarizado de la guerra contra el narcotráfico. De hecho, es la política pública de guerra contra el narcotráfico el detonante de la violencia asociada a los grupos criminales. Y ésta es la gran paradoja de la situación. Porque el gobierno anuncia rotundamente que ya van a acabar con la violencia y lo primero que se aprecia es un aumento de ésta, porque su manera de hacerlo no es ir tras el dinero o tras el tráfico sino salir con los militares a la calle produciendo inmediatamente un incremento exponencial de las violaciones de derechos humanos.