El cierre de las fábricas de Ford pone fin a una era en Brasil

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La empresa, que concentrará su producción en Argentina y Uruguay, fue hace un siglo la primera gran automovilística que desembarcó en el gigante sudamericano

Ford anunció este lunes que cierra sus tres fábricas en Brasil. La decisión, parte de la reestructuración mundial de la firma estadounidense que impulso la popularización del automóvil, supone la pérdida de 5.000 empleos, es un varapalo para el Gobierno Bolsonaro y una humillación para el orgullo brasileño porque concentrará la producción sudamericana en Argentina y Uruguay. La salida de la primera gran compañía automovilística instalada en Brasil, adonde llegó hace 101 años, es también el fin una era que incluyó el sueño fracasado de levantar una ciudad-fábrica en el corazón de la Amazonia.

Despedirse de Brasil, donde mantendrá una sede regional, le va a suponer a la compañía unos gastos de 4.100 millones de dólares (3.400 millones de euros). Dos de las plantas, las ubicadas en Camaçari (Bahía), que produce los modelos Ka y EcoSport, y en Taubaté (São Paulo), fabricante de motores y transmisiones, detendrán definitivamente la producción ya. La tercera, en Horizonte (Ceará), de donde sale un modelo de jeep, operará hasta final de año. Este final se veía venir desde que en 2019 Ford clausuró su factoría más antigua, en el cinturón industrial de São Paulo. De todos modos, es un mazazo por el impacto en empleos directos e indirectos, en la recaudación de impuestos y por lo que supone para la confianza en la recuperación económica tras la pandemia. No es la única baja reciente. Mercedes Benz dejó de producir aquí el mes pasado.

El coronavirus convirtió 2020 en un año especialmente catastrófico para la industria automovilística en todo el mundo. La pandemia supuso la casi total paralización de las 65 empresas fabricantes de Brasil, de modo que en abril -primer mes completo de confinamiento- salieron de sus plantas menos de 2.000 automóviles. El sector ha cerrado 2020 con una caída de ventas del 26%, por encima de la media global.

A eso se suman cuestiones estructurales como el alto coste de producir en el Brasil por sus leyes proteccionistas y los derechos laborales, además del complejísimo sistema tributario, que requiere que una compañía dedique 1.500 horas anuales a pagar impuestos. “La alta carga fiscal brasileña marca la diferencia a la hora de tomar decisiones. El coste de cada automóvil producido aquí, por ejemplo, solo se duplica debido a los impuestos”, recordó la patronal industrial Fiesp al comentar “la triste noticia”.

Las cuentas no le salen a Ford pese a que Brasil es un mercado suculento gracias a sus 210 millones de habitantes. El vicepresidente, Hamilton Mourão, recalcó el lunes que “la empresa ha ganado mucho dinero en Brasil y podría haber esperado hasta porque nuestro mercado es mucho mayor”. Ford ha perdido cuota hasta convertirse en la quinta marca en volumen en un país que además lleva seis años con la renta congelada.

El traslado de la producción de Ford a países vecinos pone también en cuestión los generosos subsidios invertidos en el sector en las últimas décadas, que según especialistas como el economista Marcos Lisboa aumentaron la dependencia de las empresas y redujeron su productividad.

Y es un golpe para el discurso liberalizador del Gobierno liderado por Jair Bolsonaro. “Desentona con la fuerte recuperación del sector [industrial]”, declaró el ministro de Economía, Paulo Guedes, que intenta desde hace meses acelerar la tramitación de dos reformas de calado, la tributaria y la de la función pública. A causa de la pandemia Bolsonaro, que llegó al poder con planes de adelgazar el Estado todo lo posible, puso en marcha uno de los mayores programas de ayudas directas del mundo. El panorama económico es sombrío. El Gabinete arranca 2021 bajo la amenaza de la crisis fiscal -la deuda pública supera el 100% por las ayudas del coronavirus-, con el paro disparado al 14% (14 millones de desempleados), millones de personas en riesgo de caer de nuevo en la pobreza extrema y una inflación del 4,5%, récord.

Alex Agostini, economista jefe de Austin Rating, explica que “por supuesto, la salida abre los ojos para ver si alguna otra gran empresa también se marcha. El impacto en empleos en las ubicaciones de las fábricas es grande, pero no a nivel nacional. Pero hay empresas satélites de componentes, por lo que el impacto en la cadena de producción es muy grande”.

La centenaria historia de Ford en el gigante sudamericano incluye un episodio exótico. En los años veinte del siglo pasado, poco después del desembarco en Brasil, su fundador, Henry Ford, impulsó la creación de una ciudad en pleno corazón de la Amazonia. Bautizada como Fordlandia, los restos de los ruinosos edificios siguen en pie en medio de la selva como recordatorio de un grandioso sueño incumplido. La ciudad fue levantada a orillas del río Tapajos como una gran planta de producción de caucho además de hogar de los empleados, pero la llegada del caucho sintético y lo remoto del lugar arruinaron el ambicioso proyecto.

 

Ford anunció este lunes que cierra sus tres fábricas en Brasil. La decisión, parte de la reestructuración mundial de la firma estadounidense que impulso la popularización del automóvil, supone la pérdida de 5.000 empleos, es un varapalo para el Gobierno Bolsonaro y una humillación para el orgullo brasileño porque concentrará la producción sudamericana en Argentina y Uruguay. La salida de la primera gran compañía automovilística instalada en Brasil, adonde llegó hace 101 años, es también el fin una era que incluyó el sueño fracasado de levantar una ciudad-fábrica en el corazón de la Amazonia.

Despedirse de Brasil, donde mantendrá una sede regional, le va a suponer a la compañía unos gastos de 4.100 millones de dólares (3.400 millones de euros). Dos de las plantas, las ubicadas en Camaçari (Bahía), que produce los modelos Ka y EcoSport, y en Taubaté (São Paulo), fabricante de motores y transmisiones, detendrán definitivamente la producción ya. La tercera, en Horizonte (Ceará), de donde sale un modelo de jeep, operará hasta final de año. Este final se veía venir desde que en 2019 Ford clausuró su factoría más antigua, en el cinturón industrial de São Paulo. De todos modos, es un mazazo por el impacto en empleos directos e indirectos, en la recaudación de impuestos y por lo que supone para la confianza en la recuperación económica tras la pandemia. No es la única baja reciente. Mercedes Benz dejó de producir aquí el mes pasado.

El coronavirus convirtió 2020 en un año especialmente catastrófico para la industria automovilística en todo el mundo. La pandemia supuso la casi total paralización de las 65 empresas fabricantes de Brasil, de modo que en abril -primer mes completo de confinamiento- salieron de sus plantas menos de 2.000 automóviles. El sector ha cerrado 2020 con una caída de ventas del 26%, por encima de la media global.

A eso se suman cuestiones estructurales como el alto coste de producir en el Brasil por sus leyes proteccionistas y los derechos laborales, además del complejísimo sistema tributario, que requiere que una compañía dedique 1.500 horas anuales a pagar impuestos. “La alta carga fiscal brasileña marca la diferencia a la hora de tomar decisiones. El coste de cada automóvil producido aquí, por ejemplo, solo se duplica debido a los impuestos”, recordó la patronal industrial Fiesp al comentar “la triste noticia”.