Diego Armando Maradona

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Maradona, Fidel Castro y Mavys Álvarez

El futbolista y director técnico Diego Armando Maradona, falleció el 25 de noviembre a los 60 años en Dique Lujan (Argentina) de un paro respiratorio. Su amigo, el cineasta serbio Emir Kusturica le dedicó el siguiente homenaje póstumo: “Si hubiera vivido más tiempo, qué más nos hubiera dado. Ya hizo de todo. Desde Somalia hasta Tokio, desde Beijing al Congo, los mocosos repetían el mismo nombre sonando con las gambetas del muchacho argentino. Para todos los chicos del planeta “el pibe” será siempre protector, mano de dios, mago. Y cuando dejó de jugar sus palabras se convirtieron en la canción de los pobres. Un himno de esperanza en estos tiempos de perdida de libertad y humillación. Recuerdos a cada gol que metía, desafiando las leyes de la gravitación y los poderes mundiales; nos protegían y fortalecían en la lucha contra la miseria. Y cuando la tocaba con la mano tenia nuestro perdón porque la justicia era más fuerte que la ley.

Perdonamos así el segundo gol contra los ingleses porque el primero era pura venganza por lo de las Malvinas. Fue la danza que nos alejaba de la muerte. Sus goles nos sacudían de alegría.

Cuando le dije en el patio del Hotel Nacional en La Habana que sería muy difícil recordar un momento en la historia de la humanidad que nos hizo vibrar de alegría con sus goles me contestó, tomando margarita y mordiendo un habano:

–          ¿Estás seguro que es así?
–          Claro que estoy seguro.
–          Jurámelo.
–          Te lo juro.

Sus compatriotas dicen que Maradona era antiimperialista. Sus tatuajes de Che y Castro los lucía con orgullo. La vez que el hermano de Bill Clinton vino a Buenos Aires, Maradona lo llamó al hotel para decirle:

–          ¿Qué haces aquí puto? ¿Quién te dejo entrar? Yo no puedo ir a tu país, porque me imputaron un doping falso y vos vienes aquí a rascarte los huevos.

Maradona juntó dos siglos en sus 60 años. Aquél en el que nació convertido en “dios del barro” y este en el que murió tristemente solo, en una casa que quizá no era de él. Lo digo porque al “pibe” no le importaba la riqueza. Gastaba más de lo que ganaba. Amaba la vida más que las posesiones. No olvidemos que la muerte lo acechaba. Una vez fui testigo cuando salió de un infarto y dos días después en el club de Ramos festejó su cumpleaños que se convirtió en procesión. Los grandes personajes no mueren en la primera caída. La mayoría muere solo en su lecho de muerte como el Diego. Los partidos de la vida que uno juega con sus más allegados son igual o más duros que los que se pelea en la cancha. En el festival de Cannes durante la proyección de la película sobre “el pibe” sucedió algo que nunca antes ni después de ese día se va a repetir. Ningún actor tuvo semejantes aplausos que casi derrumban el Gran Palacio.

En el corazón de Diego ya no entraba nada más, por eso decidió parar. Y el planeta entero lloró. Los humanos solían llorar por la muerte de los reyes, príncipes y princesas, pero no hubo ninguno que hizo llorar a la humanidad como el Diego. Tenía la sonrisa bondadosa, la que además de la vacuna rusa, era lo único que nos podía salvar del coronavirus. En este tiempo de pandemia y muerte todos estamos parados sobre las piernas golpeadas y sin pedazos de hueso de Maradona.