Desde que se desató la pandemia de la covid-19 allá por el mes de diciembre del pasado año, provocada por la ingesta de carne de murciélago en los mercados de Wuhan, China, ha corrido demasiado susto y paranoia en el mundo entero. Lo que muy pocos se preguntan es si el virus del animal en cuestión, un quiróptero, en este caso el murciélago, pudo haber desatado por si solo semejante infierno mundial al que estamos sometidos todos con aislamientos involuntarios y muy poca resistencia ante el temor palpable de la muerte. No sólo se reportan miles de fallecidos diariamente por el contagio del virus de este animal, sino que tampoco se dice nada que semejante mutación haya provocado este cambio drástico de comportamiento de poblaciones enteras. Tampoco se dice nada si el tamaño y peso de este mamífero volador pueda haber logrado tanta devastación sin que medie la mano del hombre. Parece difícil de concebir, pero como se nos ha dicho que no veamos más allá sino en los animales, resulta prohibido alargar otro tipo de teorías sobre la expansión de la pandemia.
Quiere decir, que si es verdad lo que nos cuentan, es decir, que fue consecuencia del virus provocado por las nuevas formas de alimentación de los humanos, esa mutación genética iba a producirse tarde o temprano. Esa podría ser la primera conclusión; la otra, de la que no se dice nada, por temor a que sea interpretada como una noticia falsa, es que el virus fue potenciado en un laboratorio con seguridad chino y de allí salió el nuevo coronavirus. Indudablemente, si esto es así, quiere decir que la humanidad ha llegado a un punto en el que la seguridad y la libertad han quedado a merced de algún loco con alucinaciones de conquistador planetario.
Antes de la emergencia sanitaria desatada en el mundo entero, quienes ya eran considerados amos del planeta por la cantidad de recursos ilimitados que poseen, alentando la ciber comunicación espacial (vámonos a marte); compañías tecnológicas, casi todas ellas, han cotizado al doble de su valor en bolsa y absorben exorbitantes ganancias, mientras las mayorías se empobrecen material y espiritualmente y pasarán a formar parte del ejército devastado; a pensar seriamente las consecuencias de esta guerra asimétrica y mortal.
Una elite de pedófilos
El diario madrileño El País escribe que el cuerpo del multimillonario Jeffrey Epstein está enterrado bajo una lápida sin nombre. El hecho sirve para retratar cómo las pistas conviven con los interrogantes en esta trama sexual que sacudió a la élite neoyorquina y que está lejos de atar los cabos sueltos. Ni siquiera existe consenso sobre si el pasado 10 de agosto el pedófilo se suicidó en su celda del Centro Correccional Metropolitano del sur de Manhattan o lo mataron. La autopsia oficial sostiene lo primero, pero expertos forenses han defendido que el tipo de fracturas en su cuello indica lo segundo. En cualquiera de los dos escenarios, el desenlace le arrebató la posibilidad a las decenas de presuntas víctimas de ver actuar a la justicia. El acusado de tráfico sexual de menores y conspiración se enfrentaba a 45 años de cárcel.