
Un nuevo juego de mesa sitúa a los jugadores en el papel de plutócratas maníacos que intentan dominar el mundo. Su creador explica cómo intenta dar respuesta al fenómeno más amplio del «capitalismo en modo gamer».
Si la gran popularidad de la serie de Netflix El juego del calamar y de la franquicia de películas y libros Los juegos del hambre nos dicen algo, es que los trabajadores de todo el mundo tendemos a simpatizar con personajes de ficción atrapados en un juego sádico e imposible de ganar.
¿Y por qué no? En este momento del capitalismo, la mayoría de nosotros sentimos que nuestras posibilidades de asegurarnos una buena vida, por mucho que cumplamos las reglas, son realmente escasas. Cuarenta años después del inicio de una revolución neoliberal que prometía «nivelar la cancha» de la economía, los ricos se hacen más ricos y los trabajadores seguimos luchando. Nos sentimos engañados. Este sentimiento explica en gran medida el éxito de los políticos e influencers de extrema derecha o directamente fascistas que redirigen la culpa hacia abajo en la pirámide social (en lugar de hacia arriba, que es donde debe estar).
En un contexto así, resulta necesario idear nuevas herramientas. Los juegos, con su potencial de remodelar nuestra imaginación, son una de ellas. En Billionaires & Guillotines, los jugadores asumen el papel de plutócratas que compiten para hacerse con la riqueza del mundo mediante la adquisición de bienes de lujo. Pero a medida que avanza el juego, su codicia conduce a crisis ecológicas, sociales y económicas, y se gesta una rebelión. Los jugadores deben intentar ganar antes de que su acumulación desencadene una revolución y todos los multimillonarios pierdan (la cabeza).
Todo esto es una sátira, por supuesto. En el juego, los multimillonarios (un magnate de la tecnología, un especulador inmobiliario, un aristócrata, un empresario armamentístico y un magnate de los medios de comunicación, todos los cuales pueden recordar a los jugadores a personas del mundo real) sacrifican alegremente a poblaciones enteras en su búsqueda de yates de lujo, islas privadas y esposas famosas. Incluso pueden sobornar al gobierno para que aumente sus inversiones o sabotear a sus rivales.
Pero, ¿quién se sorprende y quién se siente realmente amenazado por estas representaciones? El potencial crítico de este juego apunta más allá que al mero hecho de burlarse de los ultrarricos, por muy gratificante que eso sea. Procura interpelar desde otro ángulo, en forma original, a los trabajadores que luchan todos los días contra esta forma de capitalismo «en modo gamer» en el que estamos inmersos.
Capitalismo en modo gamer
A nivel mundial, unos tres mil millones de personas juegan regularmente a algún juego comercial, normalmente en sus teléfonos, y por lo general a uno de los 25 juegos más populares del mercado. Se dice que la industria de los juegos es más grande que la del cine, la televisión, la música y la edición juntas, y los principales estudios de juegos de alto presupuesto invierten cientos de millones de dólares en el desarrollo de su próximo gran éxito, con el que esperan obtener miles de millones de beneficios.
Pero el enorme tamaño de la industria de los videojuegos es solo el aspecto más obvio de lo que llamo «capitalismo en modo gamer». Este término también puede ayudarnos a comprender cómo las luchas en torno al trabajo en la industria de los videojuegos también reflejan y revelan la lucha de clases de nuestro tiempo en un sentido más amplio.
La explotación está muy extendida a lo largo de toda la cadena de suministro de los videojuegos, empezando por las horribles condiciones de las personas obligadas a extraer las materias primas que se utilizan en los dispositivos digitales (que se vuelven obsoletos rápidamente) en los que se programan y juegan los videojuegos. Incluso aquellos trabajadores relativamente privilegiados que escriben, codifican, ilustran y prueban juegos digitales están sujetos a nuevas formas de explotación.
