Muchos académicos especializados en el estudio del terrorismo ven semejanzas preocupantes entre el ascenso del Estado Islámico y el del terrorismo nacionalista blanco, que se vio más recientemente en una masacre en El Paso, Texas.
“Los paralelismos son impresionantes”, dijo Will McCants, experto destacado en este campo académico.
Esas similitudes se han vuelto más notorias con cada nuevo atentado.
Los expertos dicen que las semejanzas no son coincidencia. El terrorismo de nacionalistas blancos está siguiendo un trayecto escalofriantemente parecido al del yihadismo del Estado Islámico, tanto así que ayuda a explicar por qué los atentados han crecido repentinamente en frecuencia y en mortandad.
En ambos casos hay una ideología apocalíptica que predica y promete acelerar un choque entre civilizaciones por el cual se va a consumir el mundo. Hay actos de violencia teatralizados e indiscriminados que supuestamente llevarán a la batalla final, que en realidad no hacen más que conseguirle al responsable unos minutos de atención y que se sienta empoderado.
Hay reclutas por cuenta propia que, reunidos en las esquinas más oscuras del internet, se radicalizan solos. Y para esos reclutas la ideología oficialmente promovida probablemente no es más que una manera de expresar tendencias ya existentes por el odio y la violencia.
Las diferencias entre los nacionalistas o supremacistas blancos, que se basan en la idea de que las personas blancas deben mantener el poder dominante político y económico, y el Estado Islámico siguen siendo muchas. Los líderes del grupo militante islamista intentaron hacer del fervor de sus seguidores un gobierno y Estado de corta duración, mientras que el nacionalismo blanco ( no tiene propiamente un liderazgo formal.
“Creo que mucha gente que trabaja en asuntos del extremismo en línea vio venir esta situación”, dijo J. M. Berger, autor del libro Extremism (Extremismo) y asociado del grupo de investigación VOX-Pol, en referencia a las similitudes entre los movimientos.
En retrospectiva, estas semejanzas se vuelven evidentes.
La infamia que ganó el Estado Islámico a nivel mundial lo volvió un modelo natural incluso, o especialmente, para extremistas que ven como sus enemigos a los musulmanes.
Una serie de cambios a nivel global -particularmente. el auge de las redes sociales- ha facilitado que cualquier causa terrorista descentralizada busque perpetrar una violencia a mayor escala y con menos sentido.
“A nivel estructural, no importa si esos extremistas son yihadistas o nacionalistas blancos”, dijo Berger.
Ya que se despliega esa violencia se genera un ciclo de retroalimentación que radicaliza a más personas y ya que empieza eso llega a conseguir un ímpetu terrible: cada ataque promueve la radicalización en línea y la ideología apocalíptica, las que, a su vez, promueven más ataques.
Lo aprendido con el Estado Islámico es causa de preocupación. Es prácticamente imposible erradicar a un movimiento animado por este tipo de ideas y por redes sociales descentralizadas. Tampoco es fácil prevenir ataques cuando la ideología de quien los comete hace que cualquier objetivo sea “bueno”, cuando se requiere poca capacitación y, dado que para guiar a la gente a atacar, a veces no se necesita más que tener un foro de discusión web.
Berger advirtió que los cambios globales que influyeron en permitir el ascenso del Estado Islámico no han hecho más que acelerarse, como la proliferación de las redes sociales.
“Cuando abres una arena inmensa y nueva para comunicarse, se vuelve un vector de contagio”, dijo.
Nuevas formas de terrorismo
El nihilismo que signa con mayor frecuencia el terrorismo global en esta era empezó a surgir del caldo sectario del Irak ocupado por Estados Unidos.
Abu Musab al Zarqawi, un criminal jordano de poca monta, aprovechó el caos de la invasión estadounidense para masacrar a los ocupantes y a los musulmanes iraquíes por igual; publicó y circuló los videos de sus matanzas.
El principal grupo islamista hasta ese momento, Al Qaeda, había matado a civiles pero con la pretensión de un reclamo religioso con objetivos claros como hacer que Estados Unidos se retirara del Medio Oriente. Pero Al Zarqawi no parecía tener otra motivación que el sadismo, un apetito por volverse famoso y una ideología de fin del mundo que apenas lograba dilucidar.
Al Qaeda primero criticó las acciones de Al Zarqawi con el temor de que distanciara a los musulmanes de la causa y se volviera una distracción de las metas hasta entonces concretas del yihadismo.
En vez de eso, Al Zarqawi se volvió tan popular entre los reclutas de la yihad que Al Qaeda terminó por dejarlo librar su lucha con el nombre del grupo. Cuando él murió, su movimiento renació con el nombre de Estado Islámico.
El ascenso de esa agrupación desató un nuevo enfoque hacia el terrorismo, uno que da pistas sobre por qué el nacionalismo blanco que comete actos terroristas ahora está mostrando creencias y prácticas similares.
La mayoría de los terroristas no nacen con el deseo de matar, se les prepara para eso. Otros grupos terroristas habían hecho esa preparación al apelar a las aspiraciones políticas u odios arraigados entre los reclutas, pero Al Zarqawi encontró cómo activar de inicio un deseo para masacrar.
Con la invasión estadounidense de Irak, el mundo quedó bocarriba para muchas personas en Medio Oriente. Al Zarqawi y después el Estado Islámico, en vez de ofrecer maneras para regresarlo a la normalidad, vendieron una explicación: el mundo se acercaba a una batalla apocalíptica entre los musulmanes y los infieles.
Con eso el grupo justificó realizar ataques que de otro modo serían inexplicables, como matar a decenas de otros musulmanes que estaban en un centro comercial, con la postulación de que así se aceleraría la llegada del fin del mundo predicha por las profecías antiguas.
Como planear y realizar esos ataques era más sencillo, casi cualquier persona podía hacerlo y sentirse como un “soldado de la causa”.
Es decir, se cimentó una ideología según la cual quien quisiera podía matar por el movimiento, incluso sin haber sido formalmente parte de este, y que decía que matar era la ganancia. La violencia adquirió impulso por sí sola.
Algunos académicos sugieren que eso es lo que parece estar sucediendo ahora con los integrantes más extremos del movimiento de nacionalismo blanco que ha surgido a nivel mundial.
Una guerra racial a nivel global
Esos componentes ideológicos, prácticas de reclutamiento y pasos para la radicalización que se vieron en el Estado Islámico cuando iba en ascenso se están dando, de manera casi idéntica, entre los terroristas del supremacismo blanco.
Según estos, el mundo se ha descarrilado y se dirige hacia una guerra racial entre las personas blancas y de color.
Por ejemplo, una extraña novela francesa de 1973 titulada Le Camp des Saints (El campo de los santos), se ha vuelto casi el libro de profecías para muchos de estos nacionalistas blancos. La novela describe un intento de extranjeros no blancos por dominar a los europeos, que se defienden con una guerra racial genocida.
Los “manifiestos” de atacantes terroristas en El Paso o en Christchurch, Nueva Zelanda, han advertido de esta supuesta guerra venidera. También dicen que los ataques fueron pensados para provocar una mayor violencia racial para que la batalla final llegue más pronto.
Para la radicalización se requiere de poco más que una comunidad que esboce ideas similares, dijo Maura Conway, académica experta en terrorismo de la Universidad de la Ciudad de Dublín. Las reacciones en contra de cambios demográficos y sociales no son nuevas, pero las redes sociales han permitido que se encuentren las personas blancas que son receptivas a versiones sumamente extremas del rechazo a esos cambios.
Y, al igual que hizo el Estado Islámico, las redes sociales también les dan a los extremistas blancos un receptáculo para videos de sus hazañas con la intención de que se vuelvan virales, con lo cual desatan el ciclo de retroalimentación.
Berger, el autor de Extremism, escribió en 2015 que el Estado Islámico fue “el primer grupo en emplear estas tácticas de amplificación por redes sociales, pero no será el último”.