Con todo mi amor, Franz
Se publican en España las cartas que Franz Kafka envió a Felice, quien fuera su prometida en dos ocasiones y con la que nunca llegó a casarse
Franz Kafka conoció a Felice Bauer en agosto de 1912 en Praga, durante una cena en casa de su amigo Max Brod. Por aquel entonces, el autor de «La metamorfosis» tenía 29 años, mientras que la que se convertiría en el gran amor de su vida (por detrás de la escritura, claro está) contaba solo con 24. Bauer trabajaba como secretaria en Berlín y, desde que sus ojos se fijaran en ella al otro lado de la mesa, Kafka se quedó prendado. La correspondencia entre ambos comenzó en septiembre.
El autor checo escribía a la joven casi a diario, en ocasiones varias veces al día. Y, entre carta y carta, surgió el amor. Ahora, por primera vez en treinta y seis años, la editorial Nórdica publica en España el volumen completo de esta correspondencia bajo el título de «Cartas a Felice», una obra apasionante que es casi una autobiografía de Franz Kafka.
Las más de 500 cartas y tarjetas postales fueron escritas entre el 20 de septiembre de 1912 y el 16 de octubre de 1917, una etapa fundamental en la obra del autor. De hecho, algunos de los libros fundamentales de Kafka («El proceso» y «La metamorfosis») fueron concebidos durante ese periodo, por lo que estas 829 páginas (la obra se completa, en una fantástica edición, con un Apéndice y una Tabla cronológica) representan una extraordinaria aproximación para llegar a entender al genial escritor checo.
«En Nórdica tenemos especial aprecio por la obra de Franz Kafka y me parecía especialmente importante publicar este libro, pues en en él se desnuda como en ningún otro», explica el editor Diego Moreno. «Hemos querido dedicar el otoño a redescubrir la obra de Kafka. En septiembre publicamos “El fogonero”(este año se conmemora el centenario de su primera edición) y ahora este libro. Merece la pena leer las cartas escritas ahora hace cien años».
Pasión hacia la literatura
Además del interés por su relación con Felice Bauer y del apasionado tono de las cartas, el editor de Nórdica destaca la pasión que el autor manifiesta en las misivas hacia la literatura y que trata de transmitir a su amada. Kafka llegó a describir a Felice como «una saludable niña, segura de sí misma» y, aunque la joven pertenecía a una acomodada familia de clase media y le interesaba la literatura y el arte (adoraba la ropa tanto como viajar, pero estaba dispuesta a sacrificarlo todo por su familia), difícilmente llegaba a comprender la profundidad de la obra del autor checo.
Lo cierto es que, tanto Kafka como Bauer, albergaban serias dudas de que el matrimonio fuera la opción adecuada para una pareja como ellos. En ocasiones, Felice veía a Kafka como a un ser extraño y demasiado aislado de la vida cotidiana, mientras que Kafka temía que el matrimonio pusiera en peligro su dedicación a la escritura einterfiriera en su necesidad de soledad. «Con frecuencia he pensado que la mejor forma de vida para mí consistiría en encerrarme en lo más hondo de una vasta cueva con una lámpara y todo lo necesario para escribir. Me traerían la comida y me la dejarían siempre lejos de donde yo estuviera instalado, detrás de la puerta más exterior de la cueva. Ir a buscarla, en camisón, a través de todas las bóvedas, sería mi único paseo. Acto seguido regresaría a mi mesa, comería lenta y concienzudamente, y enseguida me pondría de nuevo a escribir», llega a decirle a la joven en una de las cartas.
Sin embargo, el amor que el atormentado Franz sentía por Feliceera tan puro, intenso y real como su escritura, y de ahí el temor a perderlas a ambas. «No puedo creer que exista un cuento de hadas en el que se haya luchado por una mujer más y con mayor desesperación de lo que en mi interior se ha luchado por ti, desde el principio y siempre de nuevo y tal vez para siempre», escribe en otra de las misivas. De hecho, en abril de 1914 se comprometen por primera vez, rompiendo pocos meses después (en julio) y comprometiéndose de nuevo en julio de 1917.
En septiembre de ese mismo año, los médicos diagnosticaron tuberculosis a Kafka. «(…) voy a decirte un secreto en el que yo por mi parte en estos momentos no creo en absoluto (pese a que, cuando trato de trabajar y pensar, la tiniebla que desde lejos cae sobre mi a todo mi alrededor tal vez pudiera convencerme), pero que tiene que ser verdad: jamás recobraré la salud. Ni más ni menos que porque no se trata de una tuberculosis a la que se coloca en la tumbona y a la que se cuida hasta su curación, sino que se trata de un arma cuya necesidad seguirá siendo extrema mientras yo continúe con vida. Y ambas no pueden continuar con vida», llegó a confesarle. En diciembre de 1917, la relación se rompió para siempre.
