¿Qué sucederá ahora en Holanda? Las cuatro opciones Rutte para gobernar

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Foto: REUTERS

Rutte puede reunir a viejos amigos para formar un gabinete clásico, que se distinguirá poco de los gobiernos de los últimos 40 años. Tampoco se descarta que se abra a nuevas experiencias

El enemigo ha sido derrotado. Esta es la sensación general tras difundirse los resultados de la tensa noche electoral en Holanda. “Lo hemos parado”. Fue el aplauso del primer ministro, Mark Rutte, el gran ganador, a pesar de haber perdido nueve escaños con respecto a las últimas elecciones. La batalla en estos comicios era evitar, fuese como fuese, una victoria del ultraderechista Geert Wilders, al que muchas encuestas daban como ganador o, al menos, rival extremamente cercano al partido liberal-conservador de Rutte, el VVD.

Lo que ahora se abre es el tradicional periodo de incertidumbre para determinar la futura coalición del Gobierno en un hemiciclo de 150 escaños, en el que la formación ganadora, el VVD, tiene solo 33 diputados. Un tripartito no es suficiente para llegar a los 76 asientos que marcan la mayoría absoluta, hay que jugar al menos a cuatro bandas. Y Rutte no ha tenido mucho tiempo para descansar de la resaca de anoche. A primera hora de este jueves ya estaba haciendo matemáticas sobre las posibles coaliciones. “Veréis que pasaremos unas cuantas semanas sentándonos a la mesa”, advirtió.

Este mismo jueves han empezado los primeros acercamientos, que de momento dirigirá la actual presidenta del Parlamento, Khadiya Arib, diputada del partido socialdemócrata PdvA y, por cierto, nacida y criada en Marruecos. Es ahora cuando empieza lo realmente complicado para el primer ministro: mantenerse al mando del futuro gabinete para encarar su tercera legislatura consecutiva.

Negociar gabinetes pluripartidistas es un hábito ya casi genético en Países Bajos, donde no se recuerda una mayoría absoluta -ni de hecho un resultado que superase los 54 escaños- en todo un siglo. En esta ocasión, 13 partidos de los 28 participantes consiguieron entrar al hemiciclo, aunque solo siete tienen diez o más diputados, y todos han intentado perfilar posturas propias, aunque a menudo pertenezcan a similares bloques ideológicos. Rutte se lo tomó con calma: “En una campaña, es inevitable que salgan a la luz las diferencias, pero ahora es importante unir de nuevo al país y formar un Gobierno estable para los próximos cuatro años”, dijo tras ver los resultados.

El gran perdedor de la noche es el PdvA: su descalabro de 38 a solo 9 diputados ha abierto serios interrogantes sobre el futuro de esta formación, afiliada al bloque socialista europeo y tradicionalmente una de las más fuertes de Holanda. Es posible que su fracaso se deba a que por primera vez ha jugado en una especie de gran coalición con el partido que debería ser su antagonista ideológico, el liberal-conservador VVD de Rutte, con el que ha firmado numerosas medidas de austeridad y recortes en estos últimos cinco años. Esas medidas también son, en opinión de los analistas, los que han causada la caída de escaños del propio VVD, de 41 a 33.

Con todo, es muy posible que el PdvA vuelva a formar parte del próximo gabinete. Rutte ya dejó caer un guiño en el mensaje de condolencia que envió justo tras conocerse el reparto de papeletas: “Estuvimos durante 4 años y medio en una aventura juntos. Les deseaba un resultado diferente”.

Otros dos socios “clásicos” para el gabinete son los dos partidos que ahora se reparten el tercer puesto, con 19 escaños: Llamada Democristiana, que forma parte del Partido Popular Europeo, y Demócratas66 (D66), que en el área internacional juega en el mismo conjunto liberal que el propio VVD. De hecho, los democristianos ya compartieron Gobierno con Mark Rutte entre 2010 y 2012, y encabezaron incluso los cuatro anteriores gabinetes, desde 2002, bajo su líder Jan Peter Balkenende, en coaliciones variables con el VVD, el PvdA y alguna vez D66. Este ultimo partido también fue parte de la coalición del VVD y PvdA entre 1994 y 2002, un reparto de cartas que ha variado muy poco desde finales de los años setenta.

En resumen, Rutte tiene abierta la opción de reunir en la mesa a un puñado de viejos amigos para volver a formar un gabinete clásico, con una mayoría relativamente sólida de 80 escaños, que se distinguirá muy poco en su orientación de los Gobiernos que han dirigido el país en los últimos 40 años.

