El ser humano es estupido, hay que ser consciente de ello
En su casa se leía y se discutía de arte, motivos suficientes para que la revolución maoísta los enviara a todos a campos de reeducación. Sus padres no lo superaron. Gao Xingjian, ganador del premio Nobel de Literatura del 2000, tras años de reeducación, pudo huir de China -la gran mayoría de sus amigos decidieron suicidarse-. Exiliado en París, fue un oriental más hasta que el premio Nobel lo sacó del anonimato. Las ideologías representan para él la alienación humana y ve en el arte la única salvación.
¿Qué aprendió de su infancia?
Nací durante la Segunda Guerra Mundial y tras ella viví la guerra civil, pero tuve la suerte de pertenecer a una familia que supo y pudo protegerme. Mis padres amaban el arte y la literatura, vivíamos rodeados de cultura. Aprendí que se podía ser feliz.
¿Cuándo acabó la felicidad?
Cuando la política invadió nuestra vida. A mis padres se los llevaron a un campo de reeducación y murieron pronto. Me hubiera gustado decirle a mi madre que todo lo que soy ahora, todo lo que tengo, se lo debo a ella.
¿Usted también fue reeducado?
Estuve más de cinco años en uno de esos campos, allí comprendí a la sociedad, el mal que causan las ideologías, la política, la revolución. Un mal mucho más cruel que las tragedias naturales.
¿Cómo nos organizamos sin política?
Es prácticamente imposible, todo el mundo persigue el poder y para conseguirlo se organizan en partidos políticos que, a través de la ideología, movilizan a las masas.
¿Ha comprendido a Mao?
No era ningún loco, era un hombre muy inteligente que conocía bien las debilidades humanas, sabía del mal que albergamos; por eso fue capaz de manipular a todo un pueblo para obtener el poder absoluto.
¿Cómo podemos cambiar?
No podemos cambiar este mundo, sólo despertar a nivel individual la compasión y la conciencia, y ese es el papel de los artistas.
¿El arte es elitista?
El artista es un individuo como los otros, pero es más lúcido, tiene criterio propio que lo distancia de la masa.
A los 47 años huyó de China, ¿qué dejó?
La maldad, la locura, el sinsentido, todo eso que he escrito en mis libros y que dejé atrás definitivamente.
¿Ha tenido usted más de una vida?
Estoy viviendo mi tercera vida: la primera en China, la segunda en el exilio y la tercera después del premio Nobel, que pone fin al exilio, que me hace conocido en el mundo.
¿Qué le duele hoy de esa primera vida?
Nada, llevo escritos cinco libros en francés y no tienen nada que ver con mi vida en China.
¿Qué palabras tienen más sentido para usted?
La verdad es inmensa, pero la ley universal no se puede conocer. Esta sociedad humana no puede prever la guerra ni detenerla. La guerra es muy estúpida, pero hacemos la guerra. El mundo es estúpido, el hombre es estúpido, y hay que ser consciente de eso.
¿Qué esperanza le ofrecería a un joven de 20 años?
Le diría que abriera mucho los ojos para mirar el mundo, que no se crea lo que le dicen, que reflexione por sí mismo.
¿Es usted un hombre desesperanzado?
Prefiero la lucidez a la ceguera. Todo lo que he hecho desde que me fui de China no lo habría podido hacer si me hubiera quedado a luchar por la libertad.
¿Entonces la democracia es un valor?
Es un progreso. Aun así, los occidentales tienen una tradición de democracia muy antigua que no tiene China ni los países árabes.
Pero es una conquista.
No, es una tradición.
¿Qué merece la pena en la vida?
La vida misma. Sólo tenemos una, eso la hace preciosa.