Dat0s se ha propuesto narrar su misión periodística a modo de celebrar sus 20 años este 2020. La comprobación de que, durante gran parte de este periodo, escribió guiado en la senda de la verdad. En la edición 231 de julio pasado, publicamos el reportaje “Hollywood cambia la historia en Bolivia” (2012) en el que narramos la forma en la que el poder político extorsionó a inversionistas extranjeros. El artículo “Cuando un país se convierte en cárcel”, describe la penosa experiencia de la colombiana Claudia Liliana Rodriguez Espitia, detenida injustamente por el caso Ostreicher.
En pleno siglo veintiuno Bolivia vivió una década que bien puede estar registrada en la “Historia universal de la infamia”, como tituló el escritor argentino Jorge Luis Borges a uno de sus inolvidables textos; fue una época oscura en la que a nombre de la justicia se cometieron los peores crímenes; una época en la que toda acción política o emprendimiento privado era susceptible de extorsión. Una de las víctimas de este sombrío periodo de nuestra historia, mal bautizado como “Proceso de cambio”, fue Claudia Liliana Rodríguez Espitia, joven empresaria colombiana que había decidido invertir en nuestro país confiando en las garantías constitucionales para los emprendimientos privados y en las reglas internacionales de respeto a los Derechos Humanos.
Rodríguez Espitia fue acusada de varios delitos con el único propósito de extorsionarla, de quedarse con sus bienes y de hacerla huir del país; lo sufrido por ella no fue ni sería la excepción en la Bolivia de Evo Morales, fue una práctica común que se aplicó tanto con los enemigos políticos como con empresarios a los que querían extorsionar llegando a crear una epidemia de inseguridad jurídica; sin embargo, los extorsionadores, se equivocaron de mujer porque ella decidió resistir y luchar por sus derechos, así fue que, como castigo por su insolencia, tuvo que soportar 22 meses de cárcel. Rodríguez Espitia, debe ser el único caso en el que una persona es trasladada a cuatro prisiones en diferentes departamentos con la aviesa intención de doblegar su espíritu y hacer que les entregué dineros suyos y de sus socios y parte de sus propiedades.
Esos 22 meses en las prisiones serán el hilo conductor de una novela que ya estoy terminando, la columna vertebral de la perversa trama que se tejió para mantenerla en prisión y que aún persiste en algunos magistrados que se niegan a levantarle el arraigo. Esa trama perversa fue revelada por los medios de comunicación e identificada como la “Red de extorsión”, que involucró a altas autoridades del Gobierno del Movimiento Al Socialismo (MAS). En esta confabulación jugó y juega un papel definitivo Jacobo Ostreicher, un individuo de origen judío que supo usar su gentilicio para beneficio propio manipulando a las autoridades y la prensa, perjudicando con sus mentiras a Rodríguez Espitia; manoseo en el que involucró a la comunidad judía y a un famoso actor de cine para luego, como todas las mentiras, ser descubiertas; sin embargo algunas de sus patrañas con respecto a la propiedad de bienes que pertenecen a Rodríguez Espitia han quedado en el imaginario mediático como suyos y ahora la tarea es desenmascarar sus perversas intenciones de apropiarse de ellas. Si bien Ostreicher obtuvo mucha cámara y atención de cierta prensa amarillista que no busca la verdad, tanto que Hollywood se interesó en él y se habló de un “lobby judío” para liberarlo, creemos que existió una conjura del silencio para ocultar la verdad y llegó la hora de revelarla.
Si bien es cierto que la historia de la corrupción en Bolivia no cabe en un libro, en la novela intentaremos entrelazar los hechos que dieron lugar a uno de las más escandalosas injusticias que, lamentablemente, hacen que nuestro país mantenga vigente el veredicto popular de que no existe nada peor en el mundo que la justicia boliviana.
Junto a Claudia Liliana Rodríguez Espitia, así como los testimonios de otras personas involucradas o víctimas, recortes de periódicos y enlaces de la Web, además de los voluminosos expedientes, intentaremos desenredar la maraña de lo ocurrido en este emblemático caso de corrupción nacional, en el que los antecedentes judiciales y mediáticos han dejado una huella irreversible, aun cuando la víctima ya está en libertad, pero sigue luchando por una sentencia que le haga justicia en un proceso atestado de irregularidades judiciales y jurídicas.
22 meses, agobiantes y eternos, estuvo Rodríguez Espitia en cuatro de las cárceles de Bolivia más terroríficas del mundo, como si fuera una de los criminales más peligrosos del planeta al que hay que escarmentar para siempre. ¿Fue una mala decisión invertir en Bolivia? Ella no lo cree así y, pese a que le robaron maquinaria, producción agrícola, dinero en efectivo y especialmente dañaron su prestigio personal y profesional, no lo lamenta y aún cree que fue una buena decisión invertir en nuestro país porque ama a nuestra gente, nuestros paisajes y nuestro destino que también es el suyo. Rodríguez Espitia sigue viva porque acató las señales de su intuición de guerrera, esas señales que desde otra dimensión le recomendaba su abuela.
