En las votaciones del 1 de julio, los mexicanos eligieron por un amplio margen a Andrés Manuel López Obrador como su próximo presidente. AMLO, como se le conoce, ha sido tachado de populista, izquierdista, autoritario y nacionalista. No obstante, también se ha dicho que es un pragmático y un conservador en materia fiscal. ¿Quién es AMLO y qué tipo de presidente podría ser? Todas las anteriores son la respuesta correcta.
López Obrador es tanto un ideólogo de izquierda como un político pragmático. Favorece un mayor gasto social y también afirma ser un conservador fiscal. Defiende las elecciones como un demócrata comprometido, pero hace campaña como un populista, y tiene una vena autoritaria.
El presidente electo es un capitalista que hace un llamado para que el Estado tenga una mayor intervención en la economía. Insiste en que apoya a las empresas, pero acto seguido critica ferozmente por su nombre a los líderes empresariales de México debido a su historial de pactos favorables con el gobierno. Su coalición incluye a admiradores de la extrema izquierda de Fidel Castro y Hugo Chávez, evangélicos socialmente conservadores y casi a todos los que se encuentran entre estos dos extremos.
Es un político complejo que ha hecho declaraciones aparentemente contradictorias a lo largo de su carrera política y durante la actual campaña presidencial. Entonces, ¿cómo gobernará López Obrador a México? De todas las formas anteriores. No hay varios AMLO, sino solo uno.
López Obrador es un ideólogo que se propone transformar a México en lo político, en lo económico y en lo social, pero que prefiere un cambio gradual a un levantamiento revolucionario acelerado; es un populista susceptible que ataca a sus opositores, pero opera dentro de los límites borrosos de la política mexicana. Sus metas tienen una motivación ideológica, pero sus programas son en su mayoría pragmáticos.
Como jefe de Gobierno de Ciudad de México de 2000 a 2005, López Obrador expandió el gasto para asistencia social, al incluir una pensión para las personas de la tercera edad, sin hacer estallar el presupuesto. Trabajó estrechamente con el empresario Carlos Slim para renovar el Centro Histórico, que todavía presentaba daños por el fuerte terremoto de 1985. Asimismo, atrajo a asesores internacionales para que le ayudaran a desarrollar nuevas ideas para lidiar con la inseguridad y la delincuencia.
En cuanto a las políticas económicas, el presidente electo dice que espera financiar un marcado aumento en el gasto de previsión social a través de una campaña anticorrupción y programas de austeridad gubernamental. Sus críticos, entre ellos destacados analistas fiscales, argumentan que los ahorros distan mucho de poder cubrir su larga lista de deseos.
Dado que prometió que no aumentará los impuestos ni habrá déficits importantes, ¿cómo hará funcionar el balance general?
A muchos les preocupa que ponga en práctica una economía parecida a la de Hugo Chávez, gastando lo que no tiene, pero las declaraciones de López Obrador y su mandato como jefe de Gobierno de Ciudad de México sugieren lo contrario. Parece probable que arranque sus programas prometidos, pero al ritmo que dicte la disponibilidad de los fondos. Da la impresión de que entiende que actuar de otra forma podría provocar inflación, algo que daña más a los pobres.
Al igual que otros personajes de la izquierda nacionalista, López Obrador se opuso desde siempre y de manera ferviente tanto al Tratado de Libre Comercio de América del Norte (TLCAN) como a la reforma energética. No obstante, también entiende que el contexto ha cambiado, y que estar en el cargo requiere el pragmatismo ausente en su búsqueda de la presidencia durante toda una década.
Ahora acepta el TLCAN y la dependencia del comercio con Estados Unidos como un hecho y ha respaldado al equipo que está renegociando el acuerdo.
Además, se ha retractado de un referendo prometido sobre la reforma energética de 2013 que, por primera vez desde 1938, permitió la inversión extranjera en el sector de los hidrocarburos. Reconoce que no tiene el respaldo para revertir los cambios constitucionales que permitieron la reforma y entiende que puede lograr la mayoría de sus objetivos sin modificar la Constitución mexicana.
López Obrador respalda la democracia electoral y el “sexenio”, el periodo presidencial limitado a seis años. No obstante, se irritará ante los límites constitucionales a los poderes presidenciales y es probable que ridiculice a las instituciones autónomas de México en caso de que sus actos obstaculicen sus políticas.
La coalición de López Obrador obtendrá mayoría en el Congreso, pero eso no le dará autoridad para cambiar la Constitución a fin de promulgar sus propias reformas, como hicieron sus predecesores. También se encontrará con una gran variedad de organismos gubernamentales celosos de su autonomía y responsabilidades, incluyendo en particular a la Suprema Corte de Justicia, el Banco de México, la Comisión Nacional de Hidrocarburos y el Instituto Nacional de Transparencia, Acceso a la Información y Protección de Datos Personales.
El AMLO autoritario puede despotricar contra el obstruccionismo de estas instituciones, pero poco puede hacer a corto plazo para mitigar los obstáculos que supongan para sus predilecciones políticas.
Nada de esto significa que López Obrador no logrará cambiar a México. Lo hará. No quiere decir que su pragmatismo evitará que elija mal sus políticas públicas. No lo impedirá. Tampoco quiere decir que sus excesos retóricos no vayan a reforzar los miedos de que sea un radical vestido de pragmático. Muy probablemente lo harán.
López Obrador parece destinado a poner en marcha una gran transformación para crear una fuerte economía nacional con mucha más intervención gubernamental, menos pobreza y desigualdad, y una mayor soberanía y autonomía nacional. En ocasiones, ese idealismo sacará lo mejor de él. Se cometerán errores. No obstante, su pragmatismo innato y las limitantes del mundo real deben surtir efecto. Su futuro y el de México dependerán de ello.