Tal vez fue la mayor marcha de la historia de Venezuela. ¿Sirvió para algo? Ya llegaremos a eso. Comienzo el análisis por la punta del Gobierno.
Maduro y los operadores cubanos de la DGI, que son los que mandan en el país, se enfrentaron a una disyuntiva: ante el anuncio de una gigantesca manifestación, ¿se quitaban el frágil antifaz democrático que todavía utilizan esporádicamente, declaraban el estado de excepción, suspendían las garantías constitucionales y disolvían la Asamblea Nacional, pretextando impedir un golpe planeado por la perfidia imperialista de Washington, o intentaban obstruir a los manifestantes, detener a los líderes y hacer abortar la manifestación disgregando la marcha en diversos puntos del trayecto?
Optaron por lo segundo. Creyeron que lo lograrían. Es lo que hacen en Cuba. Detienen, dispersan, infiltran, acosan a los opositores, los enfrentan a unos contra otros con mil intrigas, y les impiden que tomen las calles. Las calles son de Fidel. A eso se dedica el vasto y secreto cuerpo de la contrainteligencia cubana (55.000-60.000 personas), la policía regular (80.000), más la gente de rompe y rasga del Partido Comunista (PCC), mientras los tres ejércitos regulares permanecen expectantes por si hace falta que entren en combate. Total: 350.000 perros feroces, sin contar al PCC, para acorralar a 11 millones de aterrorizadas ovejas.
Se equivocaron. El control social no es el mismo. En Cuba se liquidó a la oposición a sangre y fuego en los primeros cinco años de la dictadura. Hubo resistencia, pero mataron a unas 7.000 personas y encarcelaron a más de 100.000. Dos décadas más tarde, a fines de los 70, cuando la jaula ya era hermética, comenzaron a soltarlos. Hace medio siglo que los Castro tienen en un puño a la sociedad cubana. El KGB soviético y la Stasi alemana les enseñaron cómo echar el cerrojo. Hoy Raúl ha perfeccionado su estrategia represiva. Fue la que inútilmente trataron de utilizar en Venezuela.
La oposición venezolana se sostiene precariamente en una zona virtual del aparato estatal. Son alcaldes, gobernadores o diputados. Tienen cargos, pero no poder ni presupuesto. El chavismo los ha privado de recursos y de autoridad, aunque, como provenía de un esquema democrático, no le ha sido fácil construir la jaula. Según las encuestas, los del Gobierno tienen en contra al 80% de las personas, incluida una buena parte de los sectores D y E. Es decir, los más pobres. Son una inocultable pandilla de pésimos gobernantes dedicados al latrocinio. Para ocultarlo y disfrazar la realidad, compraron, confiscaron o neutralizaron a los medios de comunicación, salvo un par de periódicos heroicos, pero la situación del país es tan catastrófica que no tienen forma humana de esconder el desastre.
Sin embargo, la oposición carece de músculo para forzar la caída de Maduro y la sustitución del sistema. En general, son gente de paz adiestrada durante 40 años en el dulce ejercicio de la democracia electoral. ¿Qué podían hacer? Podían marchar. Golpear cacerolas. Protestar pacíficamente. Era la única forma de oponerse con que contaban en la desesperada situación en la que se encuentran.
Podían llenar las plazas a la manera de Gandhi y de Luther King, pero contra un adversario mucho más inescrupuloso que los anglosajones. Lo han hecho decenas de veces. Era la forma civilizada de enfrentarse al acoso totalitario. La gente que mata, el malandraje, el hamponato, está con el chavismo. Las Fuerzas Armadas han sido intervenidas por los cubanos y la cúpula se ha encharcado en el narcotráfico. Dejar que se ensuciaran las manos fue la forma astuta y vil de atárselas. Hoy no los une el patriotismo sino el delito y el miedo a la DEA.
En definitiva, ¿sirven para algo las marchas y las protestas pacíficas? Claro que sí. Los polacos y los ucranianos demolieron sus dictaduras caminando y gritando consignas. Es cuestión de persistir. El que se cansa, pierde. Pero hay un factor fisiológico importantísimo. Participar de una causa común que posee una expresión física -marchas, consignas-, provoca una secreción notable de oxitocina, la hormona de la vinculación afectiva producida por la hipófisis. Esa es la sensación de unidad, debonding, que se experimenta durante las marchas militares, las competencias deportivas o las inocentes reuniones multitudinarias para escuchar a los músicos de moda. Es esta sustancia la que genera “espíritu de cuerpo” y lealtades permanentes.
La oposición se siente fraternalmente unida en estos actos de calle. Surge la confianza en el correligionario y la esperanza en la resurrección de la patria. Todo lo que necesitan desesperadamente los venezolanos para encontrarse, de nuevo, en un abrazo profundo y solidario porque el país, en verdad, se les muere. Lo está matando el chavismo.