Easy Reader de Dennis Hopper

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Foto: ABC

 

Los motociclistas, Wyatt (Peter Fonda) y Billy (Dennis Hopper), compran en la frontera mexicoamericana un paquete de cocaína que revenden al traficante Conexión (Phil Spector), a las orillas del aeropuerto de Los Ángeles. Gracias a este golpe de fortuna, enfilan sus Harley Davidson rumbo al sol, en busca de la libertad en la tierra de la democracia. Se inicia así Easy Rider, filme de 1969 que en 95 minutos sintetizó con singular acierto los anhelos frustrados de la contracultura en Estados Unidos a fines de la década de 1960.

Producido por Fonda y dirigido por Hopper, desde su estreno el filme tuvo su leyenda negra, que alterna los problemas financieros con los desencuentros de los actores y las inconsistencias del guion, escrito por Hopper y Fonda con base en una idea del primero. Pero la leyenda debe atenuarse: si bien temperamentales, Hopper y Fonda de entrada pensaron Easy Rider como filme independiente; respecto al guion, tuvieron a Terry Southern, guionista curtido en redacciones quien cohesionó la historia.

Como jinetes de western, los motociclistas siguen al sol, pero no de poniente sino de oriente, porque su viaje es inverso al de los que conquistaron el Oeste y el filme deviene en eastern. Así, Wyatt y Billy buscan un mundo de paz, distinto al violento que construyeron sus homónimos, el sheriff Wyatt Earp y el bandolero Billy the Kid, hombres mitificados por la cultura popular, en la que personifican la eterna lucha entre el orden y el caos.

Road movie en sentido estricto, Easy Rider cumple con el género y se distribuye en episodios: la compraventa de cocaína, el almuerzo con el ranchero, el descanso en la comuna, la llegada a Luisiana, el carnaval de Mardi Gras y el asesinato. Cada episodio devela las tensiones socioculturales de Estados Unidos. Además, el filme se divide en dos partes bien marcadas: las versiones de la libertad y la libertad proscrita. La primera parte presenta versiones de libertad, toda vez que se trata de intentos de emancipación: la familia ranchera que vive en una rusticidad cercana al Viejo Oeste; la comuna hippie que comparte deberes y practica el amor libre. Revelador, ni los rancheros ni los hippies rehúyen las normas de convivencia, indispensables para equilibrar la libertad personal y la colectiva; lo que rechazan es la propiedad privada como única forma de integración del individuo a la sociedad.

De ahí lo significativo del breve papel del productor de rock and roll y rhythm and blues Phil Spector como Conexión. Impulsor de corrientes musicales representativas de la contracultura, Spector canjea la cocaína por dinero, droga más dañina que ha esclavizado al pueblo estadounidense con la quimera de que alcanzar la libertad se reduce a una transacción comercial, el productor contestatario pervertido en agente financiero. En su viaje, Wyatt y Billy sienten la áspera belleza del paisaje estadounidense y sus evocaciones de vida briosa, que László Kovács fotografió con gran sentido del plano general y la profundidad de campo. Pero, además, contrastó ese paisaje con el otro, invadido por fábricas que restringen el espacio de los motociclistas, hasta empujarlos a pueblos inanimados que Kovács hizo palpables a través de austeros movimientos de cámara. El arribo de Wyatt y Billy al llamado Cinturón Bíblico (Bible Belt) es apenas perceptible pero también inequívoco; quiero decir, es el paso de una zona que se comprende a sí misma como parte de una nación, a una región en que la otredad sólo existe como amenaza a su inmovilismo moral e intelectual; es la sociedad del sur estadounidense, que oscila entre el fundamentalismo religioso y la tensión sexual, el retraimiento emocional y el rencor sordo.

Para Wyatt y Billy, los atuendos de Capitán América y David Crockett y las Harley Davidson son emblemas de cohesión sociocultural. Sin embargo, en Luisiana descubren que son inaceptables en un lugar que sólo rinde fidelidad a la equis con trece estrellas de la bandera confederada. Si en la primera mitad los viajeros visitan las versiones de la libertad, en la segunda se adentran en la libertad proscrita; tránsito del caótico paraíso californiano al metódico infierno sureño, en una Divina comedia inversa, porque se va del Cielo al Infierno y, en lugar del poeta Virgilio, el guía es el abogado dipsómano George Hanson (Jack Nicholson, memorable), quien se suma al viaje para sentir la emancipación espiritual, y que explica a sus compañeros el mecanismo de este infierno terrenal.

