Asesinato de John Lennon: ¿lo mató un loco, un psicópata o un farsante?

Por Perfil con edición dat0s
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Jhon lennon y su lucha por la paz

Mark Chapman había intentado suicidarse y durante su primera internación psiquiátrica fue tan carismático que le ofrecieron trabajo en la clínica. Líder infantil en la Asociación Cristiana de Jóvenes, el asesino planeó cuidadosamente qué haría el 8 de diciembre. Las opiniones de peritos, jueces y fiscales no siempre coinciden, pero seguirá encerrado.

Cuatro balazos impactan su cuerpo y John Lennon fallece camino al hospital, un 8 de diciembre de 1980. Su asesino, Mark Chapman, de 25 años de edad, trae un revólver 38 desde Hawai, donde residía con su mujer. Le dijo de su intención de matar, pero, no a quién: no lo puede detener.

No tiene balas – en New York no le venden- y viaja a Atlanta para que un viejo amigo se las provea. Insiste que sean de punta hueca -las famosas “dum-dum” que, donde entran, rompen todo. O sea, lo quería bien muerto y, para ello, un asesinato bien planeado.

Poco antes en ese fatídico día, se acerca a su ídolo John Lennon cuando sale con Yoko Ono del edificio Dakota, frente a Central Park de Manhattan (Nueva York) para que le firme el nuevo vinilo: Double Phantasy (editado hacía 3 semanas), como el “fan” que era. Lennon accede amablemente. Chapman sigue merodeando hasta que vuelven y, al bajar de la limusina, John lo mira intrigado con un ‘¿vos aún acá?’ Más aun, al recibir los disparos.

Toda una generación lloramos tamaña pérdida. Ya los Beatles se habían separado: ¿qué sería de nuestras vidas sin él?

Un interrogante nos sigue acosando: ¿Qué pasaba por la cabeza de Chapman para necesitar asesinar a su ídolo? Esa pregunta vale para otros asesinos habidos o por haber. Otro: ¿Por qué sigue preso hace 45 años, pese a sus catorce solicitudes de libertad condicional? Le fueron rechazadas una y otra vez.

 Loco, psicópata o farsante

Mark espera la llegada de la policía leyendo su ejemplar de El Guardián en el centeno de J. D. Salinger, 1951, un libro que influyó fuertemente en él y se identifica con el joven protagonista Holden Caulfield: “Encontré un reflejo de mí mismo”, y “fluía a través de mi cerebro y entraba en mi sangre”. Ya en la cárcel Chapman predicaba que todos deberían leerlo.

Allí empieza la saga que intenta diagnosticarlo para decidir qué locura lo habitaba, si era “un psiquiátrico”, como a veces se sabe clasificar o difamar.

“Podría haberme ido de la esquina de 72 Street y Central Park West y llevarle el disco a mi esposa, pero estaba compelido a cometer el asesinato del último farsante y nada me habría detenido” le confiesa por TV a Larry King.

“No culpo al demonio, sino a mí mismo, pues quería trascender, pues era un gran Nobody (Nadie) y, con este acto horrible, me tornaría en Somebody (Alguien)”.

Para los peritos de la fiscalía y el tribunal se trataba de un trastorno “border line” de la personalidad, pero que no daba para una psicosis: querían juzgarlo a toda costa y aleccionar. Los de la defensa lo mentaban de loco: paranoia esquizofrénica y que no ameritaba ser juzgado, sino internado en un loquero. Negocios leguleyos. Pero, “Dios le ordena” a Chapman a declararse culpable, lo que hace y el tribunal le descerraja con 20 años o prisión perpetua.

“No culpo al demonio, sino a mi mismo, pues quería trascender, pues era un gran don nadie y, con este acto horrible, me tornaría en un alguien”

En la novela, Holden Caulfield relata su historia, pero no era ni violento ni loco. Sí un simpático manipulador -que algunos saben llamar psicópata – agudo observador de la gente y de un exquisito sentido del humor. Mark también relata su vida en las 200 horas de entrevistas, desde 1986 a 1992 y 300 páginas con Jack Jones, un reconocido periodista policial: Let me take you down dentro de la mente de Mark David Chapman. El hombre que mató a John Lennon Título largo si los hay. Canta Lennon: “Déjame llevarte conmigo pues me estoy yendo a Strawberryfields”, en Double Phantasy.

Este libro es tan vibrante, intenso y fascinante como el de Salinger. Ambos son relatados desde una internación psiquiátrica o carcelaria y, si hay una palabra que ambos comparten y se repite hasta el cansancio es “phony”: farsante.

Fue líder de niños en la Asociación Cristiana de Jóvenes, Estrechó la mano del presidente Bush y llegó a asistente del director de la YMCA. ´Un trabajador ejemplar´ dicen

El Comisionado de libertad condicional amonesta a Chapman con “Ud. llamó gloria a lo que otros llaman infamia” y él le replica: “La infamia lleva a la gloria”. Sino, preguntemos a Jorge Luis Borges.

