El libro de la sabiduría de José Luis Sampedro
Un volumen de reflexiones inéditas conmemora el segundo aniversario de su muerte
“Aquel que está contento consigo mismo / ha realizado un trabajo carente de valor. / El éxito es el principio del fracaso. / La fama es el comienzo de la desgracia”. El hombre que un día reparó en estas líneas de El camino de Chuang Tzu traducidas por Thomas Merton se llamaba José Luis Sampedro y murió en su casa de Madrid en abril de 2013, pronto hará dos años. Para “evitar el circo mediático en torno a la muerte de los famosos”, aquel novelista, académico, profesor de varios ministros de Economía y referente de los indignados, pidió que la noticia se hiciera pública cuando él ya hubiera sido incinerado. Así lo hizo Olga Lucas, su mujer y colaboradora en sus últimos libros, que retoma ahora las últimas voluntades de su marido para publicar La vida perenne(Plaza Janés), que llega hoy a las librerías.
Completado con fotografías de Chema Madoz, cuyos poemas visuales habían ilustrado ya las cubiertas de varias obras de Sampedro, La vida perenne es un volumen sin género preciso, algo así como el libro de la sabiduría del autor de La sonrisa etrusca, una colección de citas ajenas y reflexiones propias. En sus páginas conviven, en efecto, la sabiduría del escritor y la que este descubrió en los demás, sobre todo en el taoísmo y el hinduismo, la mística occidental y la sufí. Como cuenta en el prólogo Olga Lucas, responsable de la edición junto a Ángel Lucía, gran amigo del autor, José Luis Sampedro llegó a estudiar árabe para entender mejor las notas a pie de página en los textos de Jalal Ud-din Rumi, en su opinión, “uno de los más altos poetas de la literatura”. Su experiencia con la poesía sufí, ya presente en la novela Octubre, Octubre, “fue para él un descubrimiento iluminador”, afirma Lucas.
Con ecos declarados de La filosofía perenne, de Aldoux Huxley, el libro que ahora ve la luz revela la dimensión más “espiritual” de un autor nacido en Barcelona el 1 de febrero de 1917 y recriado en Tánger, Soria, Aranjuez y Santander, que terminó siendo catedrático de Estructura Económica en la Universidad Complutense y Premio Nacional de las Letras pero rechazaba que lo llamaran maestro. “Una vela, un quinqué dan luz, iluminan, permiten ver; en cambio, unos focos deslumbran, ciegan, dificultan la visión. El maestro está para ayudar a ver, no para cegar a sus discípulos”, escribe Sampedro en una de sus anotaciones justo antes de lamentar que los ideales de nuestro tiempo hayan quedado “reducidos prácticamente al éxito económico”, algo que, continúa, “ha degradado las ilusiones, la dedicación, la gran aventura, la vida interior, en muchos casos… el componente misterioso, al que uno puede aproximarse, sin tener la seguridad de encontrar respuestas”.
“Durante toda su vida José Luis Sampedro insistió en señalar que el ser humano es multidimensional, que tenemos el deber de explorar todas nuestras potencialidades y de construir una sociedad que permita que esto ocurra”, subrayan Olga Lucas y Ángel Lucía. Así, La vida perenne explora caminos que escapan a la razón pero no pierde de vista la cruda realidad del mundo. “No podemos ser tan reduccionistas como para tomar partido entre el buen salvaje o el científico”, escribe el autor de El amante lesbiano. “Llegar desde Grecia hasta aquí con tan asombrosos progresos es prodigioso. Lo importante es pararse a pensar, imprimir otro ritmo. La cuestión no es estar a favor o en contra del progreso sino cómo progresar”. Uno de los apartados de este libro póstumo se titula Libertad, igualdad, fraternidad y reúne las críticas de Sampedro al “modelo económico liberal”, que considera “agotado” pese a haber sido muy útil en la Europa que transitó desde el absolutismo a la democracia. ¿Por qué agotado? Porque choca con tres barreras: “Física, pues el derroche de recursos tropieza con los límites del planeta; política, porque el Tercer Mundo ya no acepta la explotación; y psicológica, pues el desalmado sistema reduce al hombre a mero productor-consumidor”.
Frente a la tentación de otro reduccionismo, el que identifica misterio y religión, Sampedro advierte: “Cualquier fe es una forma de ceguera. Cuando decimos: ‘La fe es creer lo que no vemos’, en ese mismo instante la fe nos impide ver lo que vemos”. “Yo no he tenido nunca la sensación de un alma inmortal”, dice poco antes. “Ni la necesito ni me interesa”.
Si en las primeras páginas de La vida perenne José Luis Sampedro anota que “ahora la gente no muere en casa, todo lo relativo a la muerte ocurre lejos y eso dificulta la aceptación de la muerte como algo natural”, sus últimas anotaciones son una reflexión sobre el final y una acción de gracias hacia la vida. El libro se cierra con dos líneas que empiezan y terminan con puntos suspensivos: “…A lo mejor el error está en pensar en que esto es el ocaso, cuando en realidad es la aurora…”.