En busca de la salvación la gente recurre a figuras con una masculinidad extraordinaria como Bolsonaro y Trump

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Foto: Jim Lo Scalzo-Pool/Getty Images

Un mes antes de unas elecciones, se filtra una conversación antigua de una de las candidatas a la presidencia de Estados Unidos. En la cinta describe sus métodos de seducción: “Agarra a los tipos por el pene”, se le escucha decir satisfecha. “Cuando eres una estrella, te dejan hacer de todo”.

Si esa hubiese sido una situación real, la campaña de la aspirante en cuestión hubiese acabado, asegura la historiadora Joan Scott.

Pionera en analizar la historia desde el punto de vista del género, Scott dice que a una mujer no se le perdonarían declaraciones de esta índole y que, sin embargo, en boca de los hombres se vuelven en apenas polémicas pasajeras.

Los comentarios originales de la cinta, los que nosotros te presentamos modificados, correspondían en realidad al actual presidente de Estados Unidos, Donald Trump. “Agárralas por la vulva”, dijo en el video divulgado en octubre de 2016. Pero el material no impidió su victoria apenas un mes después.

De acuerdo con la historiadora, quien también es profesora del Instituto de Estudios Avanzados (IAS, por sus siglas en inglés), ubicado en Princeton, Estados Unidos, y autora de libros sobre desigualdad de género y política, las mujeres son sometidas a un escrutinio mucho más minucioso -y duro- en el juego electoral.Para participar en él, explica, necesitan alcanzar un equilibrio difícil entre fuerza y ??feminidad: no deben parecer muy agresivas y, por lo tanto, masculinas, ni muy sensibles y, por tanto, frágiles.

Este es un extracto de los principales asuntos sobre los que la historiadora conversó con la periodista Ingrid Fagundez de BBC News Brasil.

En un texto reciente, usted habló sobre el “magnetismo animal” del presidente estadounidense Donald Trump y enumeró las razones por las que la candidata demócrata Hillary Clinton no fue vencedora, entre ellas el hecho de ser mujer. Esto limita “las posibilidades de que resultase atractiva [para el electorado]“, dijo. ¿Por qué una candidata no tendría tanto “magnetismo”como Trump o como Jair Bolsonaro en Brasil?

Hay un estereotipo de género en el cual los hombres son los líderes, los gobernantes y las figuras poderosas; y las mujeres son las destinatarias pasivas de la protección, el amor o de lo que sea (de los hombres). Es una respuesta psicológica profundamente enraizada en temas como el liderazgo, que siempre fue definido como (una característica) masculina.

Y a pesar de que haya mujeres líderes como Angela Merkel (canciller de Alemania), Margaret Thatcher (primera ministra de Reino Unido entre 1979 y 1990) e Indira Gandhi (primera ministra de India entre 1966 y 1977), la habilidad de ejercer un papel extraordinario se entiende aún como un rasgo masculino, particularmente como una masculinidad excepcional, más fuerte y poderosa.

(…) En tiempos de crisis y agitación en una sociedad, la gente recurre a figuras de poder y con una masculinidad extraordinaria en busca de la salvación.

El problema ahí es que, si una mujer intenta ejercer ese poder, se ve como una anormalidad, como que no es femenina sino masculina, y que eso puede resultar peligrosos. Porque otras cosas que esos tipos hacen es apelar a las nociones tradicionales de masculinidad y feminidad.

Entonces, Bolsonaro habla de que las mujeres deben de tomar cuenta de la casa; en Turquía, (el presidente Recep Tayyip) Erdogan dice que el papel de la mujer es tener hijos para así salvar nuestro futuro; Trump piensa que las mujeres son objetos de satisfacción sexual. Lo que resulta anormal es que nos presenten como mujeres poderosas.

¿Y cómo se puede huir de eso?

Es interesante ver cómo, por ejemplo, ahora en Estados Unidos Nancy Pelosi (congresista demócrata y presidenta de la Cámara de Representantes de EE.UU.) está rechazando que Trump la coloque en esa posición. Mucha gente dirá que la odia, porque quiere retratarla como algo anormal. Como con aquel video que divulgaron en el que aparecía ella hablando a cámara lenta y para que pareciese que estaba borracha.

Ese es un intento de señalar que hay algo que está mal, que ella no puede ser tan poderosa como parece o que es capaz de resistir las acciones de Trump. Nancy dice lo que piensa: “Él (el presidente) necesita que se le detenga”. Todas esas cosas son verdad, pero el hecho de que ella hable de eso y sea considerada una figura política poderosa está molestando a Trump, le está volviendo loco.

Lo interesante es que usa vestidos y siempre se muestra como mujer. Es madre y abuela, y lo dice millones de veces. Así que se ratifica en su “feminidad normal”, aunque tenga un poder extraordinario.

