Colón, dialéctica de un monumento en Buenos Aires

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El monumento a Cristóbal Colón se debate entre la errancia por plazas y espigones de la ciudad (lugares sin espesor simbólico ni anclaje metafórico posible) y la vuelta resignada a su lugar original sobre el eje histórico de la ciudad, opción que postula Mempo Giardinelli, sin duda guiado por la sensatez y la prudencia. Pero creo que existe una instancia “superadora” a estas posiciones un tanto extremas. Hay que encontrar una localización definitiva que tenga el peso para cerrar ese hueco en el caño maestro de la red simbólica que circula por debajo del tejido urbano, hueco que se produjo cuando se desmanteló el monumento. Esa rotura inunda con opiniones, ofensas, habladurías y mala leche un debate que debiera ser abierto y sincero.

El emplazamiento original del monumento a Colón inicia el eje histórico sobre el que se desarrolla la trama urbana de la ciudad y sus instituciones, el eje corre a lo largo de Avenida de Mayo pasando por la Pirámide de la Plaza hasta terminar en la Plaza del Congreso. Es en la ubicación de este monumento, iniciando el eje, donde se produce la falla originaria que dispara la metáfora inconveniente: el ilustre genovés homologa el inicio del vector simbólico que como un falo civilizador de 600 toneladas penetra en territorio salvaje. Sospecho que esa ubicación otorgada a Colón no es ingenua; sin embargo, no es negando el falo como se soluciona la “ofensa” sino al contrario; dándole un lugar especial, un corrimiento, un descentramiento, reubicándolo a 15 metros de su lugar de origen, correrlo del eje histórico. Del lado opuesto, también a 15 metros del eje, se colocaría el monumento a Juana Azurduy. De esta manera, ambos monumentos quedarían enfrentados a 30 metros de distancia en un posicionamiento que metaforiza nuestra doble herencia cultural. Al producir este nuevo espacio de significación se abre una instancia de diálogo y mediación en torno del vector urbano-institucional que saldaría esa disputa centenaria.

Por fin podría realizarse ese diálogo, ahora sí, entre iguales. Los conquistadores, colonos, inmigrantes, y nuestros pueblos originarios de América, en pie de igualdad y mirándose los rostros: el marino genovés y la generala de los ejércitos libertadores.

Para completar la obra, el trazado del parque debiera reformularse con una circulación que enlace ambos monumentos en un 8, que aluda a la figura topológica de la cinta de Moebius, y cuestione las dualidades establecidas de civilización o barbarie, interior salvaje-exterior civilizado.

Si el paseo en torno de los monumentos necesitara tener un nombre pienso en Amelia Podetti o Rodolfo Kusch: ellos dedicaron sus vidas a pensar estos temas. “Parque del estar-siendo” también sería un lindo nombre.

* Artista plástico.