La gestación de sus libros
Pero, en las cartas, no solo vemos a un Kafka celoso («Estoy celoso, pues, de todo el que aparece en tu carta, de los que nombras y de los que no nombras, de los hombres y de las mujeres, de los negociantes y de los escritores»), apasionado («no quiero saber cómo estás vestida, pues me altera de tal forma que no puedo vivir»), temeroso («o bien solo sientes piedad hacia mí y, en tal caso, por qué ese violentarte a que me quieras, esa obstrucción de tus caminos») y entregado («a ti, en cambio, amor mío -te sigo diciendo amor mío y siempre te lo diré-, quisiera rebajarte hasta esta gran decrepitud que represento»), sino que asistimos con asombro al proceso de gestación de sus principales libros.
Tanto es así que, en 1988, un fascinado (y ya Nobel) Elias Canetti publicó «Kafka’s Other Trial: The Letters to Felice», una selección de 121 páginas de estas misivas. Canetti consideraba que las cartas podían leerse comotranscripciones de los diálogos internos de Kafka y reflejaban, además, las emociones que inspiraron «El proceso». Una novela en la que, según el Nobel, la misteriosa detención de Josef K. representaría el compromiso de Kafka con Felice.
Kafka sabía que la vida que Felice tendría junto a él no sería la de «esa feliz pareja a la que ves pasar por delante de tus ojos en Westerland», sino «una vida claustral al lado de un hombre malhumorado, triste, taciturno, insatisfecho, enfermizo, el cual -cosa que te parecerá un desvarío- se halla encadenado por cadenas invisibles a una invisible literatura; un hombre que grita cuando alguien se le acerca porque, como él afirma, le toca las cadenas». Ella también era consciente y, quizás por eso, en marzo de 1919 se casó en Berlín con un prometedor (y conservador) empresario. Franz Kafka murió en Kierling (Austria) cinco años después.
Carta enviada el 21 de agosto de 1913
No ha quedado probablemente nada sin ser dicho, Felice, no tengas temor alguno a ese respecto, pero quizás tampoco has comprendido precisamente aquello que más importa que comprendas. Esto no es ningún reproche, no es ni la sombra de un reproche. Tú has hecho todo lo humanamente posible, pero te es imposible captar aquello de lo que careces. Nadie es capaz de semejante cosa. Es en mí únicamente en quien se dan todas estas inquietudes y angustias, vivas como culebras, solo yo las contemplo sin tregua, solo yo conozco sus circunstancias. Esas angustias e inquietudes tú no las conoces más que por mí, solo a través de mis cartas, y lo que de aquellas te llega a través de éstas no se relaciona con la realidad -en lo que se refiere al espanto, a la perseverancia, a la magnitud, a la invencibilidad-, del mismo modo que se relaciona con la realidad lo que yo escribo, y eso que en esto existe desde ya un insalvable desfase. Esto lo veo claramente al leer tu encantadora y confiada carta de ayer, para cuya redacción te has tenido que ver en la necesidad de olvidar por completo el recuerdo que guardas de mi estancia en Berlín. Lo que te aguarda no es la vida de esa feliz pareja a la que ves pasar por delante de tus ojos en Westerland, no es la animada charla a la que se entregan dos seres que marchan cogidos del brazo, es una vida claustral al lado de un hombre malhumorado, triste, taciturno, insatisfecho, enfermizo, el cual -cosa que te parecerá un desvarío- se halla encadenado por cadenas invisibles a una invisible literatura; un hombre que grita cuando alguien se le acerca porque, como él afirma, le toca las cadenas. Tu padre se demora en su respuesta, lo cual es lógico; ahora bien, el que se demore también en sus preguntas me parece demostrar que sus reservas son solamente de tipo general, lo cual haría que estas se vieran eliminadas más de lo que fuera menester -y de una manera completamente engañosa-, mientras que, por otro lado, pasa sin prestar su atención sobre los párrafos de mi carta susceptibles de delatarme. No puede consentirse tal cosa, me estuve diciendo a mí mismo a lo largo de toda la noche pasada, y escribí el borrador de una carta destinada a hacérselo comprender. No la he terminado, tampoco pienso enviársela, no fue sino un desahogo que ni siquiera ha sido capaz de aliviarme.
Franz