Cuando Guadalupe dejó su hogar en Bolivia, esperaba encontrar una vida mejor para su familia. Se instaló en las faldas de Arica, un puerto importante al norte de Chile, que también es frontera con Perú, donde ahora vive con su esposo y sus tres hijos. Pero ellos no tienen electricidad, tampoco agua corriente, ni techo.
“La nevera no sirve”, dice Guadalupe mientras el ardiente sol desértico entra a través del techo abierto. “Aquí es donde lavamos la vajilla”, añade mientras señala un bote de agua turbia.
Un sillón viejo, una carrito para bebé oxidado y banderas chilenas rotas nos reciben en la entrada. Se trata de un campamento improvisado a orillas del desierto de Atacama, el lugar más seco del planeta después de la Antártida.
Su vecina, Maura, que al igual que Guadalupe pidió que su apellido fuera omitido por cuestiones de seguridad, también dejó Bolivia persiguiendo los mismos sueños. “Vine aquí en busca de trabajo”, dijo. “Pero todavía no podemos pagar un lugar para vivir”.
De acuerdo con Un Techo para Chile, una ONG dedicada a la política de vivienda para personas en situación de pobreza, más de 36.000 familias viven en campamentos en todo el país, y carecen de acceso básico al agua y electricidad. La gran mayoría de los residentes son extranjeros.
La población migrante de Chile se ha duplicado a lo largo de los últimos cinco años, llegando a 500.000 residentes extranjeros documentados.
El incremento se ha atribuido al éxito de de la economía minera del país y al creciente mercado laboral, el cual ha atraído a gente de toda Latinoamérica, en busca de lo que ahora llaman ‘el sueño chileno’. Chile es el país más rico de Sudamérica por su Producto Interno Bruto per capita; por el contrario, Bolivia es el más pobre.
“Su sueño [de los migrantes] es la estabilidad financiera, social y algunas veces emocional”, dijo Javier Cerda, un agente de extensión del Servicio Jesuita a Migrantes en Arica.
Javier Cerda ayuda a los nuevos migrantes a ajustarse a su nueva vida en Chile, trabajando para darles alojamiento y cuidado de la salud. Sin embargo, las estrictas políticas migratorias del país, todavía guiadas por una ley aprobada durante la dictadura de Augusto Pinochet, la cual veía a los migrantes como una amenaza a la seguridad nacional, siguen haciendo difícil que los migrantes crucen legalmente.
De hecho, las dificultades para entrar al país llevan a un gran numero de personas a hacerlo de forma ilegal, a través del desierto. A pesar de eso, aquí se encuentran con reminiscencias mucho más peligrosas de la dictadura de Pinochet: franjas de minas terrestres.
“Hace dos años había una cantidad considerable de lluvia que inundaba el río, y las minas se regaron”, explicó Cerda. “El gobierno ya no sabe donde están”.
Más de 120 desafortunados se han tropezado con esas minas, dejando más de 30 muertos, el más reciente el pasado mes de febrero, cuando un hombre peruano dio un paso en falso intentado entrar al país. Dos de los migrantes atendidos por Cerda son sobrevivientes de las explosiones. Ambos perdieron una pierna en el accidente.
“No creo que el gobierno haya hecho ningún progreso para remover las minas”, dijo. “No creo que les importe”.
Pero la gente está dispuesta a morir con tal de llegar a Chile, y algunos chilenos no los quieren ahí. Uno de ellos es Andrés Montero, un conservador columnista y locutor de radio en Santiago. “Si quieren vivir en un país, no pueden correr en las montañas evadiendo a la policía”, dice. “Tienes que hacerlo de la manera correcta, cara a cara”.
Montero ha usado su posición como columnista en El Líbero para pedir controles más estrictos en las fronteras del país. Dice que no hay trabajos suficientes para los trabajadores sin habilidades que entran a Chile, lo que contribuye a la crisis de alojamiento.
“No estoy en contra de la migración”, añadió. “Estoy a favor, siempre y cuando sea implementada de forma racional”.
Algunos han tenido reacciones más extremas ante la afluencia de migrantes. En Antofagasta, un importante pueblo minero, la gente se ha mostrado en contra de la reciente ola de colombianos, y han estallado violentas peleas callejeras.
“Los inmigrantes viven en ciertos barrios cuando acaban de llegar, y sus costumbres son muy diferentes a las de los chilenos, así que los choques culturales son grandes”, explicó Benjamín Parra, presidente de la colectividad Colombianos en Antofagasta.
El número de campamentos en Antofagasta ha crecido de cuatro a 50 en los últimos cuatro años, de acuerdo a Parra. El gobierno municipal intentó frenar el crecimiento de campamentos en septiembre del año pasado, cuando la alcaldesa Karen Rojo pidió desalojos masivos de 26 asentamientos en el pueblo.
Pero a falta de un plan para reubicar a los residentes, el movimiento ha sido fuertemente criticado por los activistas locales, más notablemente el padre jesuita Felipe Berríos.
“¿Qué piensan hacer con 3.400 familias? No los pueden lanzar al océano”, dijo Berríos, quien trabaja para Un Techo para Chile. “No se puede desaparecer la pobreza”.
Berríos se mudó voluntariamente a La Chimba, uno de los campamentos originales en Antofagasta. Este fue construido ilegalmente en una colina a orillas del pueblo, y se nutre de la red de energía local. Este sitio trata de ser un lugar cómodo para vivir, e incluso se han establecido reglas, como no beber y no escuchar música demasiado fuerte en las noches.
Hay una guardería improvisada y una biblioteca, en la que hay fila para poder entrar. El único servicio por el que tienen que pagar es el agua.
“Me siento feliz y orgullosa de vivir en un lugar como éste”, dice Helena Vázquez, una migrante peruana que lleva tres años viviendo en La Chimba. Ella dirige una pequeña tienda de conveniencia en el campamento, y se encarga de vigilar su calle por las noches.
“Mi sueño era tener mi propia casa, algo que mi país no podía ni soñar”, dijo. “Encontré mi lugar aquí”.
Este trabajo fue realizado por VICE News en asociación con la University of British Columbia’s Graduate School of Journalism y estudiantes de periodismo del International Reporting Program for Hidden in Plain Sight: stories of HIV and migration in Chile.