Gran parte del trabajo menos creativo se subcontrata en el Sur global, donde se obliga a los trabajadores a competir para trabajar más barato al servicio de las empresas del Norte global. Incluso en el Norte, muchas de las personas que trabajan para las principales empresas de juegos aceptan condiciones laborales precarias, horarios agotadores y contratos abusivos por la oportunidad de «hacer lo que les gusta».
El panorama de los juegos independientes, en el que individuos y pequeños grupos crean y comercializan sus propios juegos, también está plagado de explotación. Y aunque se están creando muchos juegos fascinantes e innovadores, unas pocas empresas poseen y tienen un dominio absoluto sobre las plataformas en las que se encuentran y descargan los juegos. Al igual que Netflix o Amazon Prime, estas plataformas dan prioridad a los productos que pagan por el privilegio o que tienen lo que los dueños de la plataforma imaginan que es una alta probabilidad de éxito. De esta manera, la industria de los videojuegos revela los horizontes de la lucha de clases actual.
Pero la «gamerización» del capitalismo es aún más profunda. También alude a la forma en que los videojuegos y elementos similares se han convertido en una parte clave de la vida de todos. Aplicaciones como Duolingo son la cara carismática de una vasta industria que utiliza el juego para seducirnos y hacernos aceptar la recolección de nuestros datos, la mercantilización de nuestra atención y la remodelación de nuestro entorno social.
A medida que los presupuestos de educación pública se recortan, las escuelas recurren cada vez más a aplicaciones corporativas de aprendizaje electrónico que prometen revolucionar la pedagogía pero que a menudo ofrecen una experiencia banal y estandarizada con resultados muy dudosos cuando se mide de manera integral. Las aplicaciones de citas en modo juego han revolucionado el romance, pero rara vez para mejor; la mayoría de los usuarios luchan contra nuevas y viejas formas de objetivación, alienación y desconexión.
Lo mismo sucede con las aplicaciones de banca e inversión de «tecnología financiera» que, presentándose también de manera similar a un juego, pretenden ayudarnos a gestionar mejor nuestras finanzas y «empujarnos» hacia una vida económica más higiénica. Algunas personas trabajadoras se benefician de ellas. Pero hacen poco para remediar las austeras condiciones de vida y de trabajo en un sistema en el que los trabajadores, en general, se empobrecen día tras día. Más bien, proporcionan la coartada de que estas desigualdades estructurales se deben a fallos individuales.
Las aplicaciones de salud y fitness también animan a las personas a imaginar que su bienestar es simplemente una cuestión de reforzar mejores hábitos, borrando el hecho de que los factores más importantes para la salud son el acceso a una alimentación decente, el descanso, una buena vivienda, un medioambiente limpio, todas cosas que se consiguen mejor como bienes públicos, no como responsabilidades privadas e individuales.
El juego imposible
Aquí llegamos al significado más amplio del capitalismo en modo gamer: la forma en que el sistema en su conjunto hace que la mayoría de nosotros nos sintamos atrapados en un juego imposible de ganar. Pensemos en las personas que intentan navegar por el laberinto de alto riesgo que son los sistemas de inmigración, especialmente en el «entorno hostil» que es el Reino Unido, en el que cada profesor, médico, propietario y proveedor de servicios se convierte en un centinela fronterizo.
Pensemos en la familia que intenta resolver el enigma de cómo conseguir atención para un ser querido en un destrozado sistema de salud pública, o a través de planes de seguros privados exorbitantes. Pensemos en el juego burocrático punitivo de solicitar prestaciones en un sistema diseñado para ser prácticamente imposible. Pensemos en el trabajador que llama al centro de atención telefónica de recursos humanos, que intenta resolver un contrato de teléfono o de servicios públicos o que se queja de que su banco le cobra demasiadas comisiones. Es un juego absurdo en el que la casa siempre gana.
