Juego de Tronos

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¿Hay un plan sistemático del imperialismo y sus aliados locales para desestabilizar al Gobierno? ¿Se está penalizando a los gobiernos progresistas y populares? ¿Le sobrará al presidente Morales tiempo para jugar el segundo tiempo? es la tercera pregunta que sale de la propia interpretación de una realidad subjetiva, o el capricho de un presidente aferrado al cargo para seguir gobernando.

“He escuchado a los compañeros decir que hay que jugar el segundo tiempo”. Lo dijo Evo luego de un ampliado con los cocaleros en el Chapare. Sus aliados naturales lo vitorean cada vez que llega a la tierra que le entregó el boleto a la presidencia. Allí nació su lucha sindical en defensa de la hoja de coca y contra los “abusos” de la DEA. Empero, la euforia del jefe de Estado contrasta con la realidad: “hemos perdido una batalla pero no la guerra”, dice en alusión al resultado del Referéndum de febrero pasado. Una frase que suena menos creíble de las tantas que pronuncia Evo. En la medida que se mezcla la semántica de la ilusión fáctica, más denuncias corren por el mismo canal: las tramposas redes sociales en las que es tan fácil montar fotos, mentir o decir insultos.

La pregunta que se sigue haciendo la gente en las calles es si será factible que las dirigencias de las organizaciones sindicales que presumiblemente impusieron el Referéndum vuelvan al ruedo con el mismo argumento ensuciando la imagen del “jefe”. Pero esto es algo que a Evo no le quita el sueño. Su imagen es lo de menos. Lo importante es seguir golpeando al enemigo que se mueve entre las sombras, el que le puede provocar otro golpe. Y otro.

Al jefe de Estado boliviano no le gusta el tono de amenaza que perpetra el discurso anti país. Su antiimperialismo discursivo es la base del principio y será el cimento del fin. Es algo que a Evo no le quita el sueño, ni se lo quitó en peores momentos.

Cuando en 1993 el entonces ministro de Gobierno Sánchez Berzaín le hizo saber que había un avión de la DEA esperándolo en el aeropuerto para llevárselo preso a los Estados Unidos. Entonces, cientos de efectivos antidroga buscaban en el Chapare  a los responsables de los bloqueos para evitar la erradicación. Ese tiempo quedó atrás, sí; pero sigue siendo su fundamento. La biblia en la que radica su fortaleza. Sus diligentes secretarios -cada uno de los secretarios de las  seis federaciones de la coca del Chapare- corrían para denunciar las imposiciones y hasta marchaban por la vida y la soberanía para gritarle al país la agresión de los agentes aliados a los Estados Unidos. Ese fue el campo que al actual presidente de los bolivianos le gustaba jugar. Y le sigue gustando.

No está dispuesto a tranzar ni a retroceder un milímetro. Responde con el mismo entusiasmo de siempre y apunta al imperialismo.

En el poder hacer 10 años, son pocos los dirigentes del entorno sindical que respiran  el clima enrarecido del palacio de Gobierno. Está Felipe Cáceres, compañero sindical, de perfil bajo peleando por demostrar que las cifras de la lucha contra las drogas son un éxito; Neonilda Zurita y las otras mujeres que compartieron la batalla sindical cumplen otro rol lejos de los lujos palaciegos. De ellas nació la frase esa que ahora les gusta interpretar a sus ministras mujeres cuando hablan en público de él: “nuestro presidente”, dicen; señal inequívoca de la lealtad que le profesan. Pero el ambiente ya no es el mismo desde el pasado 21 de febrero cuando Evo perdió el Referéndum. Las sonrisas se han tornado de un aerosol desconfiadas. La confianza ya no ocupa el primer lugar en el orden del día.

Pero esa es apenas una lectura de la realidad. Una suerte de juego de tronos que agrieta las distancias sin saber quién es quién; dónde está oculto el comodín, las sorpresas de las cartas que se juegan en la mesa chica. Lo que queda claro es que el presidente no es un hombre al que le asusten las amenazas. En el libro “Jefazo, retrato íntimo de Evo Morales” escrito por el periodista argentino Martín Sivak -durante sus primeros meses de gestión tras ganar las elecciones de 2005, relata un pasaje que enrostra al presidente de cuerpo entero, que aquí se lo presentamos.

