Cuatro genios condenados a cambiar la historia
El célebre matemático Cédric Villani lleva al cómic los dramas de Turing, Heisenberg, Szilard y Dowding, decisivos y castigados por la guerra
“En 50 años descubrimos el átomo, la teoría de la información y ahora la genética. El progreso científico ha sido apabullante y no se trata sino del comienzo de la revolución. Pero nada ha cambiado en la mente de las personas. Einstein decía que es más fácil desintegrar un átomo que un prejuicio. Yo añadiría que… Es más fácil quebrar un código secreto que un prejuicio”. Alan Turing nos habla así desde su cuarto, momentos antes de suicidarse, roto por la condena que le tenía encerrado y sometido a un tratamiento químico para corregir su homosexualidad. Había sido una pieza decisiva para ganar la Segunda Guerra Mundial al descifrar los códigos secretos nazis, pero su premio era el olvido y la castración.
Turing es uno de los cuatro genios que retrata Soñadores (Astiberri), un cómic que somete a un “careo con su conciencia” a cuatro hombres que fueron determinantes en esa guerra, gracias a su ingenio y su talento para la ciencia. Turing repasa sus logros y desdichas antes de matarse. El físico Werner Heisenberg relata el alivio y la frustración por no conseguir la bomba atómica para los nazis, justo tras descubrir que los estadounidenses ya han lanzado la suya, y mientras resuelve en unas horas el enigma de cómo lo lograron. Su colega Leo Szilard muestra la lápida que lleva sobre sus hombros, por su decisiva contribución a la construcción de esa bomba. Finalmente, Hugh Dowding, el militar que diseñó con la meticulosidad de un científico la batalla aérea para defender Reino Unido de los nazis.
Miles de libros y películas retratan los sacrificios personales de los peones de aquella guerra y el episodio decisivo del desarrollo de la bomba atómica. En los últimos tiempos, por ejemplo, se ha llevado alcine la heroicidad de Turing o se ha narrado el drama cotidiano de la creación de la bomba en la serie Manhattan. Pero este relato es distinto. Plasmado por el dibujo sucio de Edmund Baudoin, uno de los más grandes del cómic francés, y sobre todo relatado por el influyente matemático Cédric Villani, tiene una gran carga espiritual.
Los autores, Baudoin y Villani, conversan y nos adentran en los retos de la humanidad que de pronto cristalizaron en la voluntad de estos hombres. Y ellos mismos piensan en voz alta, en sus bocadillos, contándonos -como hace Szilard- la congoja que se siente cuando descubres, mirando a una pantalla en negro junto a Niels Bohr y Enrico Fermi, que “la bomba era posible”.
“En muchas ocasiones, la historia no reconoce sus méritos. Y cuando la acción termina y tienen suficiente tiempo para dejar que divague el pensamiento, ¿cómo se juzgan ellos mismos? Participaron en una gran batalla en la que estuvo en juego la suerte de su país o del mundo entero: ¿se sienten orgullosos, avergonzados, desamparados, resentidos…?”, leemos en un pasaje de Soñadores.
El guion escrito por Villani es capaz de mostrar la responsabilidad que aplastaba a estos científicos y también logra explicar por qué fueron decisivos para que lo entienda cualquiera. Pero con la sensación de que el matemático nos sumerge un poco, aunque sea la punta del pie, en la complejidad de las ideas, fórmulas y diseños que los hicieron irrepetibles. “Construida a tientas, la ciencia, obra colectiva de largo recorrido, hizo milagros, reveló las leyes del mundo invisible y permitió explotarlas”, explica.
Villani suele involucrar los sentimientos en sus reflexiones sobre las matemáticas, por eso es tan convincente esta defensa de la ciencia a través de las torturadas emociones sus sufridos héroes. Baudoin está acostumbrado a asomarse a las tinieblas de la realidad y la historia, por ejemplo en su libro sobre los horrores de Ciudad Juárez (¡Viva la vida!, Astiberri), y también a la introspección biográfica, con su trabajo sobre Salvador Dalí.
Juntos han conseguido que sus reflexiones, su conversación, su tinta y sus números, describan la tragedia de ser un héroe mitológico -Turing, como Ariadna y Teseo, hackeando el código del laberinto para matar al Minotauro- en una época en los que los dioses jugaron con la humanidad dejando a su alcance las armas más mortíferas que vieron los tiempos.