Cuando el azar, que es el otro de los nombres de Dios, urdió la trama para que la conozca, yo ya sabía de ella; al estrecharle la mano y apreciar su sonrisa no pude menos que sorprenderme con el halo de misterio que la preservaba, como si la protegiera de la maldad del mundo, aunque después comprobé que las lágrimas acudían a ella para aliviarla de sus peores recuerdos en las celdas bolivianas. Empezamos nuestra conversación en su oficina, diálogo que se prolongó por semanas, a medida que ella hablaba pude comprobar que sus palabras estaban colmadas de presencias de espíritus familiares, académicos y universales como el de los grandes filósofos cuyas enseñanzas compartíamos. Incluso una tarde, mientras recorríamos algunos de los cafés de la ciudad de Santa Cruz de la Sierra, que yo quería que conozca, me confesó que el filósofo Michel Foucault le había salvado la vida, ya les contaré en qué circunstancias.
La historia de Rodríguez Espitia debe ser contada, no solamente para evitar que otra injusticia mayor vuelva a repetirse, también porque ella se lo merece, aunque confiesa que eso la aterra y la halaga al mismo tiempo, sencillamente porque prefiere pasar desapercibida como todo buen empresario y porque ella no nació para los medios, aunque goce del arte de hablar con elocuencia. Cuando comencé a escribir su historia ya sabía que era inocente, aun así, la pregunta en el aire era: ¿Por qué sufrió tanta infamia? Y esa pregunta es la que intentamos responder en la novela, cuyo protagonista no solamente es ella sino el sistema judicial boliviano; un sistema corrupto, plagado de prejuicios y dirigido por hombres, aunque por ahí se contrabandeen algunas mujeres magistradas su esencia es patriarcal, machista y misógino: por eso lo que le sucedió a Rodríguez Espitia no fue casual ni azaroso. En los sórdidos ambientes de las cárceles de Santa Cruz, La Paz y Sucre, en las que estuvo recluida por casi dos años Rodríguez Espitia reconocería estas crueles señales en las historias de muchas mujeres privadas de libertad de manera injusta, lo que la llevaría a ponerse de su lado, aun a riesgo de su propia vida.
La de Rodríguez Espitia es la historia de una joven profesional, egresada de las mejores universidades de Colombia y Europa, que en el proceso que le siguió el Estado boliviano fue despojada de su nombre para llegar a ser conocida en los medios de comunicación como “la colombiana”, porque ese alias trae una carga muy pesada en la memoria colectiva ligada al narcotráfico, por cuyo impacto en algún momento llegamos a dudar de la verdad; esta es la historia del aparente triunfo de los prejuicios sobre la verdad, como bautizó el caso uno de su abogados. “¡Triste época la nuestra! Es más fácil desintegrar un átomo que un prejuicio”, diría Albert Einstein; esta es la historia de Claudia Liliana Rodríguez Espitia y como en los casos de violación se trata de creer en la víctima para luego comprobar o refutar su versión que también está signada por una tremenda carga subjetiva de angustia e impotencia. Imposible separar lo que padeció en cada una de sus palabras.
EL TESTIMONIO DE RODRIGUEZ
Cuando empezamos nuestro diálogo no estaba seguro hasta donde podía llegar su sinceridad y si había cosas que por vergüenza o pudor hubiera preferido callar, me equivoqué porque, días tras día, fui comprobando que no le importaba contar toda la verdad. Sin duda alguna no fue fácil captar la complejidad de la historia, porque muchos cabos todavía quedan sueltos y los protagonistas de la tristemente célebre “Red de extorsión” no delatarán a sus jefes; sin embargo, nos queda aprender de sus lecciones más críticas para desagraviar a Rodríguez Espitia y brindarle la paz que necesita para seguir invirtiendo en Bolivia, para crear empleos dignos y beneficiar a nuestra sociedad. Este libro es un testimonio con detalles desconocidos, que son revelados por primera vez, acerca de uno de los más polémicos casos judiciales de Bolivia; con testimonios inéditos de lo que sucedió detrás de escena tanto de los estrados judiciales como de la vida en prisión.