 

Evo no es de los de tranzar sus conquistas. Un capítulo editado del libro de sivak

Cuando ganó su cargo en el Congreso en julio 1988, decidió dedicarse por completo al sindicato. Se le ocurrió una suerte de slogan que se repetiría: “Ser honesto y sincero con las bases y estar al frente de las movilizaciones”. Así se formaría en la escuela del sindicalismo campesino. Esa es su marca política de origen y por muchos años entendería la política como una suma de asambleas, negociaciones con políticos y uniformados, y lucha de calles y de rutas (…).

En 1984 estuvo en el primer bloqueo de caminos que terminó con muertos: en las proximidades de Huayllani fueron asesinados tres campesinos. En Parotani, durante mayo de 1987, murieron otros cinco que bloqueaban la ruta en protesta contra el Plan Trienal (un plan de reducción forzosa de coca en tres años impulsado por Washington). La Masacre de Villa Tunari en 1988, donde once cocaleros resultaron asesinados, fue ejecutada, según los sindicatos campesinos, por “umopares” y agentes de la DEA.  Los muertos protestaban contra el uso de herbicidas en la erradicación de los cultivos.

Al cumplirse un año, Morales habló en un acto conmemorativo. Al día siguiente un grupo de “umopares” lo golpeó y lo tiró al monte pensando que estaba muerto. Una foto de archivo lo muestra desahuciado en una camilla.

Durante esa época, Filemón Escobar influyó sobre él de manera decisiva. Ex dirigente minero trotskista, había aprendido a respetar a la hoja de coca durante los veinte años que pasó en los socavones. Pionero entre los dirigentes mineros, después de las reformas estructurales de 1985 viajaba seguido al Chapare e impulsaba la política de defensa de la hoja de coca (…). Según Escobar, existía una línea “fierrera” de los cocaleros que contaba con carabinas y ya habían recibido entrenamiento militar durante la conscripción. “Evo -recordó en una entrevista para este libro- era fierrerito y quería sacar la mugre  a los gringos. Alguna vez me dijo que no le interesaban las elecciones y que en el Chapara había condiciones para una guerrilla. En los hechos, Morales nunca eligió la lucha armada, aunque en entrevistas y discursos de ese periodo la sugirió como una posibilidad latente.

Apostaba -como buena parte de sus compañeros- a la organización: llegarían a tener alrededor de 600 sindicatos divididos en 27 centrales campesinas y nucleadas en seis federaciones financiadas por el aporte de los afiliados.

 

El sindicato  controlaba todo

“Nosotros producimos nuestra coca, la llevamos a los mercados primarios, la vendemos y ahí termina nuestra responsabilidad”. Los grandes beneficiarios del negocio no vivían en el Chapare. Para mediados de la década del noventa, un cosechero ganaba 2.50 dólares por día y un pisador de coca, cuatro. Las familias dueñas de una hectárea se alzaban con dos mil dólares al año. Pero el gran negocio quedaba para otros: la pasta base que costaba en el Chapare 1.500 dólares, en Japón llegaba ya cristalizada, a los 120.000 el kilo.

En 1993, los Estados Unidos relanzaron su ofensiva. En una visita a Bolivia, el zar antidroga Lee Brown aseguró que “la guerra debe ser contra la colmena y no contra las abejas”. La colmena eran los productores de la hoja de coca.  Firmó un acuerdo con el Gobierno en el que éste se comprometía a erradicar, antes del 31 de marzo del año siguiente, 5.000 hectáreas de coca a cambio de una ayuda de veinte millones de dólares.  El presidente Gonzalo Sánchez de Lozada, corresponsable del decreto 21060, empresario minero de fortuna y dueño de un español parecido al que suelen tener los embajadores estadounidenses fue un muy buen aliado de Washington.