Aunque corta, la intervención de Hanson revela el retroceso de la contracultura y la reacción violenta y revanchista del conservadurismo, personificado por el alcalde que encierra a Wyatt y Billy por traer el pelo largo en la cárcel donde conocen a Hanson, o por los rednecks que los hostilizan en el restaurante, los apalean en la noche y en el hecho asesinan al abogado alcohólico. Guiño irónico, antes de la paliza Hanson y Billy sostienen el diálogo más sólido del filme, de gran agudeza argumentativa. Con clara referencia a Mark Twain, Hanson expone por qué la libertad se proscribió en Estados Unidos:

Así es. De eso se trata todo. Pero hablar de ello y serlo son dos cosas distintas. Es muy difícil ser libre cuando te compran y venden en el mercado. Porque, no vayas a decirle a nadie que no es libre porque son capaces de matarte o lastimarte para probarte que sí lo son. Oh, sí. Te hablarán y te hablarán de libertad individual. Pero si ven a un individuo libre, se asustan.

Difícil no relacionar este diálogo con los hechos que cimbraron Estados Unidos en 1968: los asesinatos de Martin Luther King y Robert Kennedy, la represión contra los activistas de Panteras Negras, la persecución del movimiento lésbico-gay, el recrudecimiento de la Guerra de Vietnam. Así, la criminalización de la lucha social sesgó la esperanza de renovar el sistema, lo que se tradujo en una visión desencantada de la sociedad. La búsqueda de la libertad, que comenzó promisoria en el encuentro sexual con las chicas de la comuna, se arruina en el Mardi Gras con la orgía prostibularia, donde el American dream se diluye en placer fácil (el de las prostitutas, las easy rider), lo que el soundtrack advierte desde los primeros cortes, interpretados por la banda Steppenwolf: “The Pusher” y “Born to Be Wild”.

Mientras el primero expone al arribista, pusher (así se nombra en la jerga al vendedor de drogas), el segundo invita a una aventura que se resume en este verso: “No quisiera morir nunca [I never wanna die]”. En ambos casos, un mundo que está atrapado entre sus miedos y sus deseos. El soundtrack se torna opresivo en la medida que avanza el viaje, de modo que pasamos de los sonidos cálidos de The Byrds al ruido blanco de The Jimi Hendrix Experience en “If 6 Was 9” (agresivo tema que acompaña a Wyatt y Billy cuando arriban a Luisiana), o al irónico “It’s Alright, Ma (I’m Only Bleeding)”, compuesto por Bob Dylan e interpretado por Roger McGuinn.

De este modo, el soundtrack deviene en relato que manifiesta los contrasentidos que malogran el viaje de los motociclistas. Al iniciar el viaje, Wyatt lanza su reloj a la arena, indicando que él y Billy se emancipan del tiempo social; sin embargo, su emancipación es hechiza, porque la sociedad no desea el albedrío sino la parálisis, ya en la forma de la utopía californiana, ya en la de la distopia sureña.

Se trata del Estados Unidos que olvidó las palabras de Franklin Roosevelt: “A lo único que debemos tener miedo es al miedo mismo” y que en cambio rubrica las de Billy: “Lo que ha ocurrido es que todos tienen miedo”. Desencantados de sí mismos, Wyatt y Billy retoman el camino rumbo a algún sitio sin el odio de los rednecks, pero en su lugar los asesinan dos hillbillies: en la tierra de la libertad proscrita sólo hay muerte o resignación. Muerte o resignación: Fonda apoyó la protesta social, mientras Hopper se adhirió al Partido Republicano.

Uno prefirió la muerte y otro la resignación, lo que ha servido a algunos críticos para denostar el valor creativo de Easy Rider, con el argumento de que ni el director creyó en su discurso. Quizá. Pero también quizás el conservadurismo de Hopper reflejó el Estados Unidos incoherente y autodestructivo que se inició con la presidencia de Richard Nixon y ha llegado a su peor expresión con la de Donald Trump, un país que en la década de 1960 no quiso reinventarse y que hoy, cincuenta años después de aquel 1969, no sabría cómo.