Angela Merkel ha pasado su carrera política minimizando su género: rehuyendo la etiqueta de feminista, actuando con modestia, cautela y preparación en un implícito contraste con el fanfarroneo masculino. La canciller ganó la reelección este domingo y así pasa a ser la mujer más poderosa sobre la faz de la tierra.
No obstante, para muchos ella es solo su dirigente y su género es irrelevante.
Su éxito hace que surja una pregunta que se vuelve oportuna tras meses de la derrota de Hillary Clinton: ¿esta estrategia de disimulo es la forma más efectiva que tienen las mujeres para hacerse del poder y ejercerlo?
Clinton hizo campaña como una mujer que haría historia por romper el más alto techo de cristal; en respuesta, varios segmentos de Estados Unidos dieron un contragolpe misógino.
En contraste, Merkel evitó obsesionarse con su histórica primera vez y cultivó una persona pública decididamente aburrida, minimizando su ascenso como jefa de una nación que ha tenido desde siempre una actitud conservadora hacia las mujeres. Los hombres la subestiman, bajo su propio riesgo. Puede que sea modesta, pero no duda en su búsqueda del poder ni en su ejercicio. Su ascenso a la cima y su estadía en el cargo durante doce años han probado su dominio de la política; ha aprovechado cada oportunidad, eliminado a sus oponentes y mantenido el apoyo popular.
“Ella aprendió a esconder sus propósitos bajo un velo de indiferencia”, comentó Constanze Stelzenmüller, profesora emérita de Brookings Institution que ha observado a Merkel como periodista.
Stelzenmüller, quien creció en Alemania Occidental, afirma que la experiencia de Merkel de sobrevivir al gobierno autoritario de Alemania Oriental le dio las herramientas para navegar el mundo político masculino al que entró cuando las dos Alemanias se unificaron. Merkel, dijo, aprendió el “te callas, te aguantas y estás atenta a una oportunidad; todo eso mientras tratas de salir ilesa”.
La crianza de Merkel en Alemania Oriental, donde la mayoría de las mujeres trabajaban y el Estado proclamaba igualdad de género aun cuando en casa reinaba el patriarcado, contribuyó con la determinación de no hacer un fetiche del feminismo. Ansiosa de que no se le redujera a una etiqueta, se mostró sorprendida de que, durante la contienda de 2005 para convertirse en canciller, los periodistas le preguntaran su opinión sobre ser la primera mujer en ocupar ese cargo. Así mismo, en la Reunión del Grupo de los 20 de la que Merkel fue anfitriona este año, un moderador preguntó a las asistentes, entre las que se encontraba Ivanka Trump, si se consideraban feministas. Merkel no alzó la mano.
Sin embargo, se impuso en el partido más estridentemente masculino de Alemania, dice Bernd Ulrich, columnista de Die Zeit, quien la conoce desde hace 20 años.
Su mentor fue el canciller Helmut Kohl, quien se mantuvo en el cargo durante mucho tiempo, y la llamaba mein mädchen (mi muchacha). Los hombres en su propio partido la llamaban burlonamente Mutti (Mamá), que era un insulto, pero que ahora se considera un símbolo de confianza. Ute Frevert, la principal historiadora alemana, hizo notar que Merkel se ha resistido a todos los intentos de encasillarla o ser condescendiente hacia ella (también rechaza la mayoría de las entrevistas).
Esta es una imagen que se ha esforzado en cultivar. Al inicio de su carrera, Merkel recibió burlas por su forma de vestir desaliñada y su cabellera descuidada; una agencia de renta de autos usó su imagen en un anuncio en la que se veía con el cabello despeinado en un convertible, diciendo que por fin había encontrado su peinado.
Así fue como adoptó su actual melena corta muy bien arreglada y su invariable uniforme: un colorido saco y pantalones discretos. Alguna vez bromeó sobre que, en uno de sus primeros trabajos gubernamentales -como ministra ambiental-, se dio cuenta de que todo el mundo estaba absorto en sus zapatos en lugar de escuchar lo que estaba diciendo. Para evitar eso, hizo que su guardarropa fuera tan predecible que una ráfaga de artículos sobre el vestido corto que usó para ir a la Ópera en 2008 es una de las extraordinarias menciones de su atuendo en la prensa.
“Las mujeres en el poder no tienen un código de vestimenta”, explicó Sylke Tempel, editora en jefe de The Berlin Policy Journal. “Así que ella puso fin a todas las habladurías sobre su apariencia”.