En ese contexto, Morales anunció que volverían a funcionar los comités de autodefensa, una fuerza dedicada a evitar la erradicación. “Si el Gobierno no levanta la erradicación forzosa, los sesenta mil productores vamos a pasar a la clandestinidad para enfrentarlo”, amenazó. En agosto de 1994 lo detuvieron. En el bus en el que viajaba al Chapare junto al fotógrafo José Luis Quintana subieron agentes de civil.  “Indio de mierda”, le gritaron mientras le pegaban. En vagonetas polarizadas lo llevaron a Cochabamba (…).

Una de sus habilidades fue el trato personal que estableció con periodistas y fotógrafos. Además de los modos amigueros comunicaba con sencillez sus pareceres y sabía dar buenos títulos. Así empezó a construirse como personaje de los medios. “Temo por mi vida”, dijo en agosto de 1994 antes de entrar a la huelga seca de hambre. Lo acusaban de sedición y de organizar grupos irregulares. Sus vecinos de la Villa 14 de Septiembre se escondieron  porque los “leos” (como les decían a los miembros de UMOPAR) los buscaban casa por casa. Desde la clandestinidad planearon un corte de caminos hasta que liberaran a Morales. Un día después de su detención, el 29 de agosto, empezó un hito en la historia del movimiento cocalero: la marcha “Por la vida, la coca y la soberanía nacional” que recorrería los 600 kilómetros que separan Villa Tunari, en el Chapare, de La Paz.

(…) Liberado el 7 de septiembre, Morales se sumó a la marcha. Cinco días después, participó en un debate con el ministro de Gobierno, Germán Quiroga, en “De Cerca”, el programa político producido por Carlos Mesa, que luego fue presidente. “La opinión pública -dijo Evo- sabe que lo que se quiere es eliminar a Evo Morales y a su zona, me imagino por recomendación de la embajada americana”. En el estilo que él mismo forjó, hablaba de Evo Morales en tercera persona. En ese debate, además, lució afinado. Cuando el ministro sostuvo que el 66 por ciento de la coca del Chapare se desviaba al narcotráfico contestó:

-Yo le regalo toda la coca del Chapare, ¿cree que con eso eliminamos el mercado en Estados Unidos?  Si se acaba la coca del Chapare, el problema ilegal va a entrar a Los Yungas y luego diremos que el 90 por ciento de la coca de los Yungas va al narcotráfico.  El Chapare es manejado por la DEA, por la embajada americana.

Después de 22 días, el 19 de septiembre, los marchistas llegan a la capital política del país y los paceños pudieron ver que no eran fantasmas, como el Gobierno había señalado toda la semana. “¡Fusil, metralla, la marcha no se calla!”, gritaban. Dejaron un graffiti que ha sobrevivido al tiempo y al blanqueo de paredes: “Gringos, erradiquen sus narices”.

La marcha nacionalizó el conflicto de la coca que parecía agotado al Chapare y proyectó el liderazgo de Morales. “Los aymaras, quechuas -dijo- somos la expresión y la vos de tantas raíces y esa expresión está empezando a brillar y a mudar como el color de la hoja de coca: ahora es rojo y brilloso. Por eso, hemos empezado a brillar a nivel nacional”. Una agencia de noticias boliviana lo eligió como personaje del año.

Pero eso no le dio inmunidad. En abril de 1995 cayó como parte de un operativo que supuestamente detuvo un golpe de Estado pergeñado a orillas del Titicaca por grupos irregulares ligados a Sendero Luminoso y a la guerrilla colombiana. En realidad, se trataba de un encuentro del Consejo Andino de Productores de Coca que presidía Morales. Lo trasladaron a Tiquina donde los militares lo trataron bien. (…) Un día después Morales fue llevado a la Policía Técnica Judicial (PTJ) de La Paz para discutir con un subsecretario de Estado: le ofreció su libertad a cambio de fijar un plan de erradicación.  No aceptó.  El ministro de Gobierno, Carlos Sánchez Berzaín, lo amenazó con que había un avión de la DEA para sacarlos de Bolivia…

 