He trabajado con Claudia Liliana en interminables jornadas de grabación, he escuchado atentamente su testimonio, la he visto llorar en algunos pasajes de sus narraciones; en algunas ocasiones me he sorprendido al percibir que intentaba comprender a sus verdugos ante que juzgarlos; sin embargo nunca sentí que odiaba Bolivia; entre medio de las entrevistas, que sucedieron en su pequeña oficina de un condominio de la ciudad de Santa Cruz de la Sierra, yo investigaba por mi lado buscando en la Web noticias de la época, revisaba expedientes que me habían entregado su equipo de abogados y sacaba mis propias conclusiones. He intentado ser objetivo, pero confieso que los fantasmas que poblaron mi juventud de sueños y pesadillas de justicia aún viven en mí, recordándome que un mundo mejor es posible.
A medida que avanzaba en el testimonio de Rodríguez Espitia me di cuenta que era una denuncia lacerante del sistema de justicia y del penitenciario en Bolivia. Intento exponer los entresijos del poder, las raíces de la corrupción estatal en todos sus niveles; que, si bien son temas que se hablan cotidianamente tanto en los medios de comunicación como en las calles y los cafés, pocas veces se revela una historia tan despiadada y flagrante. Todo lo que se relata ocurrió así, lo expuesto está basado en hechos reales, la historia es verídica y los personajes son verdaderos, tan verdaderos que quizá sería difícil de imaginarlos.
No se trata de cerrar el caso, sino de abrirlo para develar la verdad, para pedirle y pedirnos perdón por haber permitido que un Gobierno haya sido tan injusto con ella, porque nosotros, como sociedad, fuimos cómplices al consentir que estas injusticias sucedan. Por eso mismo, voy a partir de la presunción de inocencia, ese principio y derecho humano que, en nuestro país, le fue negado a Claudia Liliana Rodríguez Espitia y lo voy a hacer mientras no se demuestre lo contrario, porque es mi deber como ciudadano, como escritor y como abogado y de esa manera espero contribuir a mejorar el sistema nacional de justicia, tan desprestigiado hoy más que ayer. Quizá mi literatura sea una forma de defender mejor a quienes no pueden defenderse por muchas razones que desembocan en el poder político corrupto.
Además, presumimos su inocencia porque posee certificados tanto del REJAP boliviano (2019) como de la Unión Europea (2020) de que no tiene antecedentes policiales. Al igual que el informe del Instituto de Investigaciones Forenses (IDIF), de fecha 31 de agosto del 2012, que establece: “El patrimonio con el que cuenta la Sra. Claudia Liliana Rodríguez Espitia, SE JUSTIFICA en razón a los vínculos financieros y comerciales existentes entre la involucrada y los recursos provenientes de la Unión de Bancos Suizos (UBS)”.
El 9 de enero de 2020 Ana María González Betancourth, Encargada de Funciones Consulares de la Embajada de Colombia ante el Estado Plurinacional de Bolivia envío una carta oficial Álvaro Eduardo Coímbra Cornejo, Ministro de Justicia y Transparencia Institucional, en la que se refiere “acompañamiento dentro la denuncia ante el comité interinstitucional de defensa a víctimas de injusticia por motivos políticos e ideológicos “justicia y paz”. Que solicita: a. Auditoria jurídica al proceso Penal Nro. FELCN-SC-X-518/11, IANUS: 201047460. b. Auditoria jurídica del caso Fis Anti 012021/2012, caso de Red de Extorsión, donde nuestra connacional también es víctima. c. Establecer las responsabilidades del personal dependiente del Ministerio de Gobierno, en la Dirección de Régimen Penitenciario del año 2011 y 2012 por los ilegales traslados de la víctima Claudia Liliana Rodríguez Espitia. d. Establecer las responsabilidades de los fiscales que estuvieron a su turno a cargo de la investigación, tomando en cuenta que ninguno de ellos cumplió con su deber de hacer conocer a este Consulado sobre la detención, el traslado o el procesamiento de la detenida, negándole de esta manera el derecho fundamental a la asistencia consular. e. Adelantar gestiones para que la víctima obtenga, un procedimiento legal y apegado a los principios de la justicia.
Hace unos días acompañé a Rodríguez Espitia a una audiencia para solicitar se le levante el arraigo que sufre desde hace nueve años, nuevamente el juez le negó “porque faltaban ciertos detalles”, pura chicanería judicial. Mientras tanto ella sigue trabajando, creando empresas y empleo en un país que se ha convertido en su cárcel. Lo que le sucedió y le sucede a Claudia Liliana no es la excepción, es la regla en un Estado que institucionalizó la extorsión tanto en lo jurídico, lo político como lo impositivo. Tenemos que recuperar nuestra capacidad de indignación para evitar que la pandemia siga atacando a todos los estratos sociales, es la única forma de que nuestra sociedad cambie y nosotros mejoremos como seres humanos solidarios y justos.
“¡Triste época la nuestra! Es más fácil desintegrar un átomo que un prejuicio”, diría Albert Einstein; esta es la historia de Claudia Liliana Rodríguez Espitia