Pero tampoco se descarta que Rutte se abra a nuevas experiencias: flota en el aire cierta expectación de un Ejecutivo que se incline algo más hacia posturas de la izquierda e incluya al gran ganador de la noche, GroenLinks (Izquierda Verde), una formación afiliada al Partido Verde Europeo. Este grupo, que saltó de los 4 a los 14 escaños en la noche electoral, tiene por primera vez cartas para entrar al gabinete. Ganas no les faltan: el joven y carismático líder de GL, Jesse Klaver, ya ha lanzado bengalas de posición. Defensor de la Unión Europea, las libertades constitucionales, la recepción de los refugiados, la inmigración y la multiculturalidad, Klaver es el exacto antídoto de Wilders, y así lo han entendido muchos votantes.

Porque Holanda se movilizó desde la izquierda: la participación electoral subió hasta el 82%, una cifra que no se había alcanzado en los últimos treinta años, aunque habitualmente suele oscilar poco por debajo del 80%. En algunos centros de votación hubo que instalar incluso cabinas adicionales porque la llegada de votantes superaba lo previsto. Y nadie duda que fueron sobre todo los izquierdistas y progresistas los que le pusieron freno a Wilders. Otro dato: el partido antirracista DENK, que no tuvo representación parlamentaria hasta ahora, saltó al hemiciclo con tres escaños.

Para Rutte podría ser un gesto muy popular hacer subir a bordo al joven Klaver, al que sus seguidores comparan con Obama (también repíte: Sí se puede) y el canadiense Justin Trudeau y cuyo origen -su padre era marroquí y su madre tenía raíces indonesias- es ya un manifiesto en sí. Sobre todo porque a Rutte, durante la campaña se le ha achacado también un intento de robarle votos a Wilder adoptando sus posturas: en enero publicó una carta abierta pidiendo a todo aquel “que no estuviera de acuerdo con las costumbres holandesas” que abandonara el país.

Pero para Klaver, embarcarse tendría también sus riesgos, sobre todo si llega para sustituir al PdvA, porque entonces su grupo, sería el único de posiciones relativamente izquierdistas en un gabinete de centro-derecha. Con poco poder para imponer su línea, no sería extraño que los votantes dieran la espalda en la próxima cita a su partido, que hasta ahora ha vivido esencialmente del voto de castigo y de marcar una manera nueva y distinta de hacer política. Pero si rechaza participar y encara una oposición de cinco años, también puede volver a caer en el olvido.

Matemáticamente, Rutte también tiene la opción de dejar fuera tanto al PdvA como a GroenLinks e invitar a la Unión Cristiana (CU), con sus 5 escaños, para una frágil mayoría de 76. Pero aunque la CU ya participó en el gabinete de socialdemócratas y democristianos que Rutte reveló en 2010, parece una opción menos verosímil. Del todo se descarta una alianza -matemática posible, pero ideológicamente no- con el Partido Socialista y sus 14 diputados. Esta formación, nacida del movimiento comunista y maoista holandés y afiliada a Izquierda Unida Europea, lleva obteniendo buenos resultados, casi siempre de dos dígitos, en las últimas dos décadas, pero nunca ha sido invitado a participar en el Gobierno.

En todo caso, la derrota de Wilders certifica la apuesta de Holanda por una sociedad integradora de inmigrantes, pese a que los incendiarios discursos del hombre de pelo blanco (teñido, para no dejar traslucir sus raíces indonesias, según las malas lenguas) habían colocado Países Bajos en cabeza de un mapa de la ultraderecha europea. La realidad es bien distinta: Rotterdam, segunda mayor ciudad y uno de los centros económica país, es la primera gran ciudad europea cuyo alcalde es un inmigrante, el rifeño Ahmed Aboutaleb, nacido y criado en Marruecos. Miembro del PvdA, es también uno de los críticos más destacados del islam radical que está anidando en algunos barrios holandeses y que da alas a los discursos de Wilders.

Pero si los holandeses celebraron el éxito de la movilización electoral, que ha salvado a su país de convertirse en el faro de la ultraderecha europea, casi mayor era el alivio de políticos franceses y alemanes, que se enfrentan a sus propios ‘wilders’ el 23 de abril, en el caso de Franciay en septiembre, para Alemania. El ministro de Asuntos Exteriores galo, Jean-Marc Ayrault, felicitó a los holandeses por haber “detenido” el avance de la extrema derecha. “Felicidades a los neerlandeses por haber detenido el avance de la extrema derecha. Tenemos voluntad de trabajar por una Europa más fuerte”, dijo el político. Y el Gobierno alemán se apresuró a difundir que la canciller, Angela Merkel, había llamado por teléfono a Rutte, para expresar su deseo de una “buena cooperación como amigos y vecinos europeos”. Al margen de la política migratoria o de integración, las posturas de Wilders en Holanda, Marine Le Pen en Francia y la ultraderecha alemana ponen sobre todo en tela de juicio el futuro de la Unión Europea. Con Wilders devuelto al banquillo para los próximos cinco años, Europa tiene un respiro.