El problema, en pocas palabras, es este. Durante cuarenta años el capitalismo neoliberal nos ha dicho que para sobrevivir y prosperar debemos convertirnos en «jugadores»: competidores inteligentes, arriesgados y autogestionados. En lugar de depender de los empleadores y del Estado para que nos ofrezcan seguridad a cambio de nuestra productividad, según la lógica, deberíamos aceptar el ajetreo y lanzarnos al juego del mercado. Y, sin embargo, la mayoría de nosotros nos sentimos fundamentalmente engañados y buscamos a alguien a quien culpar.
Este es uno de los principales factores que llevan a la gente a la extrema derecha, cuyos representantes prometen hacer que el juego vuelva a ser justo y castigar a aquellos a quienes acusan de hacer trampa: el inmigrante que supuestamente engaña al régimen migratorio y se aprovecha de la riqueza de la sociedad, el beneficiario de prestaciones públicas que opta por no participar en el juego y engaña al sistema para mantener su propia pereza, el sujeto minoritario que engaña a la meritocracia capitalista «jugando la carta de la raza» y beneficiándose de las políticas de diversidad, equidad e inclusión.
Mientras que los demagogos reaccionarios también se quejan a menudo —vagamente— de que las «élites» engañan al sistema, no hacen nada, por ejemplo, con los miles de millones de dólares de riqueza pública que se roban en los paraísos fiscales extraterritoriales o con las innumerables lagunas jurídicas mediante las cuales los ricos y las empresas evitan pagar la parte (incluso mínima) que les corresponde.
El potencial de los juegos
En este capitalismo en modo gamer, los juegos tienen un lugar especial y son un campo vital de intervención. Si a todos se nos ha dicho que nos convirtamos en jugadores, entonces podríamos aprender mucho apelando a la alegría de la gente. El capitalismo en modo gamer depende en cada etapa de que nos transformemos en agentes activos, entrenados y preparados para jugar su juego competitivo. Los juegos pueden interpelar a un mundo de «jugadores» de maneras más fructíferas.
Esto, sin embargo, plantea muchas preguntas. ¿Cómo hacer juegos que no solo reafirmen la idea del «jugador», sino que la desafíen de manera significativa? ¿Cómo hacer juegos que revelen la posibilidad de la solidaridad? ¿Cómo hacer juegos que dirijan la ira de los trabajadores hacia las causas reales de la misma? ¿Cómo hacer juegos que muestren que hay otras formas de estar en el mundo y que otros mundos son posibles? ¿Y cómo conseguir que estos juegos superen a los guardias capitalistas?
Billionaires & Guillotines experimenta con el medio relativamente barato de los juegos de mesa. Aunque pueden llegar a mucha menos gente que los videojuegos para dispositivos portátiles, tienen la ventaja de reunir a la gente en un espacio y tiempo reales, donde pueden surgir conversaciones críticas y una convivencia radical. Aunque Billionaires & Guillotines es una sátira, también experimenta con la forma en que pedir a los jugadores que asuman el papel de multimillonarios puede enseñarnos algunas lecciones importantes sobre el funcionamiento del capitalismo.
Inspirado en parte en la elaboración de Rosa Luxemburg de la teoría marxiana de la crisis en su magistral La acumulación del capital, Billionaires & Guillotines demuestra cómo las acciones aparentemente racionales y estratégicas del capitalismo competitivo individual crean crisis imprevistas. A medida que los jugadores engullen la riqueza del mundo en bienes de lujo, sus acciones desencadenan inadvertidamente crisis ecológicas, agitación política y calamidad social, lo que en última instancia conduce a una revolución. En otras palabras (spoiler alert!), el juego finalmente se destruye a sí mismo desde dentro.
Max Haiven ese escritor, profesor e investigador canadiense especializado en imaginación radical en la Universidad de Lakehead. Su juego «Billionaires and Guillotines» será publicado por Pluto Press en 2025, y está trabajando en un libro titulado The Player and the Played: How Financialization Led to Fascism.
Este artículo fue publicado originalmente por la Revista Jacobin.