¿Después de las Olimpiadas sobrevendrá el cataclismo nuclear?

Por Slavoj Zizek
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JJOO Olimpiadas París 2024
Foto: Getty Images

Queda abierta la pregunta de que si a la obscena inauguración de las Olimpiadas le siga el apocalipsis.

“Dos grandes acontecimientos culturales de este verano, la ceremonia inaugural de los Juegos Olímpicos de París 2024 y el estreno de Deadpool & Wolverine (una película norteamericana de superhéroes), ofrecen espectáculos deslumbrantes impregnados de ironía. Pero eso es todo lo que tienen en común y, si analizamos sus diferencias, podremos apreciar mejor la naturaleza profundamente ambigua de la ironía en la actualidad.

La distancia irónica hacia el orden social imperante funciona a menudo como una forma apenas velada de conformismo. Como escribe Wendy Ide de The Observer sobre Deadpool & Wolverine, que es simplemente la última entrega de un ciclo aparentemente interminable de éxitos de taquilla de superhéroes de Marvel, la película “puede ser desagradable y al mismo tiempo muy divertida… Pero también es descuidada, repetitiva y de mala calidad, con una dependencia excesiva de gags derivados de memes y bromas internas dolorosamente meta de los fanáticos del cómic”.

Qué descripción tan perfecta de cómo funciona la ideología hoy en día. Sabiendo que ya nadie toma en serio su mensaje central, ofrece chistes autorreferenciales, saltos entre universos y comentarios zalameros. Este mismo enfoque –la ironía al servicio del statu quo– es también la forma en que gran parte del público soporta un mundo cada vez más loco y violento.

Pero Thomas Jolly, el director de la ceremonia inaugural de los Juegos Olímpicos, nos recuerda que también existe otro tipo de ironía. Aunque Jolly siguió de cerca la Carta Olímpica al mostrar la ciudad anfitriona y la cultura francesa, fue ampliamente criticado. Dejando a un lado a los católicos que confundieron la representación de las festividades (bacanales) con una burla a la Última Cena, las reacciones negativas las captó mejor el ultraconservador primer ministro húngaro, Viktor Orbán: “Los occidentales creen que los Estados-nación ya no existen. Niegan que exista una cultura común y una moralidad pública basada en ella. No existe moralidad, y si vieron ayer la inauguración de los Juegos Olímpicos, lo habrán visto”.

Esto sugiere que lo que estaba en juego no podía ser más importante. Para Orbán, la ceremonia marcó el suicidio espiritual de Europa, mientras que para Jolly (y para muchos de nosotros, espero) fue una manifestación poco común del verdadero legado cultural de Europa. El mundo pudo disfrutar del país de Descartes, el fundador de la filosofía moderna, cuya duda radical se basaba en una perspectiva universal –y por lo tanto “multicultural”–. Comprendió que las tradiciones propias no son mejores que las tradiciones supuestamente “excéntricas” de los demás.

Ya en la universidad me habían enseñado que no hay nada imaginable tan extraño o tan poco creíble que no haya sido sostenido por algún filósofo, y además reconocí en el curso de mis viajes que todos aquellos cuyos sentimientos son muy contrarios a los nuestros no son necesariamente bárbaros o salvajes, sino que pueden estar dotados de razón en un grado tan grande o incluso mayor que el nuestro.”

Sólo relativizando la particularidad podemos llegar a una auténtica posición universalista. En términos kantianos, aferrarnos a nuestras raíces étnicas nos lleva a hacer un uso privado de la razón, en el que estamos limitados por presuposiciones dogmáticas contingentes. Kant opone este uso privado e inmaduro de la razón a un uso más público y objetivo. El primero refleja y sirve únicamente al propio Estado, religión e instituciones, mientras que la razón pública exige que uno adopte una posición transnacional.

En la ceremonia inaugural vimos una razón universal: una visión poco frecuente del núcleo emancipador de la Europa moderna. Sí, las imágenes eran de Francia y París, pero los chistes autorreferenciales dejaban claro que no se trataba de un uso privado de la razón. Jolly logró con maestría distanciarse irónicamente de todo marco institucional “privado”, incluido el del Estado francés.

Los conservadores simplemente se equivocan al denunciar la ceremonia como una exhibición de ideología LGBTQ+. Por supuesto, hubo críticas implícitas al nacionalismo conservador, pero en su contenido y estilo, estaba dirigida aún más contra el moralismo rígido de la corrección política (o “wokeismo”). En lugar de preocuparse por la diversidad y la inclusión al estilo de la corrección política estándar (que excluye a todos los que no están de acuerdo con una noción particular de inclusión), el espectáculo dejó entrar a todos. La cabeza guillotinada de María Antonieta se colocó frente a la Mona Lisa flotando en el Sena y un alegre bacanal de cuerpos semidesnudos. Los trabajadores que reparaban Notre Dame bailaron mientras trabajaban, y el espectáculo no se desarrolló en un estadio, sino en toda la ciudad, que permanece abierta al mundo.

Un espectáculo tan irónico y obsceno está lo más lejos posible de la corrección política estéril y sin humor. La ceremonia no sólo presentó a Europa en su mejor momento, sino que recordó al mundo que sólo en Europa es posible una ceremonia de este tipo. Fue global, multicultural y todo eso, pero el mensaje se transmitió desde la capital francesa, la ciudad más grande del mundo. Fue un mensaje de esperanza, imaginando un mundo de gran diversidad, sin lugar para la guerra y el odio.

Contrastemos esta visión con la que ofreció el filósofo político ruso de derecha Alexander Dugin en una entrevista reciente con el periodista brasileño Pepe Escobar. Para Dugin, Europa es ahora irrelevante, un jardín podrido protegido por un alto muro. La única opción es entre el estado profundo globalista estadounidense y un nuevo orden mundial pacífico de estados soberanos. Sería pacífico, sugiere, porque Rusia distribuiría armas nucleares a todos los países en desarrollo, de modo que el principio de destrucción mutua asegurada se aplicaría en todas partes.

Según Dugin, las elecciones presidenciales de este año en Estados Unidos, que se celebrarán en una contienda entre el Estado profundo estadounidense y Donald Trump, decidirán el destino de la humanidad. Si Trump gana, es posible reducir la escalada; si gana un demócrata, nos encaminamos hacia una guerra global y el fin de la humanidad.

En contraposición a lo que piensan personas como Orbán y Dugin, el mensaje de Jolly es profundamente ético. Es como un susurro a los nacionalistas conservadores: observen la ceremonia con atención otra vez y avergüéncense de lo que son.