Asesinato de John Lennon

En otro momento dice: “Maté al héroe de mi infancia. Disparar a un hombre no es fácil, aún si estás fuera de tus cabales”. Se llama a irse tres veces y otras tantas se ordena: “¡Hacélo!” y ruega a Satán para que le de el poder de apretar el gatillo. Reflexiona que “el adulto reza a Dios y el niño a Satán”.

La primera psiquiatra que lo visita considera que tiene un discurso coherente, relevante y lógico, lúcido, no había evidencia de alucinaciones y delirios. Era agradable y un joven cooperativo y de buen contacto. Pospone su diagnóstico.

Ya le pasó a Mark lo mismo que cuando se interna en Hawai por un intento de suicidio y un cuadro depresivo. A las dos semanas lo externan y de inmediato lo contratan en la clínica, tiene un excelente trato con los pacientes y se amiga con todo el staff psiquiátrico.

“Alegre, buena compañía y muy bueno con los pacientes”, dicen. Algo parecido a cuando estuvo de líder de niños en la Asociación Cristiana de Jóvenes y luego trabajando con refugiados vietnamitas en los tiempos de la guerra. Lo declaran persona destacada y es nominado para ir en misión a Beirut, pero solo pudo estar bajo una mesa por los bombardeos, de modo que lo evacuan. Hasta estrecha la mano del presidente Bush y llega a asistente de director de la “Yumen”, la YMCA. “Un trabajador excepcional”, dicen.

Al año siguiente fue internado en Marcey, una prisión psiquiátrica por ataques violentos y agresivos en la cárcel rompió todo

Se amaban con su esposa, asistían a una iglesia presbiteriana. Ella se muda cerca de su cárcel en Attica, lo visita todos los días y tomados de la mano, leen la Biblia: ambos eran creyentes. Años más tarde obtienen visitas conyugales y habilitan para ellos una casamata en el patio. Pero esa psiquiatra, Naomi Goldstein, observa que está escindido del dolor y el sufrimiento que causó: tema insistente de los Comisionados de libertad condicional. Lo ve deprimido, con fluctuaciones del humor, enojado, con tendencias paranoides, confusión y hasta con ideas suicidas. De hecho al año siguiente fue internado en Marcey, una prisión psiquiátrica por ataques violentos e iracundos en la cárcel: rompió todo.

“Me transformé en un monstruo furioso. Hablaba en la voz de dos demonios”. Lo deben contener entre ocho guarias. Tiene otro episodio al año siguiente y en 1985 pudo “expulsar a los demonios no sin esfuerzos, con la ayuda de un capellán. Vomité siete espíritus malignos”.

Al renunciar a la biblioteca donde trabajaba, firma John Lennon. Ya sabe que debe matarlo

Otro psiquiatra habla de esquizofrenia y delirios de grandeza, pero que no es psicótico todo el tiempo: por ello, es un acto premeditado pero, una compulsión involuntaria. Hasta se origina en las neuronas quemadas por el LSD a los 14 años.

El Dr. Mee Lee Hansi, de Hawai, considera el caso una “depresión situacional”, un F43.21: trastorno adaptativo con estado de ánimo depresivo, según el CIE 10 de la OMS , o sea, nada de esquizofrenia, psicosis o depresión mayor.

Christopher Lasch entiende que matar a Lennon era un “suicidio sustituto”: no se mata a sí mismo. Piensa que es una personalidad narcisista – título de su libro- que tiene encanto, es hábil en inspirar lealtad y afecto, pero distante de sí mismo y de los otros. Llega al límite cuando ese encanto se desvanece. Eso habría sucedido cuando lo despiden de la clínica de Hawai: Inadecuado, vacío y amenazado de aniquilación. Chapman leyó el libro de Lasch en la biblioteca de la prisión psiquiátrica, adonde llegó en chaleco de fuerza. Coincidía: “vi mucho de mí y me asusté”. Lasch entiende que estudiar el perfil de asesinos debe ser acompañado del análisis del fanatismo respecto de los héroes contemporáneos. Obvio.

En la biblioteca donde trabajaba leyó el libro John Lennon: A day a time y este empieza a entrar en su mente

 Ya condenado y preso colaboraría Mark con los psicólogos y psiquiatras del Servicio Secreto, que lo consultan en el estudio del perfil de los asesinos de celebridades, y también lo hace con expertos de la Universidad de Harvard. Quieren anticiparse, él alecciona.

Estando en Hawai, viaja extensamente por el Lejano Oriente, planea casarse con Gloria, lo despiden de la clínica por su hostilidad y lo vuelven a contratar como guardia de seguridad. Pensó en ser como Lennon: no trabajar y ocuparse de la casa.