Tampoco desafió a los hombres a su alrededor, hasta que sus propios traspiés se lo permitieron. Tras dieciséis años en el poder, en 1999 Kohl y el partido de la Unión Democrática Cristiana se vieron sacudidos por un escándalo de donaciones de campaña. Ella publicó una carta abierta en un diario invitando a Kohl, su mentor de toda la vida, a renunciar. Pocos meses después fue electa presidenta del partido.
“Ella llegó al poder en un acto de impiedad impresionante”, explicó Stelzenmüller. “Digamos que su agresión tuvo algo de shakesperiano y calculador. Su camino hacia el poder está flanqueado por los cadáveres políticos de una docena y media de esos príncipes”.
Como muchas mujeres que se abrieron paso en la política, más recientemente la primera ministra del Reino Unido, Theresa May, asumió el poder en un momento de crisis, cuando pocos hombres querían el trabajo. “Fue elegida por los muchachos porque ellos tenían miedo de fracasar; entonces decidieron ponerla en el cargo porque ella podía hacerlo”, comentó Angelika Huber-Strasser, directora ejecutiva de KPMG Alemania. “Y después verían qué hacer y uno de ellos se quedaría a cargo”.
Los muchachos solían ser líderes como el físicamente imponente Kohl, o Gerhard Schröder, famoso por su machismo y sus cuatro matrimonios. Ahora, su primera canciller dirige Alemania con un estilo deliberadamente discreto y algunas veces terriblemente precavido.
“No hay necesidad de gritar ni de portarse como un simio”, manifestó Ellen Ueberschär, presidenta de la Fundación Heinrich Böll, quien ha participado en varios grupos ciudadanos convocados por Merkel para hablar de las mujeres y el poder. “Ella no se deja seducir por los símbolos del poder que la empoderan”.
Merkel, como muchas mujeres que han tenido que probar su valía, hace su tarea. Cuando se le preguntó durante una campaña cómo maneja a los “machos alfa” como Vladimir Putin, su respuesta fue simple: “Para mí siempre ha sido importante, y no me aparto de eso, tratar de ser como soy, y estoy bien preparada para la esencia”.
Putin, sabiendo que un perro había mordido a Merkel en una ocasión, llevó a su mascota, un perro labrador, a una reunión con ella en 2007. Merkel no podía ocultar su tensión. Sin embargo, Ulrich dijo que esos intentos de intimidarla acaban por fracasar: “Le tiene miedo a los perros, no a los hombres”.
De hecho, en un mitin de Torgau, se enfrentó a un grupo reducido de manifestantes, compuesto principalmente por hombres, del partido populista antiinmigrante Alternativa para Alemania. “Es como lo que le sucedió a Hillary”, dijo Tempel. “Odian todo lo que ella representa”. Los manifestantes usaron silbatos con un sonido ensordecedor a lo largo de su discurso de campaña. Merkel continuó sin alterarse, haciendo una pausa solo para mencionar cuán afortunados eran de vivir en una sociedad que permitía las manifestaciones. Cuando en otro mitin le arrojaron un tomate, con toda tranquilidad sacudió los restos del saco.
Esta imperturbabilidad es una de las razones por las que tantos electores no ponen atención al hecho de que sea una mujer. Cuando se le preguntó si pensaba que ser mujer había influido en cómo gobernaba Merkel, Ute Oskrowski, una enfermera de Dresde, reviró: “¿Qué tipo de pregunta es esa?”.
A raíz de las manifestaciones en los mítines electorales, Jana Hensel, una reconocida novelista alemana, escribió a Merkel una carta abierta, en la que le pedía confrontar públicamente a los hombres que la menospreciaban, como un ejemplo para el propio hijo de la escritora. Ulrich comentó que dada la renuencia misma de Merkel a hablar de sus logros y filosofía de gobierno, su legado podía correr el riesgo de minimizarse, ya que sus sucesores podrían dar marcha atrás.
¿Qué pueden aprender entonces de su larga estadía en el cargo las mujeres que aspiran a dirigir? Melanne Verveer, quien trabajó para Clinton cuando fue primera dama y fungió como embajadora general de asuntos internacionales de mujeres en su Departamento de Estado, dijo que, con cierta renuencia, ha llegado a la conclusión de que por ahora el camino sutil al poder era el más seguro. Es la única forma en la que las mujeres pueden pasar por eficientes sin resultar amenazantes. “Desearía que no lo fuera”, comentó Verveer, “pero todavía es así en la mayoría de los casos”.
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Susan Chira (@susanchira) es corresponsal sénior y editora de temas de género en The New York Times.