El presidente no cambiará de actitud

Esa amenaza tampoco no lo amedrentó. Evo no negoció una salida porque intuitivamente sabía que tranzar era caer derrotado. Hoy después de 10 años en el Gobierno, el meollo aparente que enfrenta él y sus aliados “socialistas” es una conjura para debilitar a los gobiernos progresistas de la región: Brasil y Venezuela. La pregunta que ronda la mesa chica es si ¿hay un plan sistemático del imperialismo y sus aliados locales?; si ¿se está penalizando a estos gobiernos por medidas progresistas y populares?; si ¿Brasil, que ha mantenido buen diálogo con EEUU y los poderes fácticos, ahora se ha convertido en el caso ejemplar con que la gran potencia del Norte quiere darles una lección a los insubordinados del Sur? Si se contesta afirmativamente a estas preguntas, deberá probarse una orquestada intervención en los asuntos latinoamericanos, lanzada para disuadir a cualquier Gobierno con pretensiones de autonomía.

Resulta difícil adoptar sin más datos esta hipótesis. Si se analizan los casos, las denuncias sobre el escándalo brasileño “Lava Jato”  pasaron de la prensa a la justicia brasileña hace bastante tiempo. Mucho antes de que Carlos Valverde, apuntado como un agente al servicio de la CIA, hurgara un escándalo  poco antes del referéndum para infligirle una derrota anunciada. Lo que habría que investigar es si hubo relaciones entre la oposición y la investigación periodística, o si, más directamente, la mujer que sale a hablar del pasado de Evo fue aconsejada por sus opositores. O, finalmente, si el papel del periodista ha sido ejecutado sin ningún interés deliberado; las condiciones desfavorables dejan ver que las fichas están marcadas.

Si un dirigente popular enfrenta adversarios que no quieren volver a verlo en el Gobierno, debe cuidar su retaguardia y su entorno tanto como su buen nombre. No fue feliz la circunstancia en la que el vicepresidente Álvaro García Linera, exagerara sobre títulos académicos. ¿Fue un agente de informaciones imperialista quien, casi al mismo tiempo, divulgó que Sendic, el vicepresidente uruguayo, también estaba magnificando sus méritos universitarios? En el caso de Linera, el golpe iba también contra Evo. En el caso de Sendic, es más difícil afirmar que la denuncia era un tiro contra Tabaré Vázquez. Resulta más sencillo pensar en una intromisión en el difícil equilibrio entre izquierdas y derechas en el Frente Amplio. Y en Bolivia, ¿un infortunado desliz de algún adversario interno?

 

Brasil el caso descomunal. Bolivia el porvenir

Las redes de la corrupción ya han llevado a la cárcel a quien fuera la mano derecha de Lula, José Dirceu, uno de los fundadores del PT y ministro desde 2003 a 2005. Ese año, Dirceu tuvo que renunciar por diseñar y organizar el Mensalão. Fue juzgado y condenado a prisión. En 2015 fue nuevamente acusado en otro escándalo todavía abierto, el “Lava Jato”. Estos episodios rozaron al Gobierno de Dilma casi desde un principio. O sea que los partidarios de la tesis “imperialista” deberían sostener que, por lo menos desde 2005, la maniobra conspirativa está en marcha, con el auxilio de la justicia brasileña que condenó a Dirceu y a otros secuaces. Hasta ahora en Bolivia por la férrea terquedad del presidente que piensa que ceder es abrir flancos, nadie del entorno ha sido removido.

Más bien habría que decir que las denuncias de la prensa fueron ininterrumpidas e implacables y encontraron, incluso dentro del blando vientre de un sistema político que se protege, formas de llegar a los tribunales.

Una de las razones que se alegan en el caso brasileño es que Lula no construyó un imperio periodístico adicto y que encontró jueces independientes. Los partidarios de la tesis de la intervención imperialista unida a las acusaciones difundidas por la prensa pueden reprocharle a Lula que no haya actuado como actuó Cristina Kirchner y quiso seguir haciéndolo hasta el fin aunque no tuvo ni el tiempo ni el apoyo institucional que necesitaba.

En el caso boliviano el presidente Evo Morales aún detenta el poder, lo complicado será resistir crisis adversas que soplan cuan vientos huracanados para sembrar el caos.