Lee en la biblioteca en que trabaja posteriormente el libro de Anthony Fawcett: John Lennon: a day at a time (Un día a la vez) y éste “empieza a entrar en su mente” como lo había hecho Holden Caulfield. Es el otro, especular y antagónico: no hay lugar para ambos. Se parece a los dos guapos cuchilleros que se buscan, en un cuento de Borges.

Al renunciar a la biblioteca donde trabajaba, firma: John Lennon. Ya sabe que debe matarlo. Si bien el Guardián en el centeno relata algunas fantasías de matar a alguien o cortarle el cuello, como casi todos sabemos tener, ello para nada acerca a intento alguno, a menos que algo se desanude, que salte una chaveta, un remache y se desvanezca lo que sostiene la estructura psíquica.

Pero quizás Mark, tornado en nadie, vaciado de existencia y viviéndose inerme, entiende que es solamente precipitándose en un acto – se dirá pasaje al acto en psicoanálisis – que puede tomar consistencia y calmar una furia feroz y destructiva que lo consume.

“Claro que fue un episodio psicótico, pero fue la cosa más real e importante de mi vida. Al matarlo finalizaba mi dolor y si debía volverme loco, que así fuera”. Es por esto que “no podía sentir culpa o arrepentimiento”, diría.

“Escucha Satanás, acepta las perlas de mi maldad y furia y a cambio dame el poder para matar a John Lennon. Dame su vida”. Creía que él le arruinó la vida y lo tornó en Nobody, Nadie, mientras Lennon era Somebody, Alguien. Pero el otro alguien engañaba con su música, confundía a la gente y había que terminar con el farsante que dice: “Somos más grandes que Jesús”, y terminó con él.

Mató al ídolo y 16 veces le negaron la excarcelación

Vamos al segundo interrogante. ¿Por qué no lo sueltan? Lo viene pidiendo Mark cada dos años. Ha afirmado hasta el cansancio que buscaba fama – lo que era totalmente subsidiario. Lo leemos en su autobiografía: el libro de Jack Jones. Insiste en que fue un acto premeditado y maligno, pero necesario y que lo daría todo, pues estaba “furioso y celoso”. Estaba más bien envidioso, pero es harina de otro costal y otra serie: se tenía que sacar de encima o de adentro al/lo que lo atormentaba.

Expresa su remordimiento en 2010, una y otra vez, se excusa con Yoko por el dolor y el daño que le generó: “Les pido perdón a la familia y a los fans por la devastación que les causé”.

El Comisionado de libertad condicional insiste en que Chapman es indiferente al dolor y al sufrimiento humano, carece de empatía hacia su víctima y que su arrepentimiento no era genuino. Eso suena tanto a la Santa Inquisición que bien sabía insistir con los interrogatorios, los flagelos y las torturas para lograr la sincera confesión. Para ello se tomaban años cuando no décadas. Si lo habrán sabido los “marranos” de Sefarad. Imaginan los Comisionados un magnicidio, y eso que quizás a los jueces ni siquiera les gustaran los Beatles.

Pero la verdad está en otro lado:

Argumentan de la gravedad del crimen como si hubiera asesinatos de diferente calibre; que liberarlo sería incompatible con la seguridad pública, pues temen la reincidencia y que produciría un impacto negativo en la comunidad.

Yoko Ono pidió que no le den libertad condicional, temiendo por su familia. Eso es extraño, porque Chapman podría haberlo hecho de una: la tenía allí adelante y también anteriormente había estrechado la mano de Sean Lennon, hijo de ambos, de cinco años de edad. La presunción de que Mark volviera a cometerlo, llevaría a que un asesino nunca sea liberado, por presumir inevitable la repetición. Pero, ¡se trata de un asesinato único e irrepetible! – si se lo sabe escuchar.

Hace unos días -es una situación bien diferente- nos anoticiamos que en Córdoba ciudad, soltaron de prisión a una mujer al cumplir su condena de quince años. Ella no había más que tapado los ojos de su amante con un paño de seda, aunque él no dejara que le atara las manos a la cama. Al tiempo de hacerle un delicado y excitante felacio, toma de debajo de la cama una enorme tijera de podar setos y ¡tris tras! le corta el pene y un testículo. Le arruinó la vida para siempre y habrá estado motivada por celos, delirios, una infinita agresividad, un brote psicótico o lo que fuera. Fue un crimen grave y un daño irreparable, pero cumplió la pena y mereció el perdón y la excarcelación.

“Pensé en lastimarlo y lo planifiqué. Estoy siempre arrepentida”. Suelta por ahí, ¿deberíamos la sociedad de varones temer por nuestras partes?

Nosotros siempre tendremos a John Lennon en nuestra alma. Chapman tiene ya 70 años y quizás aún pueda hacer una vida.


"La realidad no ha desaparecido, se ha convertido en un reflejo"

Jianwei Xun
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