Los seguidores de Trump están buscando aquella figura paternal que se haga cargo de todo. Y la pregunta es: ¿hay una mujer que pueda hacer eso? No sé qué se necesitaría o cómo funcionaría.

Pensando en lo que escribió sobre Hillary Clinton, ¿una potencial líder debería asumir una posición menos femenina para que las personas la viesen más fuerte?

Sí, y ese es el problema. Cómo hacer que eso funcione sin que tengan que tacharte de anormal. Uno no se imagina a Hillary Clinton diciendo el mismo tipo de locuras que dice Trump, insultando a la gente. Se la consideraría una histérica.

Tiene que tener una postura diferente y eso es lo que Nancy Pelosi está descubriendo. Ella no compite contra Trump para ser presidenta, está en una posición diferente, preside la Cámara de Representantes. Trump está intentando hacerle parecer una loca, pero no lo consigue porque ella se mantiene en su posición y no es ambivalente. Hillary Clinton siempre fue ambivalente en la manera en la que se presentaba a sí misma.

Se habla mucho de las ascensión de figuras como Trump, Bolsonaro y Narendra Modi, el primer ministro de la India, en momentos de crisis. ¿Cómo explica el fortalecimiento de hombres con un perfil tan parecido?

Siendo tal vez muy simplista, se puede decir que se debe a una crisis en el capitalismo neoliberal. Los ricos son cada vez más ricos, los pobres más pobres y las separaciones y las divisiones en el mundo están aumentando de forma dramática.

Hay oleadas de inmigrantes que llegan a países europeos de las áreas de guerra en Oriente Medio y África, y a Estados Unidos, llegan de los países pobres de América Latina. Uno acaba desilusionado con que las personas pueden tener otro tipo de expectativas para su vida.

(…) Hay algo en la vulgaridad y brutalidad de esos personajes que los hace atractivos. La gente piensa “ah, ellos sí saben mandar en el mundo; ellos sí van a acabar con el crimen y la corrupción”. Incluso en el caso de Duterte (Rodrigo, presidente) de Filipinas, que está matando a todo el mundo.

También se apela al discurso nacionalista, diciendo que son otros los responsables de nuestros problemas, ya sean inmigrantes o minorías étnicas. Trump es la promesa del retorno de la supremacía blanca desafiada por una población creciente de no blancos en Estados Unidos.

Matteo Salvini (el secretario del partido de derecha Liga Norte), en Italia, Nigel Farage, el tipo del Brexit en Londres, son todos lo mismo. Todos ellos ven a los inmigrantes o a las minorías como un problema que debe ser atajado, desviando el foco de los fallos de las fuerzas capitalistas, de empresarios como ellos, para centrarlo todo en “los otros”, que necesitan ser expulsados del país. (Ellos dicen): “si conseguimos purificar la nación, estaremos mejor”.

En el artículo mencionado anteriormente, usted cuestiona cómo la democracia puede lidiar con el llamado de figuras autoritarias, hombres en su mayoría. Le hago la misma pregunta: ¿cómo la democracia puede hacer frente a esta tendencia?

Hay alternativas, que además ya han funcionado en el pasado. En Europa, después de la Segunda Guerra Mundial, hubo un llamamiento a la democracia social, al bien común. Existió una noción de necesidades e intereses colectivos.

Tuvimos (al presidente) Franklin D. Roosevelt en Estados Unidos y el New Deal (una serie de programas implementados entre 1933 y 1937 en Estados Unidos para recuperar y reformar la economía estadounidense), que eran la alternativa al fascismo de Europa. También estuvo Martin Luther King, quien fue símbolo de una veneración enorme, de amor y de respeto.

Existieron personajes que se convirtieron en la representación de toda una comunidad. Ellos también eran poderosísimos y, muchos de ellos también tenían un papel paternalista, pero era un tipo de figura diferente.

Piense en Cárdenas en México (Lázaro Cárdenas del Río, uno de los presidentes más populares del país (1934-1940) y responsable de la nacionalización del petróleo local) o en Bolívar (Simón Bolívar, líder político venezolano y uno de los pioneros en la lucha contra la colonización de la región en el siglo XIX) en América Latina.

Hay momentos en que los que se dan líderes fuertes que son muy admirados, pero no los amamos porque sean más poderosos que nosotros, sino porque representan algo común a todos. Históricamente hay muchos ejemplos de eso.

Entonces ¿lo que necesitamos es un tipo de padre diferente?

(Risas) Sí. Creo que es eso… Gandhi. Mire aquellos que consiguieron personificar un espíritu común y nacional, pero de una manera muy diferente a la de los actuales líderes de derecha.

(…) Otro [personaje] del que a mí me gustaría saber más es Angela Merkel, porque durante mucho tiempo tuvo mucho éxito.

Tengo la certeza de que había gente que sacaba sus trapos sucios o que la atacaba diciendo que era una mujer anormal, pero consiguió ser fuerte y cautelosa de una forma distinta a Margaret Thatcher, que era casi tan masculina como los hombres de su época. Ella y Ronald Reagan (presidente de EE.UU. entre 1981 y 1989, y coetáneo con Thatcher] eran del mismo tipo.

Se consiguiéramos pensar en cómo un líder puede personificar un aspecto común de una sociedad, sería posible pensar en mujeres que desarrollen ese papel.

Esa es mi próxima pregunta. En un escenario de crisis económica y política, pero también de transformación de las funciones del hombre y la mujer, ¿podría una mujer asumir ese liderazgo alternativo?

En momentos de crisis, las gente mira más hacia la vieja manera de hacer las cosas, se fijan en aquello que siempre creyeron, y en lo que fueron educados porque les resulta más seguro que los desafíos que representa el matrimonio gay u otras formas alternativas de sexualidad.

El mundo ahora parece estar dividido entre las personas que piensan de forma vanguardista y aquellos que prefieren anclarse en ideas antiguas. Los autoritarios apelan a las costumbres antiguas e intentan imponerlas a todos nosotros.

Otra pregunta para la que no tengo respuesta es: ¿qué pueden aportar las nuevas formas de pensar en materia de género para ofrecer soluciones a estas crisis?

Porque estamos hablando de una política que ha migrado a la derecha, pero hay una población sustancial, la mitad del mundo probablemente, y más de la mitad de Estados Unidos, que no cree en esas ideas.

Hay una parte de la población que no eligió a Trump y haría cualquier cosa para encontrar una alternativa. Y la pregunta es: ¿por qué no estamos recibiendo otra política desde ese lado? ¿Qué pasó con la izquierda? ¿Cómo perdió su conexión con la forma en la que el mundo estaba cambiando?

¿Por qué los momentos de crisis despiertan esa necesidad de figuras paternas? ¿O es que en realidad siempre las necesitamos?

No, creo que es especialmente en momentos de crisis. Cuando hay incertidumbre, nadie sabe lo que va a suceder y todas las formas de vida organizada en las que creemos se caen a pedazos. La crisis trae la necesidad de esa figura.

¿Necesita la izquierda entender esa necesidad de un padre para pensar en estrategias futuras?

Creo que sí. Es difícil predecir quién podrá ser la persona, quizás hombre o quizás mujer, que llene esa necesidad. Pero creo que los momentos de crisis son los que causan ese deseo de personajes poderosos que cuiden de nosotros y nos guíen fuera del desierto.

¿Una mujer sería capaz de representar esa figura? ¿En caso de que encontrase una forma de ser fuerte y femenina, como ha hecho Nancy Pelosi, podría el electorado aceptarla o sería rechazada automáticamente?

Eso tiene dos partes: una es que la mujer debe descubrir cómo quiere mostrarse a sí misma y la otra es saber cómo resistir a los ataques. Y ambas cosas deben ir juntas.

Cuando la candidata socialista Ségolène Royal se presentó como candidata a la presidencia de Francia (en 2007), no fue capaz de unirlas. Siempre usaba ropas caras y cada vez que la atacaban, intentaba negarlo. “No, yo soy una mujer normal”, decía, en lugar de ignorarlos.

Con esto quiere decir que las dos partes son importantes: primero, es necesario que una mujer tenga las cualidades y el carisma para ser aceptada por el electorado, y, segundo, que sepa combatir los inevitables ataques, los cuales intentarán retratarla como “anormal”.

Unos la describirán como muy femenina, bajo la creencia de que las mujeres no pueden ser líderes, y otros como muy masculina y, luego, habrá incluso quien la tilde de estar desconectada con lo que realmente significa ser americano o brasileño.

Esos dos elementos son los que una mujer necesita negociar. Es una pregunta abierta. Puede que haya alguien por ahí ya. Como historiadora, odio decir que depende enteramente de una persona en concreto, de un individuo, pero puede ser el caso. Si aparece alguien que combine ciertas cosas, puede que funcione.

Pero entonces todo parece injusto, ¿no? Porque la respuesta equivocada de una mujer puede acabar con su candidatura, mientras que los fallos polémicos de los hombres no provocan que se retiren de la contienda.

¿Se lo imagina? Hasta si un (candidato) negro lo hiciera (sería complicado que permaneciese en la lucha). Si agarraran a Obama pagando a una actriz porno para que no dijese nada de que estuvo con él, estaría fuera de la campaña en un minuto. (Trump fue acusado de ello). Es sólo ese tipo (Trump) quien consigue pasar incólume.

Recuerde cuando en la campaña Hillary Clinton intentó parecer confiada y comenzó a beber whisky. Todos decían: “Miren qué dura es”. Pero lo que sucedió es que todos hablaban de lo masculina que era. Después Clinton lloró y aquello la sepultó. Ya no importaba lo que hiciese, ella era siempre o muy dura o muy débil.