Leonardo Padura: El Nobel de Literatura necesita una revisión
A Leonardo Padura le preocupa el reguetón. Hasta el barrio de La Habana donde se crió y donde aún vive llegan los ritmos y letras actuales, que no termina de aceptar. “Es una muestra muy reveladora, creo, de cómo se manifiesta la sociedad cubana”. No es que la tenga cogida con el reguetón, no, porque para él el reguetón actual no es una causa, sino una consecuencia de un estado social y ético. “Pasó de ser socialmente agresivo, un poco contestatario, a ser soez; luego pasó a ser pornográfico y ahora, directamente, es algo escatológico”, lamenta.
En esas estamos. El maestro cubano de la novela policiaca está en Madrid, a donde ha llegado desde Asturias y donde se quedará para firmar ejemplares en la Feria del Libro. Lleva desde las siete de la mañana dando vueltas por la ciudad. Llega a Casa de América bajo una gorra verde pistacho y con una riñonera en la cintura, y llega a la carrera, de hacerse junto a su mujer unos análisis de sangre -el médico, un amigo, tomaba vacaciones y solo podía atenderlos ayer a primera hora-. Viene de Oviedo, donde el jueves se falló el premio Princesa de Asturias de las Letras a Fred Vargas, en el que ha participado como jurado y que a él le fue otorgado -“para colmo y exageración”, dice- en 2015.
“Con Asturias tengo una relación muy especial”, recuerda el escritor cubano, nacido en La Habana en 1955. “Fue el primer lugar de España que me recibió, en la primera Semana Negra de Gijón, en 1988”. Se pregunta Padura por la importancia de ese evento, la Semana Negra de Gijón, y se muestra convencido de que en algún momento habrá que hacer una valoración “de lo que ha significado”. En ese 1988 que la visitó por primera vez acudió como periodista, antes de escribir ninguna de las novelas del detective Mario Conde que le darían nombre internacional. Y recuerda que allí conoció a Vázquez Montalbán, a Andreu Martín, a González Ledesma, a Paco Ignacio Taibo… Habla del gremio y sonríe. Hay quien dice que, dentro de los escritores, los que mejor se llevan (¿los únicos?) son los que frecuentan el género negro. “Los escritores policiacos somos muchos pero a la vez somos pocos, y se crean relaciones de amistad”, explica, y cuenta cómo en Gijón tuvo su primer encuentro con Vázquez Montalbán, del que terminaría siendo anfitrión en Cuba cuando el barcelonés escribió Y dios entró en La Habana.
“Pero sí”, dice, “el mundo literario es un mundo absolutamente competitivo. Y es absurdo competir en el mundo literario. Barça y Madrid se entiende que compitan, porque solo gana uno. Pero en literatura cada uno tiene el espacio que merece. Hay, sí, espacios inmerecidos, y ausencias inmerecidas también. Pero cada uno tiene lo que logra alcanzar”. Habla con pasión de novela negra y deja claro que, tras citar a Hammett, a Chandler, a Himes, o a Simenon, para él, “a partir de la mitad de los 80 hasta hoy es el momento más alto del género”.
En los últimos cinco años, tres de los escritores que han ganado el Princesa de Asturias escriben novela negra. El irlandés John Banville, la francesa Fred Vargas y Padura. Esto, para el cubano, “certifica la vitalidad y el respeto del género”. “La novela negra son variaciones sobre cinco o seis temas: muerte, violencia, corrupción, miedo… vistas desde el lado oscuro, de la criminalidad. Sobre esas variaciones se pueden tocar muchos temas”, resume, y señala a Montalbán como el gran cronista de la España de finales del siglo XX, a Mankell como historiador de la decadencia del milagro sueco, o a Márkaris como testigo de la crisis griega.
¿Tiene el premio Princesa de Asturias más peso un año en que no se entregará Nobel de Literatura? “¡No sé si decirte cosas que se conversaron allí! [ríe] Pero sí, ese tema se mencionó. Yo creo que el Premio Nobel, con independencia de los problemas internos de la Academia Sueca, necesita una revisión. Trataron de romper con los esquemas y creo que fue un intento fallido”, explica. “A Bob Dylan le daría el premio Nobel de Música. Pero murió Philip Roth y no tuvo el Nobel. Va a morir Kundera y no lo tuvo tampoco. Y antes, por mencionar dos ejemplos en lengua castellana indiscutibles, no lo tuvieron ni Borges ni Carpentier”.
A finales de 2017 terminó la novela que publicó a principios de año, La transparencia del tiempo, de la serie de Mario Conde. ¿En qué anda ahora? “Necesito un tiempo. Y espacio mental”, se justifica. No solo por el agotamiento que supone escribir, sino porque es un firme defensor de la teoría de que si uno escribe una novela justo después de acabar otra, al final sigues escribiendo la misma. Pero sí, hay algo en mente, algo que está “pensando, sin escribir nada aún, solo investigando. Una novela que tiene que ver con la diáspora cubana, una historia de personajes entrelazados”. Se refiere a la diáspora de su generación, no la diáspora histórica de los primeros años de la revolución. “Me interesa por el trauma que fue para los míos. Y porque creo que la novela cubana sobre el emigrante contemporáneo no me ha satisfecho. La visión del cubano de Miami ha sido muy plana. Habría que tratar de entender un poquito más qué ha pasado”.
¿Y qué piensa sobre Cuba, sobre el nombramiento de Miguel Díaz-Canel? “El hecho de que haya habido un cambio de figuras en la presidencia todavía no ha significado nada en cuanto a estilo o política”, señala. “Me imagino que en unos meses habrá alguna señal, porque hay varias deudas que están pendientes, sobre todo en economía. Hablamos de un país que lleva 28 años en crisis”, dice antes de señalar que la de ahora en Cuba es una generación menos romántica, y más escéptica. “Y hay otro fenómeno del que hablaré en la novela, que es que muchos de los más capaces se han ido. Un desangramiento de talento”. “El Gobierno necesita revisar cambios profundos, y no sé si tendrán una varita mágica para resolver tantas cosas”, termina, y se encoge de hombros. Quién sabe. Quizá el cambio en Cuba empiece por el reguetón.