En todos los ámbitos hay crisis. Hablé con un banquero, se queja, un broker de seguros, igual. Un policía, ni qué decir. La constante es la crisis. Los políticos hablan en campaña eterna del bien público y son aparentemente felices. Todos los manuales en la vida moderna recomiendan la felicidad. Sin embargo, por donde uno va se diluyen las posibilidades de estabilidad. Los objetivos no parecen claros. Todos atienden emergencias. Y ni qué decir del periodismo en crisis. Leo un artículo de Martín Caparros en el New York Times, Periodismo en crisis, titula. Leo otro del Washington Post, el diario que alguna vez hizo caer presidentes, hoy quiere a los líderes populistas removidos por denuncias de fraude. Los meritorios funcionarios de las OEA opinan que estos son falsos profetas. Todo no parece tener sentido. Avanzamos a ciegas, mientras se nos venden ilusiones, nos asustan con enfermedades mortales, los gurús de la economía hablan de reducir el déficit en tiempo récord; emancipación, igualdad de oportunidades, salud y educación, pero no vemos ese paquete de felicidad. El entramado no alcanza para pensar qué es cierto y qué no. Las fake news han alcanzado su gloria. Caparros afirma que la crisis del periodismo es en realidad la crisis del lector. Nadie apunta sus ojos a uno mismo. El retrovisor no da para tanto. Las noticias más leídas, las que según Caparros ocupan un significativo orden y lugar cronológico en las páginas digitales de los medios del mundo se ocupan de entretenimiento, farándula y menesteres superfluos. Es, por lo tanto, en la definición del periodista argentino, la crisis del periodismo es la crisis del lector.
Un médico me explica que no es plausible que un ministro de Obras Públicas se presente ante las cámaras de la prensa con una pistola en mano para presentar el arquetipo insaciable de la vanidad. No le corresponde – insiste- a él explicar el procedimiento de atención a los presuntos infectados con el coronavirus. Los servicios de salud están infectados de desinformación. Las fake news están ganando una batalla no por culpa de los malos y torpes periodistas que no saben ni leer, peor informar; es una batalla perdida en la misma fuente de la información.
Cinco funcionarios públicos se suman al radio de acción de la especulación. Quiénes debieran impartir conocimiento están sumergidos en el síndrome de la manipulación del registro. El desorden es una de las características de los tiempos modernos que vivimos que de tan modernos han pasado a una inocultable crisis de la verdad.
El coronavirus, reabre el debate sobre producción de conocimiento y poder
La noticia del coronavirus ha coronado un mes de zozobra, en todas las tapas de los principales medios. Dat0s ratifica lo que señaló en su anterior edición respecto al virus del siglo. Se trata de una ola de información que alimenta fake news, desinformación y radicalismos. La OMS reconoció que el tema se le fue de las manos. No pide detener la ola de noticias falsas gravísimas que corrieron por WhatsApp. La más debatida fue esa de que el virus tendría origen en una sopa de murciélago.
Ese rumor suscitó rumores tendenciosos en las redes sociales de que los chinos estaban muriendo en las calles. Sus hábitos alimentarios fueron puestos en ridículo. Se decía que “los chinos están abandonando a sus hijos en las calles”. El alcance de toda esta información no contrarrestó la efervescencia de que el coronavirus es un resfrió como cualquier otro y que los relatos apocalípticos marcaron un denominativo común en la construcción de discursos colonialistas, racistas, provocan estigma y, claro, el desborde de una incontrolable